Kansas votó contra prohibir el aborto. Si los republicanos conocieran a sus votantes, lo habrían visto venir
¿Qué salió mal para las personas tan decididas a revocar los derechos de las mujeres? Basada en mis viajes por Texas, Oklahoma y Alabama durante los últimos años, creo que tengo una idea
Cuando llegó la noticia de que Kansas había votado en contra de prohibir el aborto en el estado, el país se tomó un respiro. No fue una votación reñida, o con una baja participación. A pesar de estar programada para agosto, un mes de verano en el que históricamente la participación es más baja, sobre todo entre los demócratas, 800.000 personas acudieron a las urnas para votar sobre la enmienda a la Constitución de Kansas. Justo después de la medianoche, se hizo evidente que el “no”, el lado que se oponía a cambiar la Constitución para prohibir el aborto, había ganado, ya que los conteos mostraron que llevaba una ventaja de 20 puntos.
Esta fue claramente una elección que sacudió a la gente. En 2018, las elecciones primarias de Kansas, que en sí mismas fueron un asunto importante, solo contaron con la mitad de esa cantidad de votantes.
Al sur de Kansas se encuentra Oklahoma, un estado con una ley “gatillo”, la cual estipula que la prohibición del aborto se activaría de forma inmediata, después de que la Corte Suprema revocara Roe vs. Wade y prohibiera todos los abortos “desde la concepción” (obviamente, debido a que los abortos solo se pueden realizar después de la concepción, eso significa una prohibición total del aborto). Al este de Kansas se encuentra Missouri, el cual tiene un “proyecto de ley de latidos del corazón” que prohíbe funcionalmente el aborto después de cuatro semanas de embarazo real. Al norte está Nebraska, donde el aborto es actualmente legal, pero cuyo gobernador dijo hace poco que consideraba prohibir el aborto con excepciones solo para salvar la vida de la madre. En otras palabras, Kansas no se encuentra en un vecindario donde los activistas contra el aborto puedan esperar perder.
Entonces, ¿qué salió mal para las personas tan decididas a revocar los derechos de las mujeres? Basada en mis viajes por Texas, Oklahoma y Alabama en los últimos años, creo que tengo una idea.
En Tuscaloosa, Alabama, hablé con una mujer que llevaba un rosario y tenía una iconografía católica en el tablero de su auto. “No digo que apoye el aborto”, dijo. “No estoy a favor del aborto”. Pero agregó que algunas jóvenes “se meten en situaciones” que no merecen. Ella pensó que deberían poder tener la elección privada de qué hacer con sus cuerpos. No creía que fuera correcto quitarles su autonomía. Entonces, a pesar de decir que “no estaba a favor” del aborto, estaba a favor del derecho a decidir, y tenía la intención de votar de esa manera si alguna vez llegaba a un referéndum.
Afuera de la Corte Suprema en Washington D. C. el día que se anuló Roe vs. Wade, hablé con un joven de Missouri. Me dijo con seriedad que no creía que el aborto debería permitirse “en todas las circunstancias”, pero cuando le pregunté a qué circunstancias se refería, aclaró que se refería a “después del nacimiento”. Él pensó que las mujeres merecían tomar la decisión de acceder a una interrupción del embarazo mientras el feto estaba en el útero, contó. A pesar de haber sido criado como religioso y “provida”, había pensado mucho en el tema desde que la Corte se volvió conservadora, e incluso acudió a D. C. para tratar de entablar una conversación con antiguos antiabortistas como él. Si bien algunas personas pueden pensar que su posición es un poco absurda, ¿quién cree que el aborto ocurre después de que nace un niño? No es raro que los activistas contra el aborto difundan información errónea sobre los bebés nacidos que son asesinados después del nacimiento por médicos infames. De hecho, Donald Trump expresó más de una vez durante los mítines previos a las elecciones de 2020 que había “oído hablar” de que se mataba a bebés que lloraban de esta manera. Cuando creces en un pueblo rural en un estado como Missouri, no es raro que te digan que así es como se ve el aborto.
Durante los primeros días de la pandemia, entrevisté a una pareja joven en Texas que pasaba por el peor momento de su vida. Llevaban mucho tiempo tratando de embarazarse y habían recibido la feliz noticia unos meses antes de que la mujer estaba embarazada de mellizos. Solo unas semanas después, a la noticia la siguió un diagnóstico devastador: ambos gemelos padecían múltiples anomalías y eran incompatibles con la vida. Si se completaba el embarazo, morirían al nacer o unas horas más tarde. La pareja, que eran votantes de Trump y republicanos de toda la vida, se sorprendió cuando les dijeron que una ley pandémica que prohibía temporalmente los abortos en Texas, precursora de una prohibición permanente que se instauró más tarde, significaba que no podían interrumpir el embarazo mediante medicamentos. Vulnerables y antes de la vacunación, condujeron a través del estado hasta Nuevo México para pagar de su bolsillo un procedimiento costoso que acabó con sus ahorros. Me dijeron que nunca supieron que las personas por las que votaron apoyarían algo como esto. Los republicanos, pensaban, creían en la libertad de elección.
Y en la frontera entre Texas y Oklahoma, en julio de 2020, hablé con un hombre que había asistido a una reunión política de derecha en un pueblo idílico junto al agua. Una extraña combinación de personas se presentó al evento: el político británico Brexiteer Nigel Farage fue un orador allí, y también lo fue un sacerdote evangélico. Mientras el sacerdote protestaba contra el aborto, otro hombre con el que hablé era miembro de los libertarios locales y repartía panfletos sobre la libertad para todos. Le pregunté si le molestaba involucrarse con evangélicos acérrimos, una persona que creía por encima de todo en la libertad. Se encogió de hombros y asintió un poco, y me dijo que era “ceder”.
La pareja de Texas que viajó a Nuevo México no quiso ser nombrada en mi artículo porque temían el estigma del aborto. Provenían de un barrio conservador y habían oído hablar de personas “provida”, pero no se habían preguntado qué significaba eso en realidad. Aunque es posible que lo hayan dicho en el umbral de la puerta de un activista antiaborto, no habrían votado a favor de una prohibición total del aborto, y no tenían la intención de que sus votos republicanos fueran vistos como un respaldo a tal posición.
La votación de esta semana en Kansas muestra lo poco que sabe el Partido Republicano sobre sus votantes. A pesar de que las estadísticas muestran que la mayoría de los estadounidenses, el 61 por ciento, cree que el aborto debería ser legal, un pequeño grupo de republicanos está convencido de que ese porcentaje solo representa a las “élites costeras”. En realidad, también representa a los residentes rurales y del sur del estado que pueden sentirse incómodos con la idea del aborto tardío (un procedimiento bastante raro que pro lo usual solo se realiza para salvar la vida de una madre moribunda), pero aún más incómodos con legislar en contra de los derechos de las personas a la autonomía corporal. Es importante destacar que esta es la primera votación en el país que de verdad le pregunta a los votantes dentro de un estado qué piensan sobre el aborto como un tema específico.
Los republicanos hacen campaña, mes tras mes y año tras año, sobre la “libertad”: la libertad de poseer tantas armas como se quiera, la libertad de los altos impuestos, la libertad de pagar y elegir su propia atención médica en lugar de depender de un sistema controlado por el estado. En mítines en todo el país, los políticos republicanos, y candidatos como Trump, interpretan ‘God Bless the USA’ como su apertura antes de subir al escenario, generalmente comienzan con la línea: “Estoy orgulloso de ser estadounidense / Donde al menos sé que yo soy libre”. A los estadounidenses de derecha les gusta imaginarse a sí mismos como rudos individualistas felices de vivir en un mundo donde los mercados son libres y lo que sucede dentro de casa es un asunto privado, invulnerable por parte del gobierno.
En este contexto, la prohibición del aborto tiene muy poco sentido. Es difícil convencer a la gente de que se debe sacar la educación sexual de las escuelas porque es un “asunto privado de familia” y al mismo tiempo decir que el estado debe legislar contra lo que sucede dentro del útero de las mujeres. Es difícil venderse como un amante de la libertad cuando también cree en el parto forzado. Tanto los progresistas como los libertarios responden a esa hipocresía con inquietud. Y, como vimos en Kansas esta mañana, muchos irán a las urnas y les harán saber a sus representantes que no es eso lo que eligieron cuando votaron en rojo.
Veremos qué pasa en las elecciones de medio mandato.