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Las interacciones de Harry Styles con sus fans no son tan tiernas como crees, son enfermizas

La exestrella de One Direction es conocida por ir más allá cuando se trata de involucrarse con sus fans en el escenario. Pero hacer un espectáculo de los momentos íntimos de sus fans tiene algunos matices muy incómodos, escribe Louis Chilton

Jueves, 25 de agosto de 2022 13:30 EDT
Estilos o sustancia: el cantante de “Watermelon Sugar” ya se hizo viral con su inesperado comportamiento sobre el escenario
Estilos o sustancia: el cantante de “Watermelon Sugar” ya se hizo viral con su inesperado comportamiento sobre el escenario (Getty)
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Estos músicos modernos. Hubo un tiempo en el que todo lo que necesitabas hacer era cantar unas cuantas melodías. Quizá, si eras David Bowie, también hacías un poco de interpretación. Hoy en día, las estrellas del pop tienen que hacer de todo para sus fieles fans: tienen que hacerse pasar por mejores amigos/amigas, terapeutas... quizás incluso oficiantes. Al menos, eso parece viendo a Harry Styles.

El excantante de One Direction se ha convertido en los últimos años en una de las estrellas más populares del mundo, una especie de artista del renacimiento cuyos inicios talentosos se han convertido en una exitosa carrera en solitario y en incursiones de alto perfil en la actuación (incluyendo un cameo en Marvel y un papel muy publicitado junto a Florence Pugh en la próxima Don’t Worry Darling). Sin embargo, cuando se trata de interactuar con sus fans, Styles está encantado de interpretar cualquier papel que se le pida. La semana pasada, en el primer concierto de una serie de 15 fechas en el Madison Square Garden de Nueva York, Styles vio un cartel que decía: “Querido Harry Styles, mi ex me llamó después de siete años, ¿qué hago?”. Styles, que siempre es un agonista, se puso a charlar con la fan sobre sus problemas sentimentales, antes de intentar llamar a su ex en directo.

Ahora bien, esto es, para ser honesto, un comportamiento extraño de ambas partes: la fan por solicitar la opinión de Styles en primer lugar, y él por participar en ella con tanta facilidad. Pero no es ni mucho menos algo fuera de lo normal en un concierto de Styles. El público lleva todo tipo de carteles hechos a mano a sus actuaciones, y él tiene la costumbre de responder a ellos. Hace unas semanas, detuvo un espectáculo para permitir que alguien le pidiera matrimonio a su novia en el escenario. Ya antes, ha ayudado a aconsejar a los fans en sus rupturas frente a sus miles de personas. Ha ayudado a otros a confesar su homosexualidad a sus padres en el escenario (a petición suya por escrito). Y ha aconsejado a otros que no vuelvan con sus exnovios. Aunque los propios fans parecen siempre (comprensiblemente) encantados de recibir tal atención de su ídolo, hay algo bastante incómodo en estas interacciones. La gente -muy joven- está convirtiendo su vida personal en un espectáculo viral, y Styles parece más que feliz de seguirle el juego. Por supuesto, no es un acto desinteresado por su parte. ¿Qué consigue con ello? Titulares brillantes, viralidad en Internet y la reputación de ser ese raro artista que en verdad se preocupa por sus fans.

Tanto si se piensa que este tipo de interacción desigual entre fans y artistas es enfermiza o muy sincera, todo se deriva de una forma muy contemporánea de idolatría, la adoración del héroe cultural del pop comúnmente conocida como “fandom”. Styles no es ni mucho menos el único artista importante que recibe este tipo de atención. Pero es uno de los que más se complace en ello, en perpetuar su propia religión. En cambio, tenemos a una artista como Mitski, que también atrae a decenas de fans obsesionados (aunque a menor escala que Styles), pero que es extremadamente cautelosa sobre la forma en que interactúa con ellos, en el escenario y fuera de él. “La gente quiere llevarse algo de mí para conservarlo”, dijo en 2018, “y no quiero que me posean así. No quiero ser el pequeño tesoro de alguien en su bolsillo”. No estoy seguro de que Styles comparta sus reservas.

También hay, inevitablemente, un lado más oscuro en cualquier fandom tan grande, intenso y posesivo como el de Styles. Un fandom puede convertirse en una turba de odio en línea, en un abrir y cerrar de ojos. Cualquier periodista musical le dirá que es imposible criticar a ciertas figuras públicas sin invocar un torrente de abusos en las redes sociales. Por supuesto, no solo los periodistas se han enfrentado a los ataques de “Harries”: la actual novia de Styles, la cineasta y actriz Olivia Wilde, ha sido inundada con ataques personales y comentarios intrusivos desde que la pareja comenzó a salir. En una entrevista concedida esta semana, Styles echó la culpa a Twitter, que describió como una “tormenta de gente que trata de ser horrible con la gente”.

“Es obvio que eso no me hace sentir bien”, expresó. (Por si sirve de algo, Wilde también declaró: “Yo no creo que la energía de odio defina en absoluto a su base de fans. La mayoría de ellos son verdaderos defensores de la bondad”).

Styles afirmó que, a pesar de sus esfuerzos por establecer límites claros entre su vida personal y profesional, a veces “otras personas te borran las líneas”. Eso está muy bien, pero si se tomara en serio lo de establecer límites difíciles -pero tan necesarios- entre él y sus fans, es probable que haya mejores formas de hacerlo que animándoles una y otra vez, y en voz alta, a compartir más de la cuenta en los espectáculos del estadio. No estoy diciendo que los músicos deban ser todos unos cascarrabias cerrados, artistas inaccesibles y hostiles a la noción misma de “interacción con los fans”. Pero aquí se está perdiendo mucho terreno intermedio.

La serie de conciertos de Styles en Nueva York forma parte de una lista de actuaciones internacionales de varios meses de duración titulada Love On Tour. Es un nombre apropiado, supongo: la gente viene por amor, y Styles está ansioso por mostrárselo. Pero tal vez todo el mundo estaría mejor si les mostrara un poco menos.

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