¿Adelantada a su época? El día que Sinéad O’Connor rompió una foto del Papa en Saturday Night Live
Hace treinta años, una joven Sinéad O’Connor escandalizó a Estados Unidos con una protesta política en ‘Saturday Night Live’. La cadena NBC la prohibió para siempre, le lanzaron huevos en la calle y la abuchearon en conciertos. Ed Power reflexiona sobre el impacto de aquella noche y las reacciones opuestas en Estados Unidos e Irlanda
Este artículo se escribió previo a la muerte de Sinéad O’Connor a los 56 años
Con los ojos verdes brillando con determinación, Sinéad O’Connor mira fijamente a las cámaras en el estudio de Saturday Night Live (en las entrañas del Rockefeller Centre de Manhattan) y sostiene una fotografía frente a la cara.
Nadie pestañea ni dice una palabra. A su alrededor, el bullicio entre bastidores continúa sin interrupción. La foto es de un niño de la calle brasileño asesinado a tiros por los escuadrones de la muerte de la policía. Es el 3 de octubre de 1992 y O’Connor está ensayando su versión de ‘War’ de Bob Marley para su presentación en SNL esa noche. La foto del niño es una distracción calculada. Para su presentación real, ofrecerá otra imagen completamente distinta. Y la respuesta será muy diferente. Treinta años después, sigue siendo un momento decisivo en la vida y la carrera de la cantante irlandesa.
“Canto ‘War’ a capella. Nadie sospecha nada”, recuerda O’Connor en sus memorias de 2021, Rememberings. “Pero al final, no sostengo la foto del niño. Levanto la foto de Juan Pablo II y la despedazo. Grito: ‘Luchen contra el verdadero enemigo’”. Sus palabras quedaron flotando en el aire mientras soplaba las velas colocadas en una mesa a un lado. La oscuridad descendió, en más de un sentido.
De inmediato, NBC prohibió a O’Connor de por vida. Fuera del estudio, en aquella cálida noche de Manhattan, los transeúntes le lanzaron huevos. Quince días después, en un concierto homenaje a Bob Dylan en el Madison Square Garden, la abuchearon (el ruido se mezcló con gritos de apoyo). Kris Kristofferson la abrazó y le dijo que “no se dejara abatir por esos c*brones”.
Entre abucheos, volvió a cantar ‘War’ (era la canción principal de su recién publicado disco de covers, Am I Not Your Girl?). “Until the colour of a man’s skin is of no more significance than the colour of his eyes/Me say war”, entonó O’Connor con la voz entrecortada. El coro de desaprobación fue creciendo y creciendo. Su llamamiento a la solidaridad racial fue recibido en Nueva York como una burla. “La mitad abuchea y la otra mitad aplaude. Es el ruido más raro que he oído en mi vida”, explica O’Connor en Nothing Compares, el nuevo documental de Kathryn Ferguson sobre la vida y obra de O’Connor (se estrenó el 7 de octubre de 2022). “Me provoca ganas de vomitar”.
Solo dos años antes, O’Connor había tenido un recibimiento totalmente distinto en Estados Unidos. Había llegado a lo más alto de las listas de éxitos con ‘Nothing Compares 2 U’, su versión sin tapujos de un oculto tema de Prince. En el vídeo lloraba en memoria de su madre, fallecida en un accidente de coche en 1985.
Marie O’Connor fue también la “inspiración” de la protesta de su hija en Saturday Night Live. Las dos tuvieron una relación difícil: O’Connor acusó a su madre de haberla traumatizado física y emocionalmente durante su infancia. Tras la muerte de Marie, O’Connor descolgó un retrato del Papa de la pared de su casa de Dublín. Esa fue la imagen que introdujo de contrabando en los estudios de SNL. ¿Era el “verdadero enemigo” su madre abusadora, en lugar del Obispo de Roma?
Independientemente de sus motivos, Estados Unidos se escandalizó. “¡Santo terror!”, decía la portada del New York Daily News. El católico devoto Joe Pesci dijo, recibido por aplausos del público, que le “habría dado una bofetada” cuando presentó SNL la semana siguiente. Incluso Madonna —la madre superiora de las estrellas del pop revoltosas— criticó a O’Connor. “Creo que hay una forma mejor para que presente sus ideas en lugar de destrozar una imagen que significa mucho para otras personas”, señaló. Si lograste que Madonna se indignara, sabes que tocaste una fibra sensible.
En Irlanda, la respuesta fue más moderada. Una de las razones fue que muy pocas personas vieron el vídeo de la presentación de O’Conno. Saturday Night Live tenía una repercusión cultural insignificante (al día de hoy, el humor quejumbroso e inmaduro del programa sigue perdido en la traducción cultural). Y no es que se pudiera buscar el vídeo en YouTube. El escándalo pasó desapercibido. Sin embargo, hubo un segundo factor. La opinión pública irlandesa se volvía poco a poco, y de manera inexorable, contra la Iglesia católica. Las compuertas estaban tensas. En pocos años, reventarían, y el país se vería inundado de escándalos de abusos clericales.
El cambio de tendencia ya había comenzado en otoño de 1992. En mayo de ese año, el prestigio de la Iglesia católica irlandesa se había visto fatalmente socavado por la revelación de que el obispo Eamonn Casey tuvo un hijo durante una aventura con una estadounidense en los años setenta. Lejos de provocar a la gente en su país, O’Connor había aprovechado la tormenta de ira que se estaba formando. A donde ella había llegado, rechazando públicamente a la Iglesia y sus hipocresías, pronto la seguiría todo un país.
“En Estados Unidos no se había desmantelado el poder de la Iglesia. La Iglesia católica seguía siendo muy venerada”, me explica la Dra. Finola Doyle O’Neill, historiadora de la radiodifusión y el derecho de University College Cork. “No la desmantelarían sino hasta 10 años después, en 2002, con las revelaciones del Boston Globe [sobre el encubrimiento de abusos clericales en Nueva Inglaterra]. En Irlanda íbamos una década adelante en cuanto al desmantelamiento de la Iglesia. En 1992 se produjo la gran revelación sobre el obispo Eamonn Casey. Lenta pero seguramente, poco a poco se fue liberando el dominio de la Iglesia católica”.
Pero si O’Connor fue finalmente reivindicada, a corto plazo el impacto fue devastador. La tacharon de desquiciada, como se ha hecho desde siempre con las mujeres que alzan la voz.
“El hecho de que tuviera razón al romper la foto del Papa y exponer la cruda realidad de lo que ocurría a puerta cerrada fue irrelevante. La consideraron loca e impredecible, lo que acabó con su carrera”, afirma Linda Coogan Byrne, publicista musical que ha investigado la disparidad de género en las listas de radio de Irlanda y el Reino Unido. “O’Connor se convirtió en una figura a menudo parodiada en la cultura popular. Cada vez que alzaba la voz, que es lo que hacen muchos artistas, corría el riesgo de que la cancelaran. Tan solo basta con ver cómo todos los artistas masculinos que han recibido un tirón de orejas han seguido como si nada. Si lo hace una mujer, es totalmente condenatorio. Las mujeres con algo que decir siempre se consideran algo peligroso”.
Como ya se ha dicho, las motivaciones de O’Connor para romper la foto eran complejas y personales. Nacida en 1966, había crecido en una Irlanda en la que, si la Iglesia tenía los días contados, las mujeres seguían marginadas. La Irlanda católica había alcanzado su apoteosis en 1979, cuando Juan Pablo II se convirtió en el primer Papa de la historia en visitar Irlanda. O’Connor, que entonces tenía 13 años, habrá recordado muy bien la efusión masiva de emoción. El viaje del Papa fue el equivalente irlandés de lo que ocurrió en Gran Bretaña tras la muerte de Diana. Una manía se apoderó del país.
Pero, como ya se ha señalado, la misoginia de la Iglesia no fue el único blanco de O’Connor. Tuvo una relación traumática con su madre, que la “desnudaba y pateaba” cuando era niña. “Mi madre era una mujer muy violenta. No era una mujer sana en absoluto”, compartió O’Connor en Nothing Compares. “La causa de mis propios abusos fue el efecto de la Iglesia en este país. Lo que le produjo a mi madre. Pasé toda mi infancia siendo maltratada por las condiciones sociales en las que creció mi madre. Compararía Irlanda con un niño maltratado”.
Marie murió cuando su coche patinó sobre hielo negro y chocó con un autobús en un suburbio cercano al lugar donde había crecido su hija, en el sur de Dublín. Tenía 45 años y conducía para ir a misa. Después, O’Connor solo sacó dos objetos de su casa: un libro de cocina y aquel retrato de Juan Pablo II. “Quité de la pared de su dormitorio la única foto que tenía allí”, escribió en su libro. “El Papa Juan Pablo II. Fue tomada cuando visitó Irlanda en 1979”.
La noche de la presentación en SNL, O’Connor había llegado al Rockefeller Centre con un estado de ánimo confuso. Llevaba varios meses viviendo en Nueva York de forma intermitente y había entablado amistad con un rastafari llamado Terry, al que conoció en un bar de jugos. Pero poco antes de los ensayos, Terry le contó que su verdadero trabajo era el contrabando de drogas y que había utilizado a niños como “mulas”. También afirmó que un traficante rival lo había intentado asesinar (murió de un disparo poco después).
O’Connor se enfadó. No obstante, se preparó para contrabandear la imagen del Papa con una eficacia impresionante. “Llevo la foto a los estudios de NBC y la escondo en el camerino. En el ensayo, cuando termino de cantar ‘War’ de Bob Marley, sostengo la foto de un niño de la calle brasileño que fue asesinado por la policía”, escribió. “Le pido al de la cámara que enfoque la foto durante el concierto. No le digo lo que tengo pensado para después. Todo el mundo está contento. Un niño muerto lejos no es problema de nadie”.
Luego llegó la hora del espectáculo. Salió vestida con un vestido blanco de encaje que perteneció a la cantante Sade y que O’Connor había adquirido en un mercadillo londinense por £800. Primero interpretó ‘Success Has Made A Failure of Her Home’ (su versión de Success, de Loretta Lynn). Fue un exitazo. “Soy la estrella del mes. Todo el mundo quiere hablar conmigo”, escribió O’Connor sobre aquel momento. “Me dicen que soy una buena chica. Pero sé que soy una impostora”.
Acto seguido, llegó el momento de ‘War’ y el desgarro de la imagen del Papa. “Silencio total en el público”, cuenta de la reacción. “Y cuando camino entre bastidores, literalmente no hay ni un ser humano a la vista. Todas las puertas, cerradas. Todo el mundo, desaparecido. Incluido mi mánager, que se encerró en su habitación durante tres días y desenchufó el teléfono”.
En cierto modo, Estados Unidos había estado buscando una excusa para darle la espalda a O’Connor. En agosto de 1990, cuando no quiso que sonara el himno nacional de Estados Unidos antes de su concierto en Nueva Jersey, se armó un revuelo. Después boicoteó los Grammy de 1991 en protesta por las guerras de Estados Unidos en Medio Oriente e instó a sus colegas artistas a seguir su ejemplo.
El escándalo del Papa fue el fin de O’Connor como fuerza comercial en Estados Unidos. Nunca volvió a ocupar las listas de éxitos ni a actuar en programas de televisión de máxima audiencia. Pero en Irlanda inspiró a una generación de artistas femeninas que por fin tenían a alguien a quien admirar: cantantes como Dolores O’Riordan, de The Cranberries, y Róisín Murphy que, como O’Connor, se negaron a que la industria les dijera lo que podían o no podían hacer.
La propia O’Connor nunca vaciló en sus sentimientos sobre el incidente. Estaba orgullosa de sus actos. “Mucha gente dice o piensa que romper la foto del Papa arruinó mi carrera”, escribió en sus memorias. “Yo no pienso lo mismo. Siento que tener un disco número 1 descarriló mi carrera y que romper la foto me devolvió al buen camino... Lejos de que el episodio del Papa destruyera mi carrera, me puso en un camino que encajaba mejor conmigo”.
Desde entonces, su vida quedó marcada por la tragedia. Pero su ferocidad como artista nunca decayó. La última vez que la vi actuar fue en un festival en la ciudad irlandesa Tipperary en 2019. A medio camino, interpretó Nothing Compares 2 U, la canción que lo había cambiado todo y le había traído el éxito que nunca anheló.
Cantó con los ojos cerrados, bajo el frío cielo de un estadio algo destartalado, lejos de las brillantes luces de Nueva York. Bajo las estrellas, lejos de los focos, parecía, por un momento, en paz.
Traducción de Michelle Padilla