Rusia bombardeó un hospital de maternidad y Occidente dejó que lo hiciera
Si Putin se hubiera enfrentado antes con una resolución firme, ahora no estaría tentando su suerte. Como un soldado con una bayoneta, empuja hacia el oeste y solo ha encontrado blandura
Bombardear un hospital de maternidad es una atrocidad, por definición. La única razón posible para que suceda podría ser que se tratara de daños colaterales o que fuera un accidente. Pero los rusos tienen otra historia.
El ministro de relaciones exteriores de Rusia, Sergei Lavrov, declaró en una conferencia de prensa que los rusos lo atacaron deliberadamente porque no se utilizaba como una unidad de maternidad, sin importar lo que digan los periodistas occidentales. Lavrov explicó a un mundo incrédulo que, contrario a las imágenes publicadas por los medios de comunicación responsables, no era un hospital sino una instalación militar, tomada por el Batallón Azov de Ucrania y “otros [grupos] ultraderechistas” “radicales”.
Lavrov explicó que estos extremistas ya habían “expulsado” a las madres. De ahí lo que Lavrov llamó “protestas patéticas sobre las llamadas atrocidades” y la cobertura sesgada de los medios. Se puede pensar que se vio a una mujer en avanzado estado de gestación que se llevaban en una camilla, pero el ministro de relaciones exteriores de la Federación Rusa la llama una renegada neonazi, o tal vez una actriz, o un escudo humano (que no es justificación para el ataque de todos modos). Lavrov invita al mundo a sacar sus propias conclusiones.
Ese es el lado de Rusia de la historia, una atrocidad contra la verdad misma, lo último en gaslighting (manipulación psicológica). Si vas a mentir, supongo que también podrías hacerlo a lo grande. Pero el mundo ya ha sacado sus conclusiones sobre lo que puede ver, no solo en Mariupol sino en muchos otros lugares de Ucrania, al igual que las atrocidades y crímenes de guerra anteriores cometidos por los rusos y sus títeres en Siria, Georgia y Chechenia.
No debe haber equívocos; esto es sobre Putin y sus boyardos. Todo el espíritu de las fuerzas armadas rusas es de un desprecio por la vida, incluidas las vidas de los jóvenes reclutas desconcertados a quienes se les dijo que serían bienvenidos por una población agradecida. El fin siempre justifica los medios. Incluso si Putin no autorizó personalmente la destrucción de hospitales, su ejército sabe que no le importará. Así que siguen adelante y los niños quedan enterrados bajo los escombros, porque son neonazis. De todos modos, Lavrov admitió que sabían lo que hacían.
Por culpables que sean Putin y sus secuaces, Occidente también es responsable de esta tragedia. Si Putin se hubiera enfrentado antes con una resolución firme, ahora no estaría tentando su suerte. Como un soldado con una bayoneta, empuja hacia el oeste y solo ha encontrado blandura. Si en algún momento hubiera detectado una determinación real de luchar por parte de Occidente, se habría detenido.
En cambio, encontró apaciguamiento, colaboración y nerviosismo. Barack Obama estableció sus líneas rojas sobre Siria, Putin pasó sobre ellas, y no ocurrió nada. Donald Trump destrozó su propio servicio de seguridad frente a los medios de comunicación del mundo en la cumbre de Helsinki con Putin a su lado. Trató de entablar amistad con Putin y halagarlo. Cuestionó de forma abierta el futuro de la OTAN, y Putin sacó sus propias conclusiones. Trump firmó un inútil tratado de rendición con los talibanes, y Joe Biden lo cumplió a toda prisa, con la humillante retirada de Kabul. A Afganistán, que según era un aliado crucial, lo abandonaron a su espeluznante destino.
Biden y todas las potencias de Europa occidental le dieron a Putin la debida notificación de que no lucharían por Ucrania y que no harían mucho más que imponerle las habituales sanciones simbólicas. Lo dejaron apoderarse de Crimea con poco más que unas modestas barreras al comercio con Rusia y una elocuente indignación de Obama.
¿Qué se suponía que iba a pensar Putin sobre Occidente después de una década y media de amenazas vacías? Nos apuntó con su bayoneta y nunca encontró el duro acero de una respuesta militar creíble. ¿Qué haría de verdad Occidente si invadiera Ucrania?
En serio, ¿qué haría? Ni siquiera la atrocidad de Mariupol provocará la intervención occidental. Ni siquiera se prestará a los ucranianos ni un solo y viejo avión MiG para que puedan defender a sus ciudadanos contra la próxima atrocidad.
Entonces, debido a eso, habrá más atrocidades. Se habla con inquietud sobre el uso de armas químicas, la línea roja que Obama estableció en Siria y luego se le olvidó. Tal vez después recurren a las armas nucleares en el campo de batalla, u organicen una milicia rusa sustituta para colocar una bomba nuclear en la plaza Maidan. Pase lo que pase, Putin puede estar seguro de que no enfrentará represalias ni acciones militares directas.
Detrás de la debilidad de Occidente se encuentra la opinión pública, sobre todo en EE.UU. porque la OTAN sin EE.UU. no es nada. La razón por la que Obama, Trump y Biden no lograron contener a Putin fue porque sabían que las “eternas” guerras extranjeras son veneno electoral. No importa mucho quién esté en la Casa Blanca porque EE.UU. se volvió aislacionista.
EE.UU. no quiere pelear por Georgia, Siria o Ucrania, como tampoco quiere pelear más por Afganistán o Irak. EE.UU. se cansó de la guerra, comprensiblemente. Pero a menos que se prepare para amenazar con una guerra y esté preparado para pelear una, el mundo nunca conocerá la paz y muchos más hospitales serán bombardeados.
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