Me hubiera gustado que mi papá me contara que era asexual cuando estaba vivo
Tener conversaciones abiertas y sin tapujos sobre la sexualidad, sin las restricciones de los llamados “guerreros de la cultura”, significa mucho para Oliver Keens, quien descubrió demasiado tarde que el padre que creía conocer tenía un secreto triste y privado
En medio de una lenta y tumultuosa ruptura con mi pareja en plena pandemia, una noche me sentí muy harto y tuve que salir. Terminé en la casa de mi madre, a pocos kilómetros de distancia. Llegué allí alrededor de la medianoche, alterado. Mi madre, que nunca ha sido aficionada de la bebida, reconoció la gravedad de la situación y hurgó en un cajón oscuro para ofrecerme un licor marrón no identificable de una botella polvorienta. Y así, nos sentamos en silencio, hasta que finalmente ella dijo: “Detesto preguntarte esto, pero… ¿todavía sientes deseo sexual?”. Contesté: “Sí”, y ella se mostró bastante aliviada. “Oh, gracias a DIOS”, exclamó. ¿Por qué hizo la pregunta? “Pues, nunca te había dicho esto, pero tu padre era asexual. Te hicimos, y luego… nada. Me preocupaba que pudieras ser… igual que él”.
Mi padre, un hombre encantador, murió en 2014. Era tranquilo, amable y excepcionalmente amigable. Nadie tenía algo malo que decir sobre él. Después de haber enfrentado el cáncer durante años, milagrosamente resistió el tiempo suficiente para conocer a su primer nieto antes de fallecer. Yo quería ser papá porque sentía que había aprendido de los mejores. Sin embargo, por desgracia, no soy tan tolerante como él: el hecho de que alguien a quien quiero se sintiera incapaz de hablar sobre su orientación y ocultara su sexualidad durante toda su vida me ha enfurecido lentamente con el mundo a lo largo de los años desde que me enteré.
Las personas asexuales no sienten atracción sexual. Las personas asexuales nacen así. Después de mucha investigación, nunca se ha comprobado que se vincule a eventos, hormonas, depresión o factores psicológicos. Es simplemente una forma innata, involuntaria e inmutable de ser de algunas personas. Mi papá y yo éramos cercanos, pero en torno al sexo siempre había un vacío espeluznante, como los segundos iniciales después de la destrucción de una chimenea gigante en una explosión controlada.
Él transmitía una ingenuidad tenue que me parecía muy extraña en ese entonces, sobre todo durante la montaña rusa hormonal de la pubertad masculina. Alrededor de esa edad, algunos niños encontraron accidentalmente a sus padres haciéndolo, otros descubrieron la colección de pornografía de sus padres. En mi caso, nada de eso. La única vez que vi a mis padres besarse de manera romántica fue en mi fiesta cuando cumplí ocho años y una persona al azar los incitó a hacerlo (curiosamente, lo hicieron en un bar lleno de pantallas, que mostraron este beso francés irrepetible en primer plano).
Cuando mi madre usó por primera vez la palabra “asexual”, supe de inmediato que habían buscado ayuda de un tercero. No había forma de que cualquiera de ellos supiera de un término dentro de un amplio paraguas de sexualidades y géneros diferentes. Es inconcebible que él supiera que pertenecía a la A en LGBTQIA+. Siento al instante una necesidad nerviosa de afirmar que él no era un intolerante de ninguna manera: simplemente no conozco un escenario en el que hubiera estado expuesto a sexualidades alternativas. Mi papá nunca fue a la universidad, así que nunca conoció a una gran cantidad de personas, y no se habría topado con comunidades LGBT+ (o asexuales en específico) como parte de su feria de convivencia de primer año, por ejemplo. Tampoco tuvo un trabajo de oficina, por lo que tuvo menos interacciones sociales que la mayoría. Trabajó los últimos 15 años de su vida de forma solitaria, en su mayoría, como repartidor.
Es gracioso pensar en mi padre (un fan de la F1 con jeans planchados) siendo parte de un contexto LGBT+. También es frustrante que siquiera haya algo gracioso al respecto. Una búsqueda en las noticias de Google “LGBT” arroja las palabras como “controversia”, “debate”, “protestas” y “pleito”, que parecen estar adheridas como parásitos permanentes. Y, sin embargo, hay algo cómico en enfrentarse a los autodenominados “guerreros de la cultura” —gente empeñada en detener las discusiones sobre sexualidad— siendo un hombre blanco canoso de Essex con una suscripción a Autosport y con la costumbre de fajarse la camiseta en los calzones. Un tipo que demográficamente se ve exactamente como ellos, pero por dentro tenía una complejidad que tardarían 1.000 años en tratar de resolver. Lo que olvidan las personas que tratan activamente de sofocar cualquier discusión sobre género o sexualidad es que creen que están hablando en abstracto, pero no se dan cuenta de que su mejor amigo podría ser asexual, su hija podría ser lesbiana y su joven prima podría ser “elle”.
A través de la perspectiva de mi padre y su asexualidad, me preocupa que la batalla para promover los derechos LGBT+ haya sido demasiado sinónimo de personas que son jóvenes, a la moda y geniales: tres cosas que definitivamente él no era. Con respecto a la asexualidad, las personas a menudo se dan cuenta de su orientación mucho más tarde en la vida que en el caso de otras sexualidades. Sin embargo, ese punto de vista cambió el año pasado cuando fui a Margate Pride, sin duda el mejor evento de Orgullo en el país, en el que fue mágico ver la representación asexual genuina y real. En particular, una pareja joven casi angelical, él con una camiseta que decía “Yo ☆ a mi novia asexual”, y la de ella decía, “Yo ☆ la representación asexual”. Me dejó alucinado y me hizo imaginar cuánto se habría beneficiado mi padre de pequeños actos de visibilidad como este en su vida.
Mi madre sigue viva, así que puede contar su propia historia de cómo fue estar casada con un hombre asexual. Sin embargo, como hijo de un hombre asexual, hablo mucho sobre su asexualidad, casi como una forma de intentar, aunque sea tarde, establecer un vínculo con alguien cuya sexualidad era, en palabras del influyente libro de Julie Sondra Decker sobre el tema, “la orientación invisible”. Todo el tiempo me siento triste porque probablemente nunca conoció a otra persona asexual, y mucho menos se sintió parte de una comunidad que pudo haberlo hecho sentirse mucho menos marginado. Me molesta que los estereotipos prevalecientes desde su juventud, sobre lo que es y debe ser un hombre, probablemente nunca se le hayan ido de la cabeza. Me preocupa que se sintiera deficiente de alguna manera. Pero sobre todo me molesta que haya sentido vergüenza, aunque sea por un momento, por contármelo; un hijo que tanto lo quería. Sinceramente, me rompe el corazón.
Traducción de Michelle Padilla