Si estás enojado por la boda de Malala, el problema eres tú

La joven activista fue acusada de hipocresía y atacada en Twitter tras anunciar su feliz noticia, ¿cuándo será lo bastante buena?

Hafsa Lodi
Domingo, 14 de noviembre de 2021 12:13 EST
(Twitter)
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El martes, Malala Yousafzai compartió una fotografía donde aparece con un tradicional shalwar kameez rosa, de la mano de un hombre paquistaní al que presentó como “Asser", su nuevo marido. Los dos acababan de celebrar una pequeña nikkah, o ceremonia de boda islámica, en su casa en Birmingham.

La imagen fue reenviada en mi grupo familiar de WhatsApp, que abarca cinco países y tres generaciones. “Se ve preciosa” y “elegante y sofisticada” fueron los comentarios de mis tías, mientras que mi prima respondió con: “¡Belleza e inteligencia!”. Otro envió un simple emoji de corazón. Sin embargo, cuando abrí Instagram y Twitter, vi que otras reacciones no eran tan simples ni amables.

Lo que debería ser un asunto positivo y de celebración, por sorpresa provocó mucha controversia en línea, donde los detractores de Malala aprovecharon la ocasión para criticar a la joven de veinticuatro años. Muchos la llaman hipócrita por esta cita suya que apareció en la edición de julio de 2021 de British Vogue: “Todavía no entiendo por qué la gente tiene que casarse. Si quieres tener una persona en tu vida, ¿por qué tienes que firmar papeles de matrimonio, por qué no puede ser solo una unión?”.

He vuelto a leer esta declaración en numerosas ocasiones y todavía no me parece, bueno, nada por lo que enfadarme. La historia era personal sobre las pasiones, ambiciones y creencias de una recién graduada universitaria y, como cualquier persona que haya tenido veinticuatro años te dirá, nuestras creencias pueden cambiar. Quizás Malala expresó con franqueza sus opiniones y caprichos del momento, y poco después conoció a un joven, tuvo una epifanía y se enamoró. No es una hipócrita por decidir "cambiar de opinión" sobre el matrimonio, sea cual sea la historia de fondo.

De hecho, la reacción fue tan violenta que Malala se sintió obligada a escribir un ensayo para Vogue donde explica sus comentarios anteriores: “No estaba en contra del matrimonio, solo estaba siendo cautelosa con su práctica. Cuestioné las raíces patriarcales de la institución, los compromisos que se espera que hagan las mujeres después de la boda y cómo las leyes relativas a las relaciones se ven influenciadas por las normas culturales y la misoginia en muchos rincones del mundo. Temía perder mi humanidad, mi independencia, mi feminidad; mi solución era evitar casarme en absoluto”, escribe, y enumera las formas en que el matrimonio había fallado a muchas niñas con las que creció. Afirma que su recién descubierta relación con su esposo le permite practicar un tipo diferente de matrimonio, uno subrayado con “igualdad”, “justicia” e “integridad”.

Algunos han construido a Malala en sus mentes como un símbolo extremo del antipatriarcado, y creen que al casarse con un hombre, ella se ajusta a las normas culturales con las que luchó tan duro para escapar. Pero no podemos obligarla a mantener ideales tan pesados y en blanco y negro, también es cierto que no podemos equiparar las actitudes culturales que fomentan el matrimonio (que no siempre es patriarcal) con aquellas que pueden conducir a la violencia contra las mujeres.

Los sentimientos anti-Malala no son nada nuevo entre los paquistaníes y musulmanes, que durante mucho tiempo mantuvieron reservas sobre lo que simboliza de forma exacta la joven premio Nobel de la Paz. Alentada por su padre desde una edad temprana a ejercer su derecho a la educación en el valle Swat de Pakistán, Malala recibió un disparo en la cabeza de una facción de los talibanes por su activismo. Tenía quince años. Casi una década después, ahora con sede en el Reino Unido, se convirtió en un símbolo de los derechos de las mujeres en el sur global. Sin embargo, los paquistaníes siguen preocupados. Algunos dicen que se convirtió en la cara del selectivo movimiento occidental para “liberar” a las mujeres musulmanas, mientras que otros cuestionan su organización y si tiene alguna influencia real en las asociaciones, embajadas y causas que defiende de manera pública. En 2013, su autobiografía, I am Malala, fue prohibida por escuelas privadas en Pakistán, y cuando visitó el país en 2018, algunas incluso celebraron el día “anti-Malala”.

Muchos han señalado que facciones extremistas como los talibanes solo existen debido al colonialismo occidental, y que estas ideologías fundamentalistas islamistas son, por tanto, un subproducto del imperialismo británico y la intervención estadounidense. Que Occidente se autoproclame entonces como el “salvador blanco” de Malala es de verdad inquietante en el gran esquema de las cosas. Pero al mismo tiempo, llevar a Malala al fuego cruzado refuerza una narrativa dañina de “nosotros contra ellos”. Hay mucho que decir sobre el discurso actual sobre la supuesta “civilidad” de Occidente y la “barbarie” de Oriente, pero esas conversaciones se pueden tener sin centrar a una mujer joven que no ha hecho nada malo.

Malala es portavoz de la igualdad de género y los derechos humanos. Habla sobre la causa palestina, crea conciencia sobre las tragedias que ocurren en Afganistán y Cachemira y, como Mensajera de la Paz de la ONU y cofundadora del Fondo Malala, tiene la plataforma y el respaldo para defender la educación femenina. ¿Qué más queremos de ella, en realidad?

Malala no ha abandonado su cultura, solo sus elementos tóxicos, que, la verdad, deberían encender las llamas activistas en todos los paquistaníes. Por desgracia, esos elementos tóxicos aún la persiguen en línea, donde el público somete la vida de esta valiente joven al tipo de escrutinio que asumen las estrellas de un reality como Love Island. Detrás de los premios, reconocimientos y títulos glamorosos, Malala también es humana. Es una mujer joven en la flor de la vida y acaba de compartir uno de los momentos más emocionantes de su vida en línea, lo que ha reabierto las compuertas para el odio.

Pero, ¡oh, desgracia!, el universo Twitter se enciende, y lo que empezó con unos críticos que la consideraban “hipócrita” se convirtió en opinadores que diseccionaron el anuncio de la boda de Malala para mostrar sutiles pistas de su continua batalla contra el patriarcado. ¿Se calculó su uso de la palabra “socios” en lugar de los términos tradicionales “marido y mujer”? ¿Y el hecho de que no haya etiquetado ni mencionado el nombre completo de Asser en la publicación fue debido a un “juego de poder”? Uno no puede evitar pensar que sería mucho más maduro y productivo solo escribir “Felicitaciones” y seguir adelante.

He patrullado Twitter todo el día, todavía en estado de shock por la cantidad de falta de respeto que los compatriotas y mujeres de Malala están dispuestos a repartir en línea. Aunque me advierto que debo abstenerme de involucrarme, no puedo evitar hacer clic en “retuit” al ver un mensaje de la autora paquistaní Bina Shah: “Malala no quiere casarse, la gente está molesta. Malala se casa, la gente está molesta. Quizás eres tú, no Malala”.

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