¿Descubrimiento o invasión? Crece el movimiento que busca la descolonización
La deuda histórica con los pueblos originarios se mantiene siglos después de la llegada de los europeos a América, cada día crecen las voces que recuerdan que las tierras fueron arrebatas a quienes ya las habitaban, de esto escribe Soledad Villa
La ofensiva armada de una nación poderosa sobre otra con menos capacidad, para reclamar su territorio como propio, tal como hace Rusia con Ucrania, es hoy un acto que se condena desde las esferas del poder y los medios de información, sin embargo, hace siglos, se llamó “conquista” y “descubrimiento” aunque, en términos prácticos, fueron hechos similares.
Cada vez son más las personas que rechazan la conmemoración del “Día de la Raza” junto con el concepto de la colonización y sus efectos nocivos en las sociedades latinoamericanas, en las que aún puede verse el rezago de poblaciones enteras que fueron sometidas a la esclavitud y el saqueo; despojadas de su sabiduría y relegadas a la servidumbre, el analfabetismo y la discriminación.
Cristóbal Colón llegó a América el 12 de octubre de 1492, aunque apenas tocó las islas del Caribe y murió pensando que se trataba de una región desconocida de Asia, en los libros de historia se dice que descubrió el nuevo continente, cuando existen pruebas de que antes que él llegaron los vikingos y otros europeos, por lo que ya había intérpretes entre los habitantes.
Hasta entonces, “América había permanecido aislada del continente euroasiáticoafricano desde hacía 300 millones de años, cuando se desprendió de aquella gran masa de tierra conocida como Pangea”, según dijo la doctora Gisela Von Wobeser.
Su hazaña no fue menor, el navegante genovés cambió el mapa y la historia del mundo. A pesar de que, contrario al popular mito, ya había una amplia difusión del conocimiento de que la Tierra es redonda, los asesores de los reyes católicos descartaron que fuera posible un viaje tan largo, por lo tanto, la expedición de las carabelas contribuyó más bien a los estudios para medir la extensión de nuestro planeta.
Sin embargo, el costo humano y ecológico fue muy alto.
La idea de que los conquistadores trajeron “progreso” durante la conquista tampoco es del todo acertada. Si bien los pueblos originarios vivían todavía sin conocer inventos como la pólvora, el hierro o el tabaco, había un avance significativo en el uso de los recursos, en ciencias como las matemáticas, la astronomía, la filosofía y la agricultura, entre muchos otros, que quedaron sepultados bajo el avance implacable de una cultura extranjera que impuso sus usos y costumbres a “hierro y plomo”.
Gran parte de la cultura prehispánica se perdió o quedó sepultada bajo las catedrales a lo largo y ancho del territorio mesoamericano, lo que impide a diferentes naciones reconocerse en su pasado y reconciliarse con sus expresiones, su color de piel y su razón de vivir.
Tampoco existía en América el concepto de la esclavitud, aunque sí el de sometimiento, pues se conoce que los pueblos más grandes y fuertes exigían tributo a los más pequeños y débiles, como el caso de los aztecas y los tlaxcaltecas.
Existía un sistema de castas basado en el conocimiento, la fuerza o la cercanía con los dioses y, al no haber religión monoteísta, tampoco se creía en el concepto de “familia” fidelidad o monogamia, como el que trajo el catolicismo con la conquista.
El trabajo no era extenuante, pues los pueblos originarios tenían una fuerte relación con la tierra, a la que respetaban sin explotar, además, el sentido comunitario era la regla y no hay registros de que hubiera algún sector o población discriminada o desprotegida. Se trataba de una sociedad colaborativa que tenía claro que todos contribuyen.
Los españoles llamaban “promiscuos” y “flojos” a los nativos, sin embargo, se trataba más bien de diferencias culturales que los europeos no aceptaron. Se dispusieron a emparejar a los adultos en matrimonio, a bautizar a los niños y reducir a las mujeres a tareas domésticas.
Siendo superiores a nivel militar, los europeos sometieron a los indígenas, que en un principio los confundieron con dioses. A la conquista siguió la esclavitud; con el pretexto de la evangelización, hubo tortura y masacres de quienes se negaron a adoptar una nueva fe. Las tierras fueron arrebatadas de quienes las habían trabajado por siglos y se impuso un nuevo orden social, con los europeos en lo más alto y sus hijos mestizos por debajo.
No es de extrañarse que las familias latinoamericanas aún funcionen como una especie de clanes. Sin embargo, con la destrucción de la colaboración, en lugar de la guía de los más sabios, la sociedad tuvo entonces la norma de los religiosos como centro de su vida, con una catedral también, al centro de sus pueblos.
Se cambió la trascendencia de las acciones por el miedo al infierno y la relación con la tierra y el entorno por la presencia mística de un dios castigador.
La enfermedad que terminó con el 90 por ciento de los indígenas
“Con base a las matrículas de tributo recogidas por los españoles se calcula que eran 11 millones. No obstante, y debido a las enfermedades, la curva demográfica se desplomó a tal punto que, para mediados del siglo XVII, sobrevivían apenas un millón 500 mil”, asegura Wobeser.
Mientras en América no se conocía la medicina occidental, también eran desconocidas diversas enfermedades infectocontagiosas que asolaban al resto del mundo desde siglos antes. Según los estudios de la UNAM, en el siglo XVI murieron 90 por ciento de los indígenas y se cambió el cultivo en pequeñas parcelas por la agricultura extensiva propia de los europeos.
"Dios consideró adecuado enviar la viruela a los indios y hubo una gran pestilencia en la ciudad", relató el soldado y cronista Francisco de Aguilar sobre la epidemia que llegó desde Europa en 1520 y mató a casi 4 millones de nativos americanos.
“Las gentes se van acabando con gran prisa, no tanto por los malos tratamientos que se les hacen, como por las pestilencias que Dios les envía. En 1520, cuando echaron de México por guerra a los españoles, hubo una pestilencia de viruelas donde murió casi infinita gente. Después de haber ganado los españoles esta Nueva España, en 1545 hubo una pestilencia grandísima y universal, donde murió la mayor parte de la gente que en ella había. Ahora, en agosto de 1576, comenzó una pestilencia universal y grande, la cual ha ya tres meses que corre, y ha muerto mucha gente, y muere y va muriendo cada día más”, escribió fray Bernardino de Sahagún.
La conquista de la tierra
La tierra también sufrió el embate de la colonización, pues desde 1493, los europeos regresaron con naves cargadas de granos, frutas y verduras jamás vistas en la región, como las viñas, garbanzos, melones, hortalizas y cañas de azúcar que de inmediato plantaron en la región.
Los españoles replicaron aquí la agricultura extensiva, basada en monocultivos que ocupaban grandes extensiones de tierra, que contrastó con la siembra intensiva de los nativos que producían grandes cantidades de policultivos en pequeñas parcelas.
Poco después llegaron animales extraños a estas tierras, y el impacto que significó al ecosistema fue irreversible, pues mamíferos domésticos como las vacas, cerdos, caballos, asnos, mulas, cabras y borregos, se reprodujeron a niveles inusitados, por lo que no pasó mucho tiempo cuando comenzaron a vagar por la región consumiendo todo a su paso.
Esto derivó en un desequilibrio ecológico provocado por la erosión de la tierra, la destrucción de gran parte de la flora original y la aniquilación de la biodiversidad existente, como puede constatarse en Zacatecas que hoy es árida y con poca vida.
La misión por descolonizar la identidad americana
No es posible ya contar la historia de las naciones americanas sin la intervención europea, sin embargo, es indispensable encontrar en el pasado prehispánico la riqueza cultural que aún habita en sus diferentes sociedades.
Rechazar el clasismo que todavía rige en el continente, recuperar la urgente relación con la tierra y radicar en la identidad la labor colaborativa, son parte del movimiento que busca sanar las heridas que dejaron 500 años de dominación extranjera.
No sirve ya la “disculpa” que algunos reclaman desde el otro lado del océano, sino el reconocimiento del otro desde un pasado común que abra espacios y oportunidades a aquellos que tienen siglos en el olvido.