¿Quiénes fueron Las Poquianchis? Historia detrás de ‘Las Muertas’ de Netflix
La nueva serie de Netflix adapta la sátira de Jorge Ibargüengoitia para contar los crímenes de Las Poquianchis, escribe Santiago Barraza López

En la década de 1960, cuatro hermanas conocidas como Las Poquianchis convirtieron una red de burdeles en una maquinaria de explotación y asesinato, dejando tras de sí fosas llenas de mujeres jóvenes. El caso, que estremeció al país, inspiró años después la novela satírica Las muertas (1977) de Jorge Ibargüengoitia, y ahora, casi medio siglo más tarde, llega una serie de Netflix con el mismo nombre del libro dirigida por Luis Estrada.
Entre la serie, la novela y la historia verdadera
El recorrido de esta historia no es lineal. En la realidad, Delfina, María de Jesús, Carmen y María Luisa González Valenzuela —apodadas Las Poquianchis— fueron detenidas en 1964 tras el hallazgo de decenas de cadáveres en sus propiedades.
Ibargüengoitia, decidió contar esa historia de otra manera. No escribió un reportaje fiel ni una crónica judicial. Inventó a las hermanas Baladro, redujo el número de víctimas, cambió escenarios y apostó por la sátira. En lugar de describir una cadena de asesinatos durante más de una década, construyó una farsa burocrática, donde la tragedia aparece filtrada por el absurdo y el humor negro.
Estrada, reconocido por películas como La ley de Herodes y El infierno, retoma la versión literaria en la serie de Netflix. La serie combina melodrama, comedia negra y suspenso; solo dos hermanas concentran la historia, interpretadas por Paulina Gaitán y Arcelia Ramírez. La trama se enciende con el intento de asesinato de un panadero, Simón Corona, personaje ficticio que sirve de detonante narrativo. Estrada, como Ibargüengoitia, no pretende reconstruir cada detalle, sino interrogar a la sociedad que permitió semejante horror.
Los crímenes que estremecieron a México
Entre finales de los años cuarenta y principios de los sesenta, las hermanas González Valenzuela reclutaron a decenas de jóvenes de comunidades rurales. Algunas llegaron engañadas con promesas de empleo doméstico; otras fueron literalmente compradas a sus familias por unas cuantas monedas.
Una vez dentro de los burdeles, las mujeres eran sometidas a un régimen brutal. Quienes se resistían, intentaban escapar o quedaban embarazadas, sufrían golpizas, encierros prolongados y privación de alimento. En varios testimonios se mencionó que los recién nacidos eran asesinados para evitar “complicaciones” en el negocio. La complicidad de policías y autoridades locales permitió que la red creciera durante más de una década sin mayores obstáculos.
El escándalo estalló en 1964, cuando una mujer logró huir y denunciar. Los allanamientos posteriores en las propiedades de las hermanas revelaron fosas con al menos 91 cuerpos, aunque algunos investigadores calcularon que las víctimas podían superar las 200. El juicio se convirtió en un evento mediático nacional. La opinión pública se dividió entre quienes pedían la pena de muerte —inexistente en México— y quienes señalaban la hipocresía de un sistema judicial que castigaba a las hermanas, pero exoneraba a policías y políticos cómplices.
El 15 de octubre de 1964, el juez de San Francisco del Rincón dictó sentencia contra las tres hermanas que llegaron vivas a juicio: Delfina y María de Jesús recibieron 40 años de prisión, la pena máxima entonces vigente, mientras que María Luisa fue condenada a 27 años. Carmen, la cuarta hermana, había muerto de cáncer en 1949, más de una década antes de que estallara el escándalo. Delfina murió en prisión en 1968, víctima de un accidente durante trabajos de construcción en el penal; María Luisa falleció en reclusión en 1984; y María de Jesús murió en libertad en 1991.
La justicia castigó a las hermanas, pero la red de complicidades y corrupción que había permitido sus crímenes nunca fue desmantelada. El nombre Poquianchis se volvió sinónimo de horror y de vergüenza nacional. Todavía hoy, en Guanajuato y Jalisco, basta mencionarlo para evocar un pasado que muchos preferirían olvidar.
La importancia de Las Muertas hoy
Las Muertas no es solo pasado: es un espejo. México sigue registrando cifras alarmantes de feminicidios y desapariciones. La pregunta que estremecía en 1964 —¿cómo pudieron operar tanto tiempo sin ser descubiertas?— resuena hoy con variaciones dolorosamente similares.
La elección de Ibargüengoitia en los setenta y de Estrada ahora de recurrir a la sátira no es casual. El humor negro permite denunciar la corrupción, la burocracia inútil y el machismo sin caer en el morbo de la nota roja. Pero también obliga a un ejercicio crítico: detrás de la ironía y de los nombres ficticios hubo víctimas reales, mujeres cuya vida terminó en silencio.
Para nuevas generaciones que quizás nunca escucharon hablar de Las Poquianchis, la serie es una puerta de entrada a un capítulo central de la historia criminal mexicana. La historia fue real, la novela fue sátira y la serie es reinterpretación. Juntas, estas tres capas devuelven al presente una herida que nunca ha terminado de cerrarse.
Las Muertas está disponible en Netflix.