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Calzado de lujo impulsa caucho sostenible en la Amazonía

Veja, una costosa marca mundial de calzado deportivo, está produciendo suelas para zapatillas hechas de caucho nativo de la Amazonía brasileña en colaboración con cooperativas locales de recolectores de caucho

Fabiano Maisonnave,Tatiana Pollastri,Eraldo Peres
Jueves, 19 de enero de 2023 10:20 EST

El recolector de caucho Raimundo Mendes de Barros se prepara para salir de su casa, rodeada de selva tropical, para hacer un encargo en la ciudad amazónica brasileña de Xapuri. En sus largos pies de 77 años, llenos de cicatrices, calza un par de zapatos deportivos Veja, una marca francesa de lujo.

A primera vista, los costosos zapatos urbanos con detalles en blanco parecen fuera de lugar en medio de un bosque tropical fangoso, pero aquí han convergido dos mundos distantes para producir suelas hechas de caucho nativo amazónico.

Veja está trabajando con una cooperativa local llamada Cooperacre, que ha revitalizado la producción de un producto forestal sostenible y ha mejorado la vida de cientos de familias de siringueros, como se conoce a los trabajadores que extraen caucho. Es un proyecto que, aunque de escala modesta, ofrece un ejemplo de la vida real de cómo es posible vivir de forma sostenible en la selva.

“Veja y Cooperacre están haciendo un trabajo fundamental para los que vivimos en la selva. Están haciendo que los jóvenes regresen. Han reavivado la esperanza de trabajar con el caucho”, expresa a The Associated Press Rogério Barros, el hijo de 24 años de Raimundo, mientras demuestra cómo sacar caucho de un árbol en la propiedad de la familia en la Reserva Extractiva Chico Mendes.

Las reservas extractivas en Brasil son tierras apartadas propiedad del gobierno en las que la gente se gana la vida mientras mantiene el bosque en pie.

El caucho alguna vez fue fundamental para la economía de la Amazonía. Su primer boom se produjo a principios del siglo XX. Miles de personas migraron tierra adentro desde el empobrecido noreste de Brasil para trabajar en la selva, a menudo en condiciones similares a la esclavitud.

Ese auge terminó abruptamente en la década de 1910, cuando las plantaciones de caucho en Asia comenzaron a producir a gran escala. Pero durante la Segunda Guerra Mundial, Japón cortó el suministro, lo que llevó a Estados Unidos a financiar el reinicio de la producción de caucho en la Amazonía.

Después de la guerra, el comercio de látex de la zona volvió a caer, incluso mientras miles de familias continuaban trabajando en malas condiciones para los patrones del sector. En la década de 1970, estas personas relativamente ricas comenzaron a vender tierras a ganaderos del sur, aunque —en la mayoría de los casos— en realidad no eran propietarios, sino que sólo tenían concesiones porque estaban bien conectados con funcionarios del gobierno.

Estas ventas de tierras provocaron la expulsión a gran escala de los caucheros de la selva. Esa pérdida de medios de vida y la deforestación para dar paso a la ganadería es lo que impulsó al famoso ambientalista Chico Mendes —junto a un primo de Barros— a fundar y liderar un movimiento de caucheros. Mendes fue asesinado por su activismo en 1988.

Después del asesinato de Mendes, el gobierno federal comenzó a crear reservas extractivas y evitar que la selva se vendiera para dar paso al ganado. La reserva Chico Mendes es una de ellas, pero la historia no terminó con la creación de las reservas. Los intentos del gobierno de promover el látex, incluida una fábrica de condones de propiedad estatal en Xapuri, no lograron generar un ingreso confiable.

Lo que distingue a la operación de Veja es que a los siringueros ahora se les paga muy por encima del precio de las materias primas por su caucho. En 2022, la familia Barros recibió 4,20 dólares por kilo de caucho extraído de su finca. Antes, ganaban una décima parte de esa cantidad.

Este precio que paga la empresa de calzado a los recolectores incluye bonos por cosechas sostenibles más el reconocimiento del valor de preservar la selva, explica Sebastião Pereira, quien está a cargo de la cadena de suministro de caucho amazónico de Veja. Los caucheros también reciben prestaciones federales y estatales por kilo.

Veja también paga bonificaciones a los siringueros que emplean las mejores prácticas y a las cooperativas locales que les compran directamente. Los criterios van desde la deforestación cero hasta el manejo adecuado de los árboles de caucho. Los mejores productores también reciben un par de zapatos como premio.

Unas 1.200 familias de 22 cooperativas locales repartidas en cinco estados amazónicos producen el caucho de Veja: Acre, sede de la Reserva Extractiva Chico Mendes, Amazonas, Rondonia, Mato Grosso y Pará.

Todo el caucho va a la planta de Cooperacre en Sena Madureira, en el estado de Acre, donde la materia prima es cortada, lavada, triturada en pedazos más pequeños, calentada, pesada, empaquetada y finalmente enviada a las fábricas que Veja contrata en el estado industrializado de Rio Grande do Sul, miles de kilómetros al sur, así como al estado de Ceara, en el noreste de Brasil.

Desde allí las zapatillas se distribuyen a muchas partes del mundo. Durante los últimos 20 años, Veja ha vendido más de 8 millones de pares en varios países y mantiene tiendas en París, Nueva York y Berlín. La cantidad de caucho amazónico que compra se ha disparado: de 5.000 kilos (11.023 libras) en 2005 a 709.500 kilos (1,56 millones de libras) en 2021, según cifras de la empresa.

Sin embargo, no han cambiado las reglas del juego para la selva en la Reserva Extractiva Chico Mendes, donde viven casi 3.000 familias. Ha repuntado el avance ilegal de la ganadería, un problema añejo. La deforestación en la zona se ha triplicado en los últimos cuatro años, en medio de las políticas del expresidente Jair Bolsonaro, quien fue derrotado en su intento por ganar la reelección y dejó el cargo a fines del año pasado.

Hace mucho tiempo que la ganadería reemplazó al caucho como la principal actividad económica de Acre. Casi la mitad de la mano de obra rural del estado está empleada en la ganadería, donde solo el 4% vive de los productos de la selva, principalmente las nueces brasileñas.

Según un estudio económico de la Universidad Federal de Minas Gerais, el 57% de la producción económica de Acre proviene del ganado. El caucho constituye menos del 1%.

Rodeado de pastos para ganado y una carretera pavimentada —el punto de entrada para la deforestación—, Chico Mendes tiene la tercera tasa más alta de deforestación de cualquier reserva protegida en Brasil.

La creciente presión de la ganadería sobre la reserva, que ya ha perdido el 9% de su cubierta forestal original, incluso llevó a Veja a montar su propio sistema de seguimiento por satélite.

“Nuestra plataforma muestra una región específica donde la deforestación es rampante. Así que podemos ir allí y hablar, pero somos conscientes de que nuestro papel es ofrecer una alternativa y crear conciencia”, advierte Pereira a la AP en una entrevista telefónica. “Tenemos cuidado de no cruzar la línea, ya que la autoridad pública debe ser la que haga cumplir la ley”.

De acuerdo con Roberta Graf, quien dirige la rama en Acre de la asociación de autoridades ambientales federales, la experiencia de Veja es esencial, pues ha mostrado que hay una vía sostenible dentro de las reservas extractivas. Sin embargo, para lograr eso, argumenta, se requiere un esfuerzo conjunto que incluya al gobierno en diferentes niveles, organizaciones sin fines de lucro y de base.

“Las comunidades de la selva todavía valoran mucho la explotación del caucho. Disfrutan ganándose la vida con el látex”, dijo la funcionaria a la AP en una entrevista en su casa en Rio Branco, la capital de Acre. “Hay muchos productos de la selva: copaiba, andiroba (aceites vegetales), nueces brasileñas, cacao silvestre y semillas. Lo ideal debería ser trabajar con todos ellos de acuerdo con lo que cada reserva pueda ofrecer”.

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La cobertura climática y medioambiental de The Associated Press recibe el apoyo de varias fundaciones privadas. La AP es la única responsable de todo el contenido.

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