La ciencia explica por qué no nos importa que Tony Adams del programa ‘Strictly’ no sepa bailar

Poppy Adams, que está casada con el exfutbolista y actual estrella de ‘Strictly’ Tony Adams, ha descrito el baile de su marido como “una m***da”; entonces, ¿por qué parece disfrutar tanto de ello? Tom Ough investiga un fenómeno humano muy curioso

Miércoles, 19 de octubre de 2022 19:00 EDT
Tony Adams y Katya Jones en ‘Strictly Come Dancing’
Tony Adams y Katya Jones en ‘Strictly Come Dancing’ (BBC/Guy Levy)
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No fue el más dulce de los apoyos de parte de una esposa, pero fue un apoyo a fin de cuentas. “Es una m***da”, comentó Poppy Adams sobre su marido y su baile, “y nunca lo he amado tanto”.

Su marido, el exfutbolista Tony Adams, es uno de los concursantes del programa Strictly Come Dancing de este año. Lo han llamado “su estrella revelación: demasiado alto, demasiado maduro, demasiado olvidadizo, brillantemente despreocupado”. Claudia Winkleman tuvo que disculparse durante el episodio del domingo por la noche porque Adams dijo palabrotas con entusiasmo mientras los jueces daban su veredicto: “valiente, alocado y con una disposición total”.

Las actuaciones de Adams han mejorado. Tras el striptease con shorts de lentejuelas del fin de semana pasado, él y su pareja, Katya Jones, hicieron un baile americano suave. Evitaron la eliminatoria y siguen en la competición.

Shirley Ballas, una de las cuatro jueces, dijo a Adams y Jones: “La semana pasada fue pura comedia, y todo el mundo disfrutó, pero esta semana se han puesto el sombrero de la seriedad. No todo el trabajo de pies ha sido genial, pero ha habido un buen esfuerzo... un bonito trabajo de pies al principio. La postura está mejorando, tu estructura, pero ¿podemos hablar de los riesgos que tomaste en tus levantamientos?”, comentó con aprobación. (Al hacer girar a Jones a mitad del baile, Adams mostró más ambición que precisión, pero se las arregló para no dejarla caer).

Anton du Beke, compañero de Ballas en el jurado, fue más mordaz. “Pienso por un segundo en ti en la primera semana y en ti ahora. Asombroso”.

La esposa de Adams, en declaraciones para The Times el sábado, quizá no lo clasifique como alguien con un talento nato, pero los serios esfuerzos de Adams por mejorar su baile lo convierten en un buen embajador de los que no saben bailar pero de todas maneras lo hacen. Sea cual sea la cultura en la que vivas, es probable que el baile forme parte de ella, y en cualquier parte del mundo hay tres certezas: la muerte, los impuestos y las pistas de baile. Algunos de nosotros acudimos a esas pistas de baile de buena gana, otros somos arrastrados a regañadientes, pero moverse al ritmo de la música en presencia de otros (cuanto más se analiza esta costumbre, más extraña parece) es una actividad cuyas raíces en la psique humana son profundas. ¿Por qué lo hacemos? ¿Y por qué lo hacemos aunque seamos, en palabras de Poppy Adams, “una m***da”?

El reino animal nos proporciona una pista importante. Las abejas de la miel realizan un “baile de meneo” para comunicar la ubicación del néctar y el polen, pero son una excepción a la regla general de que los animales bailan como parte del cortejo. Las arañas lo hacen, los pájaros (el baile flamenco imita la exhibición de los flamencos macho) e incluso las ballenas lo hacen. En la mayoría de los casos, los machos de las especies intentan demostrar su salud y vigor mediante estas desafiantes muestras de atletismo y coordinación. ¿Su recompensa? La aprobación de una hembra y, con ello, la posibilidad de darle vuelo a la hilacha. O al ala. O a la aleta.

La danza es igualmente importante para el cortejo humano. Esto está documentado tanto en la literatura científica como en las pistas de baile de todo el mundo. Un trío de investigadores publicó en 2012 en la revista Personality and Individual Differences que “se están acumulando pruebas de que los movimientos de baile masculinos transmiten aspectos de las ‘cualidades’ físicas y de la personalidad, y que las mujeres son sensibles a estas señales a la hora de tomar decisiones sobre el atractivo”.

Al compartir algunas directrices, los investigadores se refirieron a un experimento anterior. “Se descubrió que los ‘buenos’ bailarines mostraban movimientos más grandes y variables en relación con los movimientos de flexión y torsión de la cabeza/cuello y el torso, y movimientos más rápidos de flexión y torsión de la rodilla derecha”. (Si este fin de semana conoces a tu alma gemela como resultado del seductor giro de rodilla de alguno de los dos, puedes dar las gracias a The Independent).

La danza humana, por supuesto, la practican tanto hombres como mujeres. Es mucho más variado que una simple muestra de destreza masculina. Como señala Andrea Ravignani, líder de un grupo de investigación del Instituto Max Planck de Psicolingüística, la cultura es un gran determinante del comportamiento. En un análisis de los humanos modernos, dice el Dr. Ravignani, “podríamos ver que uno de los dos géneros está mucho más dispuesto a bailar o a tomar clases de baile, etcétera, etcétera. Pero en el caso de muchos comportamientos que vemos en los humanos de hoy, en los que un género hace más o menos de algo, si viajáramos en el tiempo 1.000 años atrás, tal vez fuera lo contrario”.

Tony Adams baila con rigidez en el último episodio de ‘Strictly Come Dancing’
Tony Adams baila con rigidez en el último episodio de ‘Strictly Come Dancing’ (BBC/Guy Levy)

Pero si el baile es, al menos en algunos contextos y hasta cierto punto, una exhibición para potenciales parejas, entonces esperaríamos que fuera obvio quién es bueno en ello y quién no. Ese es el objetivo de las exhibiciones de apareamiento: separar el trigo de la paja. Las diferencias físicas entre el buen y el mal baile son mínimas, pero estamos exquisitamente atentos a ellas. Sin faltar al respeto a Adams, podemos detectar a alguien que baila como papá a kilómetros de distancia. Lo que esta teoría sugiere también es que, por muy enterrado que esté, el instinto de bailar acecha en algún lugar de todos nosotros. Sin él, nuestros antepasados habrían sufrido una importante desventaja en la batalla por la reproducción.

Las investigaciones de Ravignani sugieren que todos estamos muy sintonizados al ritmo. “Incluso cuando la gente dice ‘no sé bailar’ o ‘no sé cantar’, sigue percibiendo el ritmo”, afirma. “Siguen percibiendo patrones y haciendo predicciones de lo que va a ocurrir a continuación. Para muchos, el problema”, cuando alguien se considera, o es considerado, un mal bailarín, “es la práctica”.

En el contexto adecuado, pues, la mayoría de la gente puede probablemente disfrutar de alguna manera el baile, incluso si su falta de aptitud les disuade normalmente de participar. Puede que Adams disfrute de Strictly más de lo que esperaba. Ravignani también señala la importancia de la danza, tanto en el reino animal como en el humano, para establecer vínculos de pareja, al demostrar la fuerza de la relación de una pareja. No es de extrañar que muchos concursantes de Strictly tengan aventuras con sus parejas de baile.

Hay otras hipótesis sobre los orígenes de la danza. Bronwyn Tarr, científica del comportamiento humano, considera que el baile es una forma de apoyar la cohesión del grupo. Los simios se acicalan físicamente unos a otros, pero los humanos, que operan en grupos más grandes, tuvieron que desarrollar un comportamiento de unión alternativo que funcionara a mayor escala que a través del acicalamiento uno a uno. “Creo que la música es un gran truco para esto”, aseguró la Dra. Tarr en una entrevista. “La música ofrece un andamiaje rítmico al que pueden atender muchas personas simultáneamente. La música nos permite sincronizar nuestros movimientos en el tiempo, coordinarnos y bailar juntos. Puedes ver bailes colectivos de cientos de personas que se juntan en una unidad cohesionada”.

“Lo que creemos que ocurre aquí es que esas mismas redes químicas que utilizan los primates para establecer sus vínculos también se activan para nosotros, redes que implican el circuito placer-dolor y nos permiten disfrutar de un subidón positivo y natural en presencia de otras personas, reforzando así los sentimientos de pertenencia a ese grupo”.

De nuevo, esta teoría implica que no hay que ser bueno en el baile para disfrutarlo, siempre que sea en un contexto de grupo. Lo mismo ocurre con otra hipótesis, la presentada en el modelo aposemático de la evolución humana de Joseph Jordania. (”Aposematismo” es la demostración de un animal a sus potenciales depredadores de que no vale la pena comerlo). “Mi sugerencia”, escribe Jordania, musicólogo evolutivo, “es que nuestros antepasados convirtieron el canto fuerte en un elemento central de su sistema de defensa contra los depredadores. Empezaron a utilizar cantos y gritos fuertes y rítmicos, acompañados de movimientos corporales vigorosos y amenazantes y de lanzamiento de objetos, para defenderse de los depredadores”. El Haka es un ejemplo intrigante de cómo podría haber funcionado esto, hasta la imitación de animales que disuaden a los depredadores, como las serpientes.

Estas hipótesis, “muy intrigantes”, merecen de ser sometidas a experimentos, asegura Ravignani, y que se pongan a prueba unas con otras. En cuanto al cariñoso comentario de Poppy Adams sobre que el baile de su marido es “una m***da”: “Probablemente sea un ejemplo más de que la selección sexual no se basa solo en el baile”. Esperanza para todos, incluso para los que bailan como papás.

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