‘Alien: Planeta Tierra’ es una cruda advertencia contra la desaparición de la humanidad
La nueva serie de ciencia ficción y terror es una señal de alerta sobre el estado actual del mundo y las amenazas tecnológicas a las que nos enfrentamos, escribe Nick Hilton. Es lo que este género mejor sabe hacer
Ursula K. Le Guin escribió: “Toda ficción es metáfora. La ciencia ficción es metáfora”. La escritora, famosa sobre todo por su serie de novelas de fantasía Terramar, plasmó el movimiento por los derechos civiles, la segunda ola del feminismo y el auge del ecologismo en sus obras desde la década del sesenta hasta su muerte en 2018. “Lo que la distingue de las antiguas formas de ficción parece ser su uso de nuevas metáforas, extraídas de ciertos grandes dominantes de nuestra vida contemporánea”. Ahora que vivimos la mayor aceleración del desarrollo tecnológico desde la llegada de la automatización, le toca a la ciencia ficción, una vez más, sondear y provocar. Es un papel que Alien: Planeta Tierra, la primera entrega televisiva de la franquicia Alien, se toma muy en serio.
Una nave espacial llena de especímenes alienígenas se ha estrellado misteriosamente en la Tierra, aparcando de manera abrupta en la ciudad ficticia de Nueva Siam. A bordo, criaturas depredadoras acechan por los pasillos mal iluminados, y ofrecen a la corporación Prodigy ―una sombría megaempresa tecnológica multimillonaria, liderada por el precoz CEO Boy Kavalier (Samuel Blenkin)― la oportunidad de probar sus nuevos “híbridos”. No se trata de cyborgs (humanos mejorados) o synths (robots humanoides), sino de una nueva especie: conciencia humana en un cuerpo sintético perfecto. “Somos algo diferente”, informa al público Wendy (Sydney Chandler), una niña de 12 años que controla, al más puro estilo hollywoodense, el cuerpo de una atractiva mujer adulta. “Algo especial”. Incluso mientras los alienígenas, con sus enormes dientes y babeantes fauces, causan estragos en la nave espacial, no hay nada más escalofriante en Alien: Planeta Tierra que estas cuestiones de actualidad sobre la naturaleza del ser.
La ciencia ficción tiene una larga historia de crónica social. Metrópolis, la obra maestra expresionista de Fritz Lang de 1927, por ejemplo, es una advertencia sobre la industrialización desenfrenada, un conflictivo tema político de los años veinte. En 1968, Stanley Kubrick estrenó 2001: Odisea del espacio en pleno auge de la “carrera espacial”. Un año antes de que el hombre llegara a la Luna, la película presentó un argumento filosófico sobre la exploración de otros planetas y los roces entre progreso y misticismo. Una y otra vez, la ciencia ficción ha expresado las preocupaciones de su época: Matrix (sistemas de información de control), Terminator (la capacidad del hombre para dominar la tecnología), RoboCop (autoritarismo político), Niños del hombre (nativismo en un mundo cambiante), etcétera.
Alien: Planeta Tierra no es en absoluto la primera obra que aborda la cuestión de qué constituye ser humano. “He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar”, revela Roy Batty, el replicante interpretado por Rutger Hauer, en el punto álgido de Blade Runner. “Todos esos momentos se perderán en el tiempo, igual que lágrimas en la lluvia. Llegó la hora de morir”. Este monólogo, uno de los más famosos de la historia del cine, está plagado de matices. Los recuerdos reales de Roy —vistos a través de ojos sintéticos— han dejado su huella en los espectadores (recuerdos sintéticos vistos con ojos reales), quienes se enfrentan a la más retorcida de las preguntas: ¿qué dejamos atrás después de esta corta vida mortal?
Desde que la franquicia Alien se reinició en 2012 con Prometeo, la serie se ha interesado cada vez más por las cuestiones existenciales en torno a la vida artificial. Refleja la sensación de que toda la ciencia (y, por tanto, toda la ciencia ficción) se encamina hacia la creación de una vida artificial indistinguible de su contraparte natural. El David 8 de Michael Fassbender —el antagonista tanto de Prometeo como de su secuela de 2017 Alien: Covenant— es un androide sensible que se ha vuelto en contra de la humanidad. Al juzgar a su creador, demuestra un rencor que nos resulta bastante familiar. “Era humano”, opina David. “Totalmente indigno de su creación”.
En los 13 años transcurridos desde Prometeo, la búsqueda científica de una inteligencia artificial capaz se ha acelerado de manera considerable. La “carrera por la inmortalidad” descrita en Alien: Planeta Tierra está ocurriendo ahora mismo, 95 años antes de la época en que se sitúa la serie. OpenAI, Meta y Google son representantes de las megacorporaciones que juegan con la naturaleza singular de la existencia en el universo Alien. “Acabamos con la muerte”, implora a su jefe la compasiva científica interpretada por Essie Davis. “Ahora tenemos que mejorar su calidad de vida”. Esto expresa una preocupación clave del movimiento de la IA: que el progreso se traducirá en vidas más largas, ordenadores más rápidos y creatividad instantánea, pero que la vida misma resultará perjudicada, irreparablemente, en el proceso.

O bien, citando a otro icono de la ciencia ficción, el doctor Ian Malcolm (interpretado por Jeff Goldblum) en Jurassic Park, los científicos “se preocuparon tanto en si podían hacerlo que no pensaron en si debían hacerlo”. Después de todo, hay una razón por la que el cine y la televisión son tan buenas vías de escape para nuestras ansiedades sociales. Algo tiene que salir mal. Si Jurassic Park hubiera controlado mejor a sus dinosaurios (¿quizá centrándose en los herbívoros en lugar de en los rapaces carnívoros?), habría sido una atracción turística mucho más exitosa, pero una película mucho menos emocionante. La franquicia Alien llega con ciertas promesas: la vida extraterrestre violenta se desatará, y las formas de vida restantes, tanto vivas como robóticas, se volverán unas contra otras. Al fin y al cabo, así es el género del terror; tiene que ser un poco alarmista.
Pero en Alien: Planeta Tierra, estas preocupaciones son más jugosas que nunca. E incluso si ahora miramos de nuevo a David 8, sorprende lo mucho que su rostro pálido y de ojos inexpresivos se parece al de Bryan Johnson, el empresario estadounidense adorado por los medios por su régimen contra el envejecimiento. “La mayoría de la gente asume que la muerte es inevitable”, declaró a la revista Time. Sus experimentos “replantean lo que significa ser humano”. Es una frase que podría haber salido directamente de la boca de Boy Kavalier. Nuestros frágiles cuerpos terrenales, nuestras defectuosas mentes procesadoras; es el cometido de la ciencia replicar, mejorar y sustituir estas vetustas herramientas. Y es el rol de la ciencia ficción lanzar su propio grito.
“¿No sería agradable?”. Morrow (Babou Ceesay), el oficial cyborg de la nave estrellada USCSS Maginot, dice a sus perseguidores. “Ser todo máquina, en lugar de las peores partes de un hombre”. Pero ¿sería bueno, o solo fácil? Un mundo de vehículos autónomos, máquinas expendedoras, chatbots y parlantes inteligentes podría aceitar la maquinaria de la humanidad, pero es una línea muy delgada. Alien: Planeta Tierra da la señal de alarma contra la desaparición y mercantilización de la propia humanidad en el próximo siglo. Es una cruda advertencia de que estamos en el precipicio, utilizando las herramientas del género que, a lo largo de los años, han expuesto una y otra vez nuestros miedos existenciales.
‘Alien: Planeta Tierra’ está disponible en Disney+ para Latinoamérica y en Hulu en EE. UU.
Traducción de Martina Telo