Pueblo costero venezolano ayuda a conservar tortugas marinas en peligro de extinción

Nueve crías de tortuga marina Cardón, la más grande del mundo, son liberadas en la costa central de Venezuela luego salir de los huevos originalmente depositados en una extensa playa recuperada por iniciativa de ambientalistas y los habitantes del pequeño pueblo de La Sabana, para garantizar que esa zona siga siendo un hábitat apto para su reproducción

Juan Pablo Arrez
Martes, 18 de julio de 2023 11:27 EDT

Nueve crías de tortuga marina Cardón, considerada la más grande del mundo, fueron liberadas en la costa central de Venezuela luego salir de los huevos originalmente depositados en una extensa playa recuperada por iniciativa de ambientalistas y los habitantes del pequeño pueblo de La Sabana con el objetivo de garantizar que esa zona siga siendo un hábitat apto para su reproducción.

En conjunto, ambientalistas y voluntarios de La Sabana, localizada a unos 52 kilómetros al noreste de Caracas, recolectan los huevos de esos reptiles en peligro de extinción y los protegieron de los depredadores para luego liberarlos al mar.

Una vez que son liberadas las tortugas, la mayoría de ellas posiblemente no lograran sobrevivir, pero "para mí el darle un chance a la tortuga ya es un éxito”, explicó a The Associated Press Braulio Castillo, un activista ecológico y artista plástico de 52 años, que llegó a la región hace más de 12 años y se vinculó al Proyecto de Conservación y Protección de Tortugas Marinas La Sabana.

De acuerdo con los expertos, en Venezuela anidan cinco de las siete especies de tortuga marinas conocidas en el mundo a lo largo de sus más de 2.800 kilómetros de costas frente al mar Caribe. Mientras en La Sabana suelen llegar cuatro de ellas, en particular la tortuga Verde (Ichelonia Mydas) y la tortuga Laúd o Cardón (Dermochelys Coriacea), que puede alcanzar los 2 metros de longitud y superar los 500 kilos.

El proyecto apunta asimismo a concientizar a la comunidad y a promover el desarrollo de un turismo que genere un impacto mínimo sobre el medioambiente. El objetivo es que como lo han hecho desde tiempos tan antiguos, del cual no hay memoria de cuándo empezó, “ellas seguirán volviendo aquí”, acotó Castillo.

Eso va a depender de la actitud de comunidad por preservar este lugar de anidación. “En eso estamos, es una labor permanente”, agregó el activista.

Entre los logros de la comunidad están el haber promovido ante las autoridades regionales la iniciativa para que declararan la playa de La Sabana, de unos 3,7 kilómetros de largo, como zona protegida para la conservación de las tortugas marinas. Esto dio un marco legal en marzo del año pasado que puso fin a los ruidosos festejos nocturnos de los turistas y el paso de vehículos de doble tracción sobre la arena fina, donde también se realizaban competencias de autos que diezmaban los nidos.

Ese “turismo no es el que queremos, un turismo invasivo, un turismo que lo único que dejaba era basura”, dijo Castillo. La propuesta de los activistas a los pueblos costeros es que impulsen su economía con un turismo “sustentable, equilibrado y armónico con la naturaleza”, añadió.

Cada año las tortugas regresan para depositar sus huevos en la playa donde nacieron, en ocasiones hasta tres décadas después, independientemente que la ribera del mar haya sufrido cambios, según el activista. Los huevos se incuban en un promedio de siete a diez semanas, dependiente de la calidez de la arena donde fueron puestos. En La Sabana usan viveros para ese fin.

Los voluntarios de La Sabana —que suelen recorrer por horas las playas en busca de los nidos— además ayudan en el registro de estos quelonios, reptiles que se caracterizan por tener cuatro extremidades cortas, mandíbulas córneas, sin dientes y el cuerpo protegido por un caparazón duro que cubre su pecho y espalda.

Las tortugas tienen la protección de “tantas mamás, tantos papás, tantos tíos; tienen bastante gente que las ampara” en el pueblo, dijo Inés Izaguirre, una voluntaria y maestra jubilada, de 56 años. “Eso es muy lindo”

Izaguirre, que siempre participa en las liberaciones, eligió ser “madrina” de una de las crías y la animó durante su trayecto al mar ante la mirada emocionada de algunos visitantes, entre ellos Mariel Salas, una comerciante de 34 años, que llegó junto a su familia a la playa.

“Llegué un poquito tarde, pero logré verla”, señaló Salas, destacando que vio a la última cría en adentrarse el mar.

“No hay palabras para describirlo, el sentimiento que es ver a un animalito tan pequeño entrar a ese mar tan inmenso, que muchas veces no cuidamos”, añadió.

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El corresponsal de The Associated Press Jorge Rueda contribuyó a esta nota desde Caracas.

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