Adiós y que no vuelva: Christian Horner debió irse hace mucho
El poder alimenta el ego, escribe Gemma Abbott. Y el ego, tarde o temprano, provoca la caída
Confirmado: Christian Horner deja su puesto. Ya no dirige Red Bull Racing.
El hombre que alguna vez desfiló por el paddock con la arrogancia de un villano de Bond y la seguridad laboral de un miembro de la realeza, finalmente recibió un billete de salida del garaje de Red Bull.
“Red Bull liberó a Christian Horner de sus funciones operativas con efecto inmediato”, anunció el miércoles la empresa matriz, Red Bull GmbH, en un comunicado.
Para dejarlo claro: esto no es un artículo para celebrar que alguien pierda su trabajo. Pero si alguna caída en desgracia parecía inevitable y, me atrevería a decir, tardía, es la de Christian Horner.
La razón oficial de su salida no se ha revelado por completo. No tengo dudas de que las declaraciones están siendo revisadas con lupa, que los equipos de relaciones públicas trabajan sin descanso y que los abogados vigilan cada palabra. Sin embargo, hay algo que sí está claro: Red Bull parece haber decidido que ya no está dispuesta a cargar con el costo de las consecuencias mediáticas, los conflictos internos y el drama constante fuera de pista que rodeó a Horner como una nube tóxica durante demasiado tiempo.
Y aunque quizá nunca sepamos con certeza cuál fue la gota que colmó el vaso, sí podemos intuir de qué dirección vino.
El liderazgo de Horner en Red Bull Racing siempre generó división. Sobre el papel, su currículum impresiona: múltiples campeonatos de constructores, una cantera constante de talento y un equipo que logró destronar a la dinastía Mercedes. Bajo su mando, Red Bull dejó de ser un experimento publicitario de bebidas energéticas para convertirse en la fuerza más dominante de la Fórmula 1.
Pero detrás de escena, desde hace tiempo circulaban comentarios sobre una cultura de control, una inclinación a la microgestión y un estilo de liderazgo que confundía asertividad con arrogancia.
Horner nunca escaseó en bravuconadas ni en enemigos. Ya fuera enfrentándose a Toto Wolff, minimizando tensiones internas entre sus pilotos o justificando órdenes de equipo polémicas con una sonrisa cínica, Horner aprendió a esquivar las críticas y a proyectar una imagen de invulnerabilidad.
Y esa imagen acaba de reventar como un neumático trasero a plena velocidad.
Y aunque conviene ser cauteloso al trazar vínculos directos, es imposible hablar de la caída de Horner sin mencionar lo ocurrido la temporada pasada: enfrentó acusaciones de conducta inapropiada con una empleada del equipo.
Las denuncias fueron rechazadas con firmeza y no derivaron en sanciones formales, pero dejaron una marca imborrable. Red Bull, le gustara o no, arrastraba un problema cultural. Y Horner se encontraba en el centro de ese problema.
Lo que vino después fue una temporada marcada por la distracción. Los titulares dejaron de centrarse en el dominio de Max Verstappen o en las mejoras técnicas del monoplaza para girar en torno a intrigas internas, investigaciones de recursos humanos y rumores de que Red Bull se volvía ingobernable fuera de pista.
Incluso cuando la tormenta amainó, quedó la sensación de que Horner ya no lideraba: estorbaba. Y eso es un riesgo serio en un deporte donde la imagen, el patrocinio y el relato mediático pesan tanto como el rendimiento en la pista.
No hay que olvidarlo: Horner no era solo el director del equipo. Era el rostro de Red Bull Racing y, en muchos sentidos, la voz no oficial del paddock. Cuando las cadenas necesitaban una entrevista antes de la carrera, Horner siempre estaba disponible. Sabía manejar las cámaras y el discurso.
Pero con el poder viene el ego. Y con el ego, tarde o temprano, llega la caída, especialmente cuando el rendimiento ya no alcanza para tapar el ruido que viene de adentro.
También resulta revelador que Red Bull haya decidido actuar justo a mitad de temporada. El historial de victorias de Horner ya no bastaba para sostenerlo en el cargo. Eso dice mucho sobre lo que probablemente venía ocurriendo tras bambalinas.
Aquí hay una moraleja. Y no se trata solo de Horner. La Fórmula 1 siempre ha convivido con personajes polémicos, decisiones implacables y fronteras borrosas entre lo personal y lo profesional. Pero el deporte está cambiando.
Los patrocinadores exigen responsabilidad. El personal, seguridad y respeto. Y los aficionados, integridad. Los días de mirar para otro lado y de barrer escándalos bajo la alfombra de fibra de carbono se están acabando. Lentamente, sí. Pero de forma inevitable.
En ese nuevo contexto, Christian Horner empezó a parecer un hombre fuera de su tiempo. Su salida no es solo una decisión de recursos humanos: es una señal. Una señal de que ni siquiera las figuras más exitosas son inmunes al escrutinio. De que la cultura importa. Y de que la reputación, una vez resquebrajada, no siempre resiste la presión.
¿Qué le espera a Horner? Una larga pausa en el deporte parece inevitable. Tal vez venga una gira de rehabilitación mediática. ¿Un libro? ¿Un cameo en Fórmula 1: Drive to Survive si la serie decide abrazar el drama con tintes de tragedia shakespeariana?
Para Red Bull, esto podría ser un verdadero punto de inflexión. Una oportunidad no solo para redefinir su estructura de liderazgo, sino también para reconstruir su cultura interna. Para demostrar que pueden dominar sin generar caos, liderar sin intimidar y evolucionar junto al deporte que ayudaron a transformar.
Y para el resto del paddock, es momento de tomar nota. La Fórmula 1 puede moverse rápido, pero el karma también sabe alcanzar la meta.
Traducción de Leticia Zampedri