Mi bebé murió después de que mi esposo lo dejó en un auto caliente, ¿podré perdonarlo?
No podía decidir a qué se aferraba el amor y si todavía había. No del tipo físico, porque todavía no podía soportar que me tocara. No del tipo emocional, ya que solo había apatía en el espacio donde una vez vivió el afecto
“Te hubiera salido más fácil si te hubieras divorciado de él”, dijo mi abogado con severidad y arrojó mi expediente sobre la mesa de madera con un clac. “Ahora también eres una responsabilidad legal, y la ley funciona de tal manera que también apareces en la petición de negligencia”.
“Pero hay vidas humanas en juego”, respondí, mientras sentía cómo las emociones emanaban de mi pecho. “Lo amo, ¿eso no importa?”.
Estaba sentada en la oficina de mi abogado, el olor a madera envejecida impregnaba mis sentidos. La pared, cubierta de tratados legales encuadernados. Un mes antes, a Kyle, mi esposo durante doce años y un cariñoso padre amo de casa, se le olvidó llevar a nuestro hijo de quince meses a la guardería. Nuestro hijo, Ben, se quedó en el auto y falleció de hipertermia en el asiento trasero. Se inició una investigación con los servicios de menores de Connecticut de inmediato, lo que me obligó a analizar minuciosamente mi matrimonio.
Durante un tiempo, cuestioné si, en los años posteriores a nuestra tragedia, podría quedarme con mi esposo —un hombre al que una vez amé sin reparos— después de que sus acciones causaran la muerte de mi hijo. Inmediatamente después, viví con dos emociones a la vez: amor e ira. Nuestro antiguo amor alegre y apasionado se había ido; sin embargo, el núcleo de alguna emoción relacionada permaneció en mi corazón, ya sea simpatía o compasión. Mientras contemplaba lo que significaría el divorcio para nuestra familia, no podía imaginarme vivir sin él ni cómo mis hijas se verían afectadas por la destrucción de nuestra antigua unidad familiar feliz y fuerte. Un padre cariñoso, dos hijas unidas a él, todo desaparecería en un instante.
Después de nuestra mudanza para escapar de la atención de los medios y la comunidad, Kyle se unió a nosotras en Colorado. Juntos, como familia, hacíamos caminatas por los senderos en zigzag cerca de nuestra casa; el área densamente arbolada brindaba una especie de refugio seguro para que pudiéramos sanar juntos. Estaba aprendiendo a reconstruir nuestras vidas, pero no sabía cómo reconstruir el amor. Mientras miraba a Riley, mi hija menor, sentada sobre sus hombros sonriendo de oreja a oreja, no podía decidir a qué se aferraba el amor y si todavía había. No del tipo físico, porque todavía no podía soportar que me tocara. No del tipo emocional, ya que solo había apatía en el espacio donde una vez vivió el afecto. Como no sentí ninguna emoción conocida en absoluto, me resigné a darme cuenta de que el amor tenía que estar en otro lugar, en algún lugar más profundo, en un lugar en el que aún tenía que aventurarme.
¿Cómo podría quedarme con él en estas circunstancias insondables? Pero, ¿cómo podría vivir sin la persona que yo sabía en lo más profundo de mi corazón que era mi alma gemela? Anhelaba querer dejarlo, pero sabía que era solo por despecho y un dolor que me abrasaba los huesos. El hilo dorado de nuestro matrimonio era lo que ambos habíamos creado con amor: nuestros hijos. La vida de felicidad que alguna vez tuvieron mis hijas se quedó en Connecticut cuando las ruedas de nuestro avión despegaron, una seguridad en el amor de dos padres que atesoraban hasta la médula. Una inocencia que yo no podía pasar por alto ni abandonar con facilidad.
Internamente, luché contra diversas emociones día a día. Dolor, pena, insensibilidad, una iteración de amor, esperanza intermitente y siempre fe. Mientras tanto, estaba dispuesta a sacrificar partes de mí misma por mi familia, con la esperanza de que algún día volveríamos a estar juntos como lo habíamos estado antes, aunque en una versión diferente y más fuerte. Era pura determinación en los peores momentos. Trataría de construir un amor por el hombre que se había sacrificado por mí y me apoyó en mis horas más oscuras luchando contra el trastorno bipolar en mi edad adulta joven. Trataba de ocultar mi dolor al ver las risas jubilosas de las niñas jugando con su padre, cuando Ben ya no estaba. Nos comprometeríamos a luchar contra la avalancha de emociones para construir una conexión más profunda, aunque diferente, en el futuro. Su único trabajo era permitirme el espacio para simplemente sentir cada emoción que pasaba por mi alma.
Mientras escribo esto hoy, estoy agradecida de que pudimos reconstruir nuestra casa de amor, un ladrillo sólido a la vez, con la ayuda de las manos de nuestras niñas prósperas. Fue su amor lo que nos ayudó. Aunque anhelo los días pasados de emociones puras, estoy dispuesta a conformarme con las formas sencillas y tranquilas de amor que ahora hemos establecido. Los momentos viendo partidos de fútbol, riendo en la cocina mientras bailamos y cocinamos, escuchando las carcajadas de mi hija menor por la casa, un suave toque de manos entrelazadas en el momento más inesperado. Ahora me doy cuenta de que valía la pena luchar por la vida por la que luchamos tanto por fundar a lo largo de los años. A veces, solo tienes que decidir luchar contra el dolor y la herida, en honor a algo más grande. Y eso puede ser tan simple como la risa de un niño en el aire fresco de la noche.
Traducción de Michelle Padilla