Whoopi Goldberg, Piers Morgan y Joe Rogan son parte del mismo problema
Louis Chilton analiza el poder que los presentadores de programas de entrevistas han llegado a tener sobre la opinión pública, desde las diatribas de Piers Morgan hasta el hecho de que Goldberg no pudiera reconocer la naturaleza del antisemitismo de los nazis
A veces se siente como si viviéramos en una era de indignación sin fin. Parece que cada semana nos ofrece un nuevo escándalo de alguna celebridad, alguien fuera del aire dejando escapar un comentario racista, intolerante u ofensivo. Se enfrentan a un nuevo tipo de “debido proceso”: castigo en las redes sociales, seguido de una disculpa (o bien una reafirmación y acusaciones contra la “¡cultura de la cancelación!”). Luego, cada vez que se mencione su nombre durante las próximas semanas, meses o años (dependiendo de la gravedad), resonará un recordatorio de la transgresión. Se dice que todo es efímero en la era digital, pero las palabras equivocadas aún pueden adherirse como engrudo. A principios de esta semana, la actriz y presentadora de programas de entrevistas Whoopi Goldberg estuvo en el centro de una de esas controversias, luego de sugerir en su programa de televisión estadounidense The View que el Holocausto “no se trató de la raza”. “Esos son dos grupos de personas blancas”, dijo en ese momento. Luego habló sobre este comentario durante una entrevista para The Late Show, donde le dijo al presentador Stephen Colbert: “Como persona negra, pienso en la raza como algo que yo puedo ver”. Goldberg se disculpó en Twitter y escribió: “Lamento el daño que causé”. ABC, la cadena televisiva que transmite The View, anunció posteriormente que ella sería suspendida del programa durante dos semanas.
El incidente por lo menos ha abierto la puerta a una conversación pública útil sobre la naturaleza del antisemitismo, por ejemplo este discurso ampliamente difundido de David Baddiel, pero también sigue siendo un sombrío ejemplo de lo que puede suceder cuando los presentadores de programas de entrevistas subestiman el poder que tiene su plataforma y el sentido de responsabilidad que debería acompañarla. (El año pasado, The View se convirtió en el programa de entrevistas de mayor audiencia en EE.UU., con un promedio de 2,74 millones de televidentes cada episodio). Piers Morgan, que siempre logra hacer que todo se trate de él, no desaprovechó la oportunidad de contrastar la suspensión corta de Goldberg con el despido definitivo de Sharon Osbourne de otro programa estadounidense de entrevistas, The Talk. Osbourne salió del programa el año pasado luego de hablar en defensa de Morgan, quien se vio envuelto en su propio escándalo y salió del programa británico de entrevistas Good Morning Britain. (El escándalo fue por la perorata de Morgan al aire sobre Meghan Markle, en la que sugirió que no creía en las afirmaciones que ella hizo de haber tenido pensamientos suicidas).
Los arrebatos de las celebridades no se limitan al mundo de los programas de entrevistas. Pero hay algo en el formato que es particularmente propicio para la controversia. Con la mayoría de las celebridades, existe cierto nivel de separación entre el arte y el artista. Puedes amar la música de Van Morrison incluso si no estás de acuerdo con sus puntos de vista abiertos sobre el covid-19; o puedes disfrutar de la actuación de Sean Penn en Licorice Pizza incluso si crees que sus comentarios sobre los temas de género suenan como los delirios de un intolerante incoherente. Una respuesta común que se le lanza a cualquier actor o músico que habla sobre política es que debe “limitarse a actuar o tocar música”. Esto está mal, por supuesto, tienen tanto derecho a decir lo que piensan como todos los demás, pero da fe del papel inestable que la celebridad moderna tiene en la mente del público. ¿Deberíamos escuchar a estas personas, o simplemente deberíamos consentirlas por su trabajo y luego ignorarlas? Para mucha gente, a menudo la segunda opción es la elegida. Sin embargo, en el ámbito de los programas de entrevistas diurnos es un poco distinto. Mientras que los programas de entrevistas nocturnos, ostensiblemente el hermano más ilustre del género diurno, casi se han convertido en una plataforma destinada a las anécdotas divertidas y con verdades a medias que contarías en una fiesta, los programas diurnos se preocupan más por temas referentes al mundo real. El caso es que personas como Goldberg y Osbourne ejercen una enorme influencia cuando se presentan en estos programas. No se trata solo de la cantidad de personas que los ven, sino de la razón por la cual los ven. La gente no se involucra tanto con los programas de entrevistas porque quiera escuchar las noticias o para tener una vía de escape de la cotidianidad. Los ve porque quiere escuchar opiniones. Quieren “perspectivas”. Cuando habla en The View, Goldberg deja de ser una actriz más y se convierte en una autoridad implícita sobre cualquier tema que se esté discutiendo.
Esta es una de las razones por las que hubo tanta indignación por los comentarios de Piers Morgan sobre Meghan Markle en GMB el año pasado. Como finalmente dictaminó Ofcom, la transmisión de los comentarios no violó ningún lineamiento. “El código permite que las personas expresen puntos de vista que estén bien fundamentados y tengan argumentos sólidos, incluidos aquellos que son potencialmente dañinos o altamente ofensivos”, escribió el organismo de control. Morgan tenía derecho a opinar, y se encargó de hacerlo a los cuatro vientos. Pero esto no cambia el hecho de que su posición como presentador le otorgaba una autoridad inherente para muchos de los espectadores de GMB.
Es un problema similar al que se encuentra en el centro de la indignación continua que enfrentan Spotify y su podcastThe Joe Rogan Experience. El servicio de streaming fue condenado por ofrecer en exclusiva el programa de entrevistas, en el que Rogan y sus invitados han defendido afirmaciones desacreditadas e inexactas relacionadas con el covid-19 y las vacunas. En mayor medida que muchos presentadores de programas de entrevistas, Rogan tiende a dejar que sus entrevistados dirijan la dirección y los temas de los episodios. Pero no debemos pasar por alto su propia función como portavoz; el comediante tiene una gran cantidad de seguidores devotos que toman sus opiniones demasiado en serio. No se puede permitir que la responsabilidad recaiga únicamente en el invitado, o peor aún, en el oyente.
Para Ellen DeGeneres, la confianza entre la audiencia y los presentadores en realidad ha trabajado en su contra. Cuando su programa estaba en medio de una crisis de relaciones públicas el año pasado luego de las acusaciones de un ambiente de trabajo “tóxico”, la queja principal de muchos espectadores no fue el maltrato reportado de la celebridad hacia el personal, sino el hecho de que esto parecía contradecir al personaje implacablemente feliz de DeGeneres en pantalla. Dirigir un programa exitoso de entrevistas no es como aceptar un papel de actuación. Es un microculto a la personalidad, construido alrededor de una persona real. Y todas las personas son falibles.
Si conduces un programa varios días a la semana durante años, inevitablemente cometerás errores. Es algo humano. Pero hay errores que son inocuos y otros que tienen el potencial de provocar daños graves en el mundo real. Goldberg y los de su calaña harían bien en recordar cuánto poder tienen.