¿Quién es Sylvia Méndez y por qué su lucha ha sido crucial para la igualdad educativa en EEUU?
Durante casi tres décadas, la activista se ha dedicado a llevar un mensaje de esperanza a los estudiantes latinos para que no olviden la lucha que inició su padre para terminar con la segregación racial en las escuelas
Han pasado 78 años, pero en la mente de Sylvia Méndez aún se mantiene fresco el recuerdo de la peor humillación que ha sufrido en su vida: ser rechazada en la escuela por su color de piel.
Era septiembre de 1944 y Sylvia tenía solo ocho años. Había acudido con su tía Soledad Vidaurri, sus dos primas y sus dos hermanos a inscribirse a la escuela 17th Street, ubicada en Westminster, en el condado de Orange, California. Todos iban felices ante la perspectiva de que pronto estudiarían juntos en el plantel del nuevo vecindario al que se habían mudado. Pero esa alegría pronto se tornó en desconcierto e incredulidad cuando en la escuela le dijeron a su tía que podían aceptar a sus hijas porque eran de tez blanca, pero no a Sylvia y a sus hermanos porque eran de color oscuro.
“Aquí no aceptamos mexicanos, llévelos a la escuela Hoover”, recuerda Sylvia que le dijeron de manera seca y tajante a su tía en la escuela 17th Street, donde los pensaba inscribir.
Consternada y sin dar crédito a lo que le habían dicho, Soledad salió de la escuela con sus hijas y sobrinos que no entendían bien qué había pasado, solo que era algo muy malo. “Mi tía estaba en shock, se sintió muy ofendida y no inscribió ahí a sus hijas. Al llegar a la casa, le contó a mi padre lo que había pasado con la voz quebrada por el llanto”, relata Sylvia, una mujer de mirada vivaz y amplia sonrisa, desde la sala de su hogar en la ciudad Fullerton, en California.
El padre de Sylvia, Gonzalo Méndez, pensó que se trataba de un malentendido. Fue personalmente a la escuela. Pero ahí el director del plantel y las autoridades de la Junta de Educación le confirmaron que sus hijos tenían que ingresar a una escuela especial para mexicanos.
Gonzalo era un hombre de carácter fuerte y determinado. Se había mudado recientemente con su esposa Felicitas y sus tres hijos a Westminster para encargarse de una finca cuyos dueños japoneses habían sido internados en un campo de concentración en Texas debido al estallido de la Segunda Guerra Mundial. El hombre, nacido en Chihuahua, México, estaba decidido a que sus hijos tuvieran la mejor educación posible y no se conformó cuando le dijeron que los tenía que llevar al plantel Hoover, que era solo un jacal en medio de pastizales para vacas rodeado de rejas electrificadas.
Inicio de la lucha contra la segregación
Pese a que en esa época era legal que a los niños pertenecientes a minorías se les negara el ingreso a las escuelas para anglosajones, Gonzalo no se intimidó. Sabía que se trataba de una injusticia y que, aunque los mexicanos no tenían voz ni voto, él estaba dispuesto a luchar con todas sus fuerzas para terminar con esa arbitrariedad.
Para empezar su lucha, se unió con otras cuatro familias mexicanas que estaban en la misma situación y recurrió a LULAC (Liga de Ciudadanos Latinoamericanos Unidos), donde le recomendaron que contratara a David Marcus, un abogado que tenía una gran reputación en Los Ángeles porque había logrado que se terminara con la nefasta práctica de excluir a los mexicanos de las albercas y parques públicos angelinos.
La segregación racial era una práctica común en esos años y no se limitaba a las escuelas sino a muchos espacios públicos como hoteles, restaurantes, parques y teatros. Esa práctica tenía sus bases legales en una disposición aprobada por la Suprema Corte en 1896.
En el condado de Orange, en California, la segregación racial comenzó a practicarse de manera sistemática a partir de 1913, cuando miles de mexicanos empezaron a establecerse en esa región por la inestabilidad generada a causa de la Revolución Mexicana de 1910 y por la necesidad de mano de obra creada por el surgimiento de la Primera Guerra Mundial.
Aunque estaban conscientes de los retos legales que enfrentaban, Gonzalo y los otros cuatro padres de familia mexicanos que se unieron a él presentaron el 2 de marzo de 1945 una demanda federal en la que exigían un alto a la segregación racial contra los mexicanos en las escuelas. Bajo la guía de LULAC y del abogado Marcus, los demandantes alegaron que esa práctica era inconstitucional porque violaba la Enmienda 14 que garantiza la igualdad de los estadounidenses.
Tras una intensa batalla legal, finalmente el Distrito Escolar de Westminster le ofreció a Gonzalo inscribir a sus hijos en la escuela 17th Street, a cambio de que desistiera de la demanda. Pero,como cuenta Sylvia, él se rehusó.
“Mi papá decidió seguir adelante con la demanda porque pensó que no solo iba a luchar por los derechos de sus hijos sino por los de todos los niños del estado”.
Fallo a favor de la familia Méndez
La visión y valentía de Gonzalo fructificaron. El 18 de febrero de 1946, el juez Paul J. McCormick dictó un fallo a favor de la familia Méndez al declarar que “uno de los principales requisitos en el sistema estadounidense de educación es la igualdad social”.
Aunque los distritos escolares del área apelaron el caso, perdieron. El 14 de abril de 1947, el Tribunal de Apelaciones del Noveno Circuito en San Francisco sostuvo la decisión del juez McCormick. Esto permitió que los niños Méndez, junto con otros miles de estudiantes latinos en Orange, pudieran asistir por primera vez a clases integradas.
El caso se cerró cuando, meses después, el 14 de junio de 1947, el entonces gobernador de California Earl Warren firmó una ley que prohibió la segregación racial en las escuelas del estado.
Historiadores y expertos en educación coinciden en que el caso Méndez fue decisivo para que años después terminara la segregación racial en todas las escuelas de Estados Unidos.
A juicio del historiador Charles Wollenberg, el abogado Thurgood Marshall, quien actuó como fiscal en la demanda conocida como Brown vs la Junta de Educación, basó gran parte de sus argumentos para eliminar la segregación racial en las escuelas en el caso Méndez.
Wollenberg destaca que otra figura muy importante en esta lucha fue la de Earl Warren, quien después de gobernar California, se convirtió en jefe de la Suprema Corte de Justicia cuando se discutía la legalidad de la segregación racial en las escuelas.
Warren, según Wollenberg, utilizó todas sus habilidades políticas para convencer a los miembros de la Suprema Corte de Justicia de que en “el campo de la educación pública, la doctrina de ‘igual, pero separado’, no tiene lugar”.
Activismo de Sylvia
Pese a la enorme importancia del caso Méndez para terminar con la segregación racial en las escuelas de todo el país, muy pocos lo conocían. Esto era motivo de gran pesar para Felícitas, la madre de Sylvia, quien quedó viuda en 1994. “A mi mamá le daba mucha tristeza que no se supiera que un grupo de mexicanos había luchado para terminar con la segregación escolar. Por eso, en 1995, tres años antes de morir, ella me hizo prometerle que yo iba a luchar para que la historia se diera a conocer y sirviera de inspiración”, cuenta Sylvia.
A partir de entonces, Sylvia se ha dedicado en cuerpo y alma a cumplir el último deseo de su madre. Renunció al empleo de enfermera que había desempeñado durante 33 años y, de manera incansable, recorre escuelas, se presenta en foros y habla con estudiantes y padres de familia de todo el país sobre la importancia de la tolerancia racial y el valor de la educación.
Sus esfuerzos han rendido frutos. Hoy existen planteles que llevan el nombre de sus padres en California, Oklahoma y Texas. Y en 2007, el Servicio Postal de Estados Unidos emitió una estampilla conmemorativa sobre el caso Méndez.
Sylvia ha obtenido también numerosos reconocimientos, entre ellos la Medalla a la Libertad que le otorgó el 14 de febrero de 2011 el entonces presidente Barack Obama.
“Ella ha cumplido con su misión de defender el mensaje de tolerancia y oportunidad para todos los niños de todos los orígenes”, aseguró Obama en la ceremonia de entrega de ese galardón en la Casa Blanca.
Para Sylvia, el haber recibido esa medalla es un motivo más para seguir con su misión. “Siento un gran orgullo por este reconocimiento que no solo es para mis padres sino para todos los latinos que luchan por una mejor educación para sus niños. Es una prueba de que, si luchamos, podemos avanzar. No hay imposibles”, aseguró poco después de haber sido galardonada.
Hoy, a sus 85 años, Sylvia continúa de manera decidida con su misión. Aunque camina despacio y con la ayuda de un bastón, cuenta la historia de sus padres con el entusiasmo de siempre, en espera de inspirar a quienes la oyen a valorar la gran oportunidad que tienen de educarse sin que nadie los haga sentir que no tienen derecho a ello.
Persistencia de la segregación
Sylvia, sin embargo, está consciente de que la lucha por la igualdad educativa no ha terminado. La segregación racial en las escuelas persiste, no por razones legales sino económicas y políticas y se ha exacerbado a causa del covid-19 y del cierre de muchos planteles.
Actualmente, según un artículo publicado por The Atlantic, más de la mitad de todos los estudiantes asisten a distritos escolares con una alta concentración racial (más del 75 por ciento son blancos o de otro grupo étnico) y cerca del 40 por ciento de los estudiantes negros asisten a escuelas donde entre el 90 y el 100 por ciento de los estudiantes no son blancos.
En esa misma publicación, la académica Emily Richmond indica que a nivel nacional las escuelas están más segregadas ahora que a finales de la década de 1960 debido, entre otras causas, a la redistribución de distritos, a la aversión de muchas comunidades para permitir viviendas para gente de bajos recursos y a una decisión de la Suprema Corte que hizo ilegal que los distritos escolares pudieran usar las clasificaciones raciales para reducir la segregación racial.
Las consecuencias de esta segregación han sido documentadas por muchos expertos a lo largo de los años: los estudiantes de minorías resultan particularmente afectados porque asisten a escuelas con menos recursos. Y, al final del día, todos los estudiantes pierden pues se les niega la oportunidad de convivir con grupos diversos que son el reflejo de la sociedad en que vivimos.
Para Sylvia, el consejo es no darse por vencidos. Tanto los padres como los niños tienen que hacer su máximo esfuerzo para obtener una educación de calidad y buscar mejores oportunidades. Y repite su mantra favorito: “Si luchamos, no hay imposibles”.