Reseña de ‘The Car’ de Arctic Monkeys: la personalidad de Alex Turner le da a este álbum su encanto e intriga
Concebidas para recompensar una escucha profunda, estas canciones marcan el inicio de una era de poscanciones, en la que la forma y la estructura dan paso al estado de ánimo y a las imágenes
Similar a un gran giro en una película, la cámara se aleja de Tranquility Base Hotel & Casino de 2018 para revelar que nunca estuvo en la luna. Era un complejo con temática lunar en el corazón de la zona vieja de Las Vegas. El sexto álbum de Arctic Monkeys, lleno de vibraciones cósmicas y visiones retrofuturistas, no era lo que parecía, el punto de partida para un viaje a una gran incógnita sonora. Por el contrario, era el sonido de los Monkeys atracando en su destino previsto, habiendo corrido desde las sórdidas calles de Sheffield (a través del proyecto paralelo de Turner, igualmente obsesionado con los sesenta, The Last Shadow Puppets) hasta la residencia en el bar de whisky del Bellagio en solo 16 años.
The Car, su séptimo disco, podría subtitularse Extraño pero reconfortante en Las Vegas. Durante gran parte del álbum, el cantante Alex Turner suena como si estuviera al frente de una banda de salón en el Golden Nugget, interpretando homenajes intercambiables de soul, funk y bossa nova a Matt Monroe, Marvin Gaye y Dionne Warwick para un público distraído. Las cuerdas de Bacharach descienden a veces, haciendo que “There'd Better be a Mirrorball” y el suave dramatismo flamenco de la canción principal suenen como el tipo de estribillo de John Barry que escucharías cuando 007 llega a un lugar tropical... antes de que ocurra nada emocionante.
Sin embargo, es la personalidad de Turner la que da a The Car su encanto e intriga. Mientras que Tranquility Base... dotó a su obtuso lirismo de un marco de ciencia ficción, aquí ruge en todas las direcciones, tan maravillosamente imaginativo como en gran medida impenetrable. Líneas como “freaky keyboard by the retina scan” [“teclado raro por el escáner de retina”] (de “I Ain't Quite Where I Think I Am”) o “I’ve snorkelled on the beaches furiously, why not rewind to Rawborough Snooker Club?” [“he buceado furiosamente en las playas, ¿por qué no rebobinar hasta el Rawborough Snooker Club?”] (en “Hello You”) harán que los sitios de interpretación de las letras de las canciones se queden con una incógnita durante años. Pero lo mejor es dejarse llevar por el juego de palabras de Turner, saboreando los golpes y los giros. Por ejemplo, “Sculptures of Anything Goes”: en un momento Turner está “actuando en español en la televisión italiana en algún momento del futuro”, y al siguiente está flotando por galerías de arte de camino a “mañanas de café en el pueblo con espías no hace mucho retirados”. Solo hay que acompañarlo.
Lo mismo ocurre con el arte de la canción. Siempre propenso a usar líneas autoconscientes en canciones recientes, la línea clave de Turner aquí es “I just can't for the life of me remember how they go” [“simplemente no puedo por mi vida recordar cómo van”] de “Big Ideas”. “Me siento cómodo con la idea de que las cosas no tienen que ser una canción pop”, declaró hace poco para The Guardian, pero sería difícil definir muchos temas aquí como canciones. Son algo más fluido que eso: momentos de melodía que entran y salen de un enfoque suave sin ninguna dirección particular o punto final a la vista; el equivalente auditivo de ver flores flotando a lo largo de un arroyo. Concebidas para recompensar una escucha profunda, estas canciones marcan el inicio de una era de poscanciones, en la que la forma y la estructura dan paso al estado de ánimo y a las imágenes.
A pesar de que el primer single, “Body Paint”, parecía un poco sinuoso, en realidad es una de las canciones más directas de este disco, que pasa de un riff que recuerda al de “Cornerstone” de 2009 a una variedad de motivos similares a los de Lennon, hasta llegar a un clímax de rock cargado similar al de “I Want You (She's So Heavy)” de The Beatles. Otros temas (los límpidos “Jet Skis on the Moat” y “Big Ideas”; el funk aplastante “Hello You” y la bossa nova arpegiada “Mr Schwartz”) parecen tropezar inadvertidamente con sus estribillos por segunda vez, habiendo olvidado dónde, entre la extensa maraña de versos, los dejaron.
Estilísticamente, solo “Sculptures of Anything Goes” se aventura lejos de la franja de Las Vegas, sus sintetizadores góticos y crepusculares emulan nada más que el tema musical de Stranger Things. Es al menos una señal de que Arctic Monkeys todavía tiene ambiciones más allá del soul clásico y el revisionismo retro. Por ahora, sin embargo, The Car está agradablemente en marcha neutra.