El fuego nuevo: la ceremonia con la que el pueblo purépecha de México recibe el año nuevo
Los ciclos anuales de los purépechas, un pueblo indígena del occidente de México, los marca el fuego.
Guiados por un calendario lunar ancestral, los purépechas mexicanos conmemoraron el jueves por la noche la llegada del año nuevo con el “Fuego Nuevo”, una ceremonia prehispánica que también utilizaba el pueblo rival que vivía más al este, los aztecas.
Como el calendario lunar purépecha de 18 meses deja un día huérfano que no pertenece a ningún mes, esa jornada se considera un momento tanto de duelo como de renovación. Ese día, es el día sin fuego.
Generación tras generación durante esa jornada se apaga de forma simbólica una hoguera y la tradición prohíbe encender otras. La comida se toma fría. El fuego está ausente. Sólo a medianoche revive cuando se prende una nueva fogata que no se extinguirá hasta un año más tarde.
Esta semana una de las persona encargadas de esta tradicional ceremonia fue Antonio Tinoco, de 35 años, el guardián del Fuego Nuevo del año pasado.
Durante un año Tinoco cuidó la llama simbólica en Erongarícuaro, un pueblo a orillas del lago de Pátzcuaro “como si fuera un niño”. “Hay que alimentarlo, cuidarlo, limpiarlo”, explicó.
Al cumplirse el ciclo la custodia del fuego pasa a un pueblo diferente, donde se extingue la llama antigua y una nueva se enciende sobre las mismas cenizas.
“A la vez es triste, pero a la vez es felicidad”, dijo Tinoco. “Nosotros encendemos el fuego, ayer entregamos y se apagó... para nosotros es una despedida y hoy inicia un nuevo ciclo” con un nuevo guardián.
Para realizar la ceremonia Tinoco tuvo que transportar físicamente una parte del fuego viejo en un pequeño brasero por senderos de montaña.
Fueron tres días de caminata desde su pueblo hasta la localidad de Ocumicho, 80 kilómetros al oeste, que recorrió junto a un centenar de personas que recibían comida y hospedaje en cada comunidad por la que pasaban.
El brasero de metal, llamado urgí, siempre iba colgado entre dos palos adornados con cintas de colores y maíz, cargado entre cuatro hombres, una tarea agotadora y también arriesgada.
“Como los niños, hace travesuras”, comentó Tinoco. “Si se descuida uno, pues el fuego quema”.
Durante el camino dijo que sintió que se prendió un poco su playera y pensó: “Pues parece que tenía hambre. Lo alimenté y se tranquilizó”.
Al llegar a Ocumicho tuvo lugar la ceremonia de extinción y las mujeres del lugar fueran las encargadas de esa parte del ritual. Subieron a una pequeña pirámide hecha de ladrillos de adobe y vertieron incienso de copal sobre el fuego viejo.
Veinticuatro horas después, en ese mismo lugar, se volvió a prender la llama.
La ceremonia concluiría con la elección de un nuevo guardián que cuidará el fuego nuevo a partir del viernes y forma parte de un esfuerzo de los purépechas por preservar sus costumbres en momentos que no son fáciles para sus comunidades.
Muchos tienen que emigrar a Estados Unidos para ganarse la vida. Otros llevan años luchando contra la minería y la tala ilegal porque los madereros cortan estos bosques de pinos para plantar aguacates, un cultivo de exportación muy lucrativo en el estado de Michoacán. Y no falta la actividad del crimen organizado.
Tinoco reconoció que Michoacán tiene sus problemas. Sin embargo, dijo que es importante mantener las tradiciones. “Me siento contento, satisfecho por todo lo que hemos logrado”.