Nuevo álbum de Justin Bieber ‘Swag’ muestra al cantante en todas sus incómodas facetas
En su séptimo álbum, la estrella del pop canadiense se debate entre el sexo, Dios y la autocompasión
El lanzamiento sorpresa de un álbum —popularizado por el disco homónimo de Beyoncé en 2013; un hecho sin precedentes hasta entonces, ahora una pieza clave en el ecosistema de la industria musical— se ha transformado en la exhibición suprema de creatividad: un artista tan rebosante de ideas, productividad y poder en la industria que puede prescindir de la típica maraña de anuncios y promociones. Es Kendrick, que después de destrozar a Drake, vuelve para un segundo round. Es Eminem, que nos recuerda lo icónico que es. Es Taylor, con un álbum doble, de hecho.
Pero en el caso de Justin Bieber, su lanzamiento sorpresa es extrañamente revelador, una nueva confirmación del letargo artístico que ha plagado su trabajo más reciente, y la desafortunada visión de un hombre que parece hallarse en una incómoda encrucijada entre el sexo, Dios y la autocompasión.
Swag, el séptimo álbum de Bieber, oscila entre los sonidos de sensuales sesiones improvisadas de los ochenta, y los arrullos del cantante sobre una serie repetitiva de sintetizadores nos recuerdan (siendo generosos) a Michael Jackson a mitad de su carrera, o (si no lo somos) a Zayn Malik en sus comienzos. La primera canción, “All I Can Take”, es lo mejor del disco, con la voz de Bieber, a veces tensa, envuelta en una agradable reverberación y acompañada de las ocurrentes notas de un piano. Sugiere un álbum de pop optimista, pero el tono de Swag cambia en cuestión de segundos. “Daisies” tiene un fresco toque country; “Yukon” es un fragmento tembloroso de melancolía al estilo de SZA, en el que la voz de Bieber es tan aguda que podrías jurar que no se incluyó al artista invitado en la lista de canciones.
A partir de ahí, empieza la repetición. Bieber oscila entre canciones de amor cansinas (“Esa es mi nena, es icónica”, alardea en “Go Baby”) e interludios hablados tan desconcertantes como mortificantes, en los que Bieber asiente mientras el comediante de Internet Druski le dice exactamente lo que quiere oír. “‘Dios mío, se está volviendo loco’... No, creo que simplemente está siendo un ser humano”, dice Druski en un momento dado, en una discusión sin rodeos sobre las especulaciones que han surgido en el último tiempo en torno a la salud mental del cantante. “En este [álbum] suenas como negro, hermano”, menciona Druski en otro momento. “Tu piel es blanca, pero tu alma es negra, Justin”. Dios nos libre.

Más adelante, una colaboración con el rapero Sexyy Red es una calamidad sin escrúpulos. “Me gustan las sábanas pegajosas, haré que tus sábanas se sientan calientes”, expresa Bieber en tono monótono, con todo el erotismo de una auditoría fiscal. “Sigue acariciándome el ego / ¿Me estás acariciando el...?”, insinúa en “Too Long”, una seductora canción al mejor estilo New Edition. “Solo deja tu boca ahí”. Estos cortes morbosos, casi explícitos, contrastan torpemente con otros cortes más devotos. En un demo vocal, Bieber canta “Gloria a Dios en las alturas”, mientras que el álbum se completa con un canto al Señor del cantante de gospel Marvin Winans.
¿Qué lugar ocupa Bieber en todo esto? No queda claro. Nos da la idea de que está arrepentido, pero solo un poco. (Y de qué, quién sabe.) Nos queda la sensación de que su matrimonio con la modelo y empresaria Hailey Bieber puede ser algo inestable, pero en el fondo es sólido (“Te di un anillo... Te dije que cambiaría / Es sólo la naturaleza humana, esta creciente agonía”, insiste sobre los suaves graves de un 808 en “Walking Away”). Vemos a un Bieber empapado de lujuria... pero sobre todo, a uno con una evidente adoración por Jesús.
Tal vez nada de esto importe: si eres un belieber de toda la vida, probablemente estés acostumbrado a los cambios de tono de su material para adultos. Pero más allá de sus devotos más acérrimos, Bieber sigue siendo más una curiosidad que una fuerza creativa consistente y coherente: Swag no hará mucho por cambiar la conversación.
Traducción de Martina Telo