La nueva actriz de IA es una abominación antiartística, pero el sueño de los ejecutivos de estudios
Una nueva “intérprete” digital creada por la inteligencia artificial está a punto de apoderarse de Hollywood. Fiona Sturges analiza los dudosos pros y los desalentadores contras de la nueva frontera tecnológica de la industria cinematográfica
El año pasado, una publicación en las redes sociales de la escritora de fantasía Joanna Maciejewska se hizo viral. Dice así: “Quiero que la inteligencia artificial me lave la ropa y los platos para poder hacer arte y escribir, no que la inteligencia artificial haga arte y escriba para que yo pueda lavar la ropa y los platos”. Maciejewska estaba haciéndose eco de la creciente inquietud en torno a la inteligencia artificial. En lugar de ayudarnos con tareas que preferiríamos no hacer, está abaratando las partes de nuestras vidas que son enriquecedoras y divertidas, debilitando la creatividad.
Este abaratamiento alcanzó un nuevo mínimo el pasado fin de semana con la presentación de una nueva futura estrella de Hollywood, un avatar digital al que llaman “Tilly Norwood”, en el festival de cine de Zúrich, Suiza. Norwood, que aparece en las pantallas como una joven de larga melena castaña y sonrisa ganadora, es una actriz “lista para la pantalla” creada mediante inteligencia artificial, aclamada por sus creadores como “la próxima Scarlett Johansson o Natalie Portman”. Más allá de lo burdo de estas comparaciones, las imágenes de esta creación digital, esta estrella de Hollywood artificial, son aterradoramente reales. Norwood tiene el aspecto fresco y cercano que tanto gusta a los agentes y directores de casting: una combinación de Olivia Rodrigo con Lea Michele (Glee). Además, y sorprendentemente para una creación de IA, también tiene el número correcto de dedos y dientes.
La respuesta de estrellas de carne y hueso como Emily Blunt, Toni Collette, Natasha Lyonne y Whoopi Goldberg ha sido mordaz. Blunt, por ejemplo, exclamó: “Dios mío, estamos j*****s”. El sindicato de artistas SAG-AFTRA tampoco se dejó impresionar y declaró que los estudios que utilizaran a Norwood, o cualquier figura generada por IA como ella, estarían “poniendo en peligro el sustento de los artistas y devaluando la habilidad artística humana”. Pero los creadores de Norwood (la compañía productora Particle 6) no se toman las críticas a la ligera. Eline Van der Velden, directora ejecutiva de la empresa, declaró: “[Tilly] no está hecha para sustituir a un ser humano; es una obra creativa, una obra de arte. Como muchas formas de arte antes que ella, suscita conversaciones, y eso en sí mismo demuestra el poder de la creatividad”. A lo que la única respuesta razonable es: muy bien, Miguel Ángel, esto no es la Capilla Sixtina. Es solo un trozo de código.

Por supuesto, el rechazo de Hollywood no detendrá el auge de una revolución digital que cuenta con una financiación multimillonaria de capital riesgo. El genio de la inteligencia artificial ha salido de la botella y está invadiendo todos los ámbitos de nuestra vida, desde el arte, el cine y la literatura hasta la sanidad, el comercio, los medios de comunicación y la tecnología. Tanto si Norwood es una obra de artesanía increíble como si se trata de un cínico dispositivo de ahorro de mano de obra que representa otro clavo en el ataúd de las industrias creativas, quizá deberíamos ponernos en la piel de los ejecutivos cinematográficos que están considerando la posibilidad de contratarla. He aquí una actriz que no pondrá condiciones poco razonables a su empleo. No insistirá en un guion que supere la prueba de Bechdel, ni en la paridad de salario con sus coprotagonistas masculinos. No habrá necesidad de seguros, ni de seguridad acrobática, ni de coordinadores de intimidad. Y, por si fuera poco, esos atractivos juveniles que encienden las entrañas de los espectadores no empezarán a deteriorarse a los 40 años. Para un ejecutivo de estudio avaro y sin escrúpulos, ¿qué puede ser mejor?
Desde el auge de la inteligencia artificial, se ha convertido en una costumbre tranquilizarnos con la idea de que siempre desearemos un trabajo con un toque humano, y que ninguna máquina puede reproducir la poesía, las canciones y las actuaciones que pueden conmovernos hasta las lágrimas. Sin duda hay algo de cierto en ello. Pero este verano, un grupo llamado Velvet Sundown, con matices de Crosby, Stills, Nash & Young, acumuló un millón de reproducciones en Spotify antes de que se revelara que la música, las imágenes promocionales y la historia de fondo de los miembros habían sido creadas por IA. Mientras tanto, un estudio realizado el año pasado por la Universidad de Pittsburgh reveló que los lectores disfrutaban más con la poesía creada por la IA que con las obras de T. S. Eliot, Sylvia Plath y Walt Whitman. De ahí podemos extrapolar que los poetas canónicos no son tan buenos como creíamos, y que la IA es capaz de verdaderas genialidades artísticas... o que la gente puede ser idiota. Me inclino por lo segundo.
Aunque es tentador suponer que el público miraría de reojo a una estrella de Hollywood digitalizada, hay que tener en cuenta que, en el momento de redactar este artículo, Norwood ya tiene más de 45.000 seguidores en Instagram, donde su biografía la describe de forma simpática como “Actriz (aspirante)”. No es de extrañar que, según el medio de entretenimiento Deadline, los agentes de talento ya estén en negociaciones para ficharla.
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Esto no significa que el arte creado e interpretado por seres humanos vivos vaya a desaparecer por completo. Somos seres intrínsecamente sociales que prosperamos en comunidad, y nos encanta reunirnos para crear y experimentar el arte. Si no fuera así, el teatro y la música en directo habrían desaparecido hace mucho tiempo. Pero de lo que podemos estar seguros es de que el cambio de seres humanos por facsímiles digitales en pantalla no es ni mucho menos el punto final del avance de la IA y su interferencia en las artes. En realidad, es solo el principio.
Traducción de Sara Pignatiello