Soy rusa-americana: sé que todos quieren hacerme la misma pregunta, así que aquí está la respuesta
Siento que no puedo escribir nada remotamente matizado sin que los medios estadounidenses me dejen sin empleo y al mismo tiempo se emita una orden para detenerme inmediatamente si aterrizo en Rusia; estoy temblando un poco mientras escribo esto
Cuando Ucrania fue invadida, mi respuesta inicial fue de sorpresa. Ni yo ni ninguno de mis amigos rusos pensamos que eso realmente sucedería y, una semana después, todavía estamos tratando de averiguar cómo o por qué sucedió.
Fue devastador ver las imágenes de personas acurrucadas en estaciones de metro, de una mujer que lloraba frente a un edificio bombardeado, de un hombre que sostenía a un cachorro contra su pecho mientras corría. Al sentarme en mi sofá frente al televisor, me descubrí meciéndome de un lado a otro.
También me sentí muy mal por la gente en Rusia. La mayoría de los rusos tienen amigos o parientes en Ucrania. En mi experiencia, el peor tipo de ansiedad es tener miedo por tu propia vida, y lo único peor es no saber si alguien a quien amas está bien.
Las sanciones también están golpeando muy duro a los rusos. El rublo ha caído a un mínimo histórico y se forman largas filas alrededor de los cajeros automáticos porque existen temores de que ocurra una falla en la banca electrónica. Se rumora que denunciar la guerra, incluso en las redes sociales, ahora se castiga con hasta 20 años de prisión. Las prohibiciones de vuelos y en el espacio aéreo han dejado a muchos ciudadanos rusos con la sensación de que están atrapados dentro del país. Y luego está el temor de que todo empeore y se convierta en una guerra nuclear.
Ahora es el momento de que todo se trate de mí. Como rusa-estadounidense, no soy ajena a la rusofobia. Escribí [en inglés] sobre eso durante la crisis de Crimea en 2014, y ahora me he vuelto a preparar: las miradas furtivas de sospecha tan pronto como le dices a alguien que eres “rusa”. Puedes sentir que se alejan de ti, como si tu propia existencia constituyera una amenaza.
Hasta ahora, he visto algunos motivos de preocupación: un restaurante ruso fue destrozado en Washington D. C. y un amigo en Irlanda envió una foto desde un pub con un letrero de neón que decía “No seas ruso”, pero, en general, tanto las redes sociales como las noticias parecen estar tratando de resaltar el hecho de que miles de rusos han estado protestando por la guerra (con gran riesgo para sus vidas) y que los propios ciudadanos rusos están sufriendo y no tienen la culpa. Parece haber habido un cambio cultural que se aleja de la demonización, los estereotipos y los crímenes de odio desde 2014, y es alentador verlo.
Pero algunas cosas siguen siendo iguales. A menudo he descrito que ser rusa-estadounidense es como ser hija de padres amargamente divorciados, y eso sigue siendo cierto. Veo a Putin y Biden y, al igual que con mis padres, debo gritarles: “AMBOS están equivocados. Ahora, ¿pueden reconciliarse para que podamos cenar ya?”.
Siento que no puedo escribir nada remotamente matizado sin que los medios estadounidenses me dejen sin empleo y al mismo tiempo se emita una orden para detenerme inmediatamente si aterrizo en Rusia. Estoy temblando un poco mientras escribo esto.
También me estoy preparando para la pregunta inevitable: “Si estalla una guerra activa entre Estados Unidos y Rusia, ¿de qué lado estarás?”. ¿La respuesta honesta? No tengo idea, ya que la piedra angular de mi identidad siempre ha sido que soy tanto rusa como estadounidense, y me niego a elegir entre ambos. Ser llamada “agente doble” por personas que han visto demasiados episodios de The Americans suele ser divertido, pero no siempre.
Ver bares y licorerías verter vodka en las alcantarillas (una práctica ridícula, por cierto, ya que Stoli se fabrica en Letonia y Smirnoff en Estados Unidos) plantea otras preguntas. Como contratista independiente, algunos de mis clientes son empresas rusas. “¿Se supone que debo cortar los lazos con ellos a modo de protesta? ¿Soy una especuladora de la guerra si no lo hago?”, me pregunto mientras le echo un vistazo a mi departamento sin ascensor en un segundo piso y que decididamente no es lujoso. La inhabilitación de SWIFT, el sistema de mensajería global que permite las transacciones bancarias internacionales, para varios bancos rusos, significa que, en la práctica, es muy poco probable que algunas de estas empresas puedan pagarme de todos modos. Bromeo y digo que supongo que tendré que reunirme con un hombre con portafolios en Central Park y decirle una clave como: “Volgogrado es muy frío en esta época del año”. Los rusos siempre recurren al humor negro en momentos como estos, pero la verdad es que no es tan divertido, ya que me he encariñado mucho con el hecho de comer.
Los aspectos emocionales e ideológicos de las sanciones también son difíciles. ¿Se supone que debo decirle a algunas de estas personas, personas que me dieron otra oportunidad después de que incumplí con una fecha de entrega cuando estuve enferma, personas que me hicieron pagos por adelantado cuando estaba en números rojos durante la pandemia de covid-19, personas que han sido compasivas conmigo cuando les dije que necesitaba un descanso porque estaba demasiado abrumada, se supone que debo decirles que ya no puedo trabajar con ellas? ¿Debido a una decisión que ellos no tomaron, a una invasión con la que no tuvieron nada que ver?
Como siempre, los políticos toman decisiones, y es la gente común la que sufre. Y yo, como rusa-estadounidense, una vez más me encuentro en tierra de nadie.