Reseña: el Macbeth de Washington pasará a la posteridad
Podrán llamarla la obra de la mala suerte, pero las estrellas se alinearon para la brillantemente concebida y ejecutada “Tragedia de Macbeth” de Joel Coen, un film elegante y sencillo en blanco y negro protagonizado por los magníficos Denzel Washington y Frances McDormand
Su pelo está encanecido. Sus nervios se están desgastando. El Macbeth de Denzel Washington es un hombre al que literalmente se le está acabando el tiempo, incluso antes de conocer a esas brujas.
A sus 66 años, Washington se encuentra ciertamente en el extremo más antiguo del espectro de Macbeth imaginables. Pero tiene sentido de manera maravillosa: en “The Tragedy of Macbeth" ("La tragedia de Macbeth”), brillantemente concebida y ejecutada por el director Joel Coen, nos enfrentamos a un hombre que sabe hasta los huesos — esos huesos doloridos — que la profecía de las brujas le ha dado una última oportunidad de ser eso que quiere; no, ¡que merece! Rey de Escocia
Para un actor con las habilidades únicas de Washington, sin mencionar su facilidad para la prosa de Shakespeare, Macbeth sería un buen papel a cualquier edad. Pero hay algo maravilloso en el hecho de que tomó tanto tiempo, con toda la experiencia y sazón que Washington ahora aporta. Aun así, no es solo cuestión de interpretarlo en el momento adecuado.
Independientemente de lo maldita o desafortunada que sea la llamada “obra escocesa” en la tradición teatral, las estrellas parecen haberse alineado. Primero, las estrellas de cine: Frances McDormand, como Lady Macbeth, es una compañera perfecta en edad (64) y todo sentido, agregando su característica urgencia perspicaz — y sus miradas gélidas — a un papel a menudo caricaturizado. Y hombre, estos dos sí que se ven bien juntos. Tal vez sea cierto, como alguien dijo, que los Macbeth tienen el único buen matrimonio en Shakespeare, aunque el listón no es muy alto. (El amor de esos adolescentes, Romeo y Julieta, fue demasiado muy corto).
Completando el trío soñado está Coen (el esposo de McDormand, por primera vez dirigiendo solo sin su hermano Ethan), creando un universo cinematográfico austero y escalofriante pero hermoso y elegante. Es un mundo en blanco y negro lleno de sombras y neblina: una visión de claroscuro que parece mitad real, mitad fantasía.
El set del diseñador Stefan Dechant, construido en estudio, está poblado por estructuras de tipo brutalista, paredes altas, pasillos largos, grandes escaleras, caminos de tierra en el exterior. La sensación clave es el vacío: parece que apenas hay un accesorio alrededor, excepto las espadas, que hacen su vicioso trabajo. Se siente vagamente medieval pero desconectado de un período específico. Lo más sorprendente es que Coen y el excelente director de fotografía Bruno Delbonnel presentan una película literalmente envuelta en una caja, en lo que ellos llaman un marco cuadrado de proporción de academia.
Como corresponde a la tragedia más breve del bardo (aunque con una larga lista de los asesinatos más repugnantes), la película de Coen dura menos de dos horas. Comenzamos, como deberíamos, con las tres brujas y el ominoso diálogo “lo bello es feo y lo justo, injusto”, es decir, no todo es lo que parece, una subestimación de proporciones shakesperianas. En una tremenda decisión creativa, Coen nos ofrece a una sola actriz, la maravillosa veterana Kathryn Hunter, como una contorsionista que cambia de forma y se transforma a voluntad en tres figuras idénticas.
A pesar de algunos cortes juiciosos, el lenguaje se conserva y la historia es, por supuesto, la misma: luego que las brujas profetizan que Macbeth llegará a ser rey, él decide, impulsado por el amor de su esposa (“Cuando te atrevas eras un hombre”), a acelerar el proceso asesinando al querido rey Duncan (un Brendan Gleeson excelente).
El Macbeth de Washington, que a menudo habla en voz baja, incluso en un susurro, está atormentado por la indecisión de antemano. Qué pasa si fallamos, pregunta. "¿Fallamos?”, responde su esposa, pero en la lectura de McDormand eso es esencialmente: “Míranos, ¿qué diablos tenemos que perder?”.
Y así comienza el ciclo sangriento. Este “Macbeth” es como siempre sobre política, poder y los efectos corrosivos de la ambición. Sin embargo, no se trata de sociópatas. Se siente más sobre la mediocridad, y la desesperación que trae, que por la monstruosidad.
El talento aquí va más allá de los actores protagónicos. Corey Hawkins, destacado en casi todo lo que hace, tiene una presencia deslumbrante como el noble Macduff, que tiene la distinción de matar a Macbeth (la pelea de espadas no decepciona) una vez que le advierte que fue “arrancado prematuramente” del vientre de su madre — muy malas noticias si eres Macbeth. Como la esposa condenada de Macduff, Moses Ingram le saca el jugo a su única escena.
Washington, quien interpretó a Shakespeare en teatro en numerosas ocasiones (y en la pantalla en 1993), dijo recientemente que es “donde comencé y donde quiero terminar”. Como estudiante en la Universidad de Fordham hizo de Otelo, un papel para el que se preparó escuchando grabaciones de Laurence Olivier en la biblioteca.
Cuando habla de terminar, uno espera que no se esté refiriendo a pronto. Después de todo, el Rey Lear espera, ¿no, señor Washington?
Pero en cuanto a su Macbeth, es McDormand quien quizás lo dijo mejor cuando le preguntaron recientemente sobre la selección del actor para el papel. “No se hacen listas para el Macbeth de una generación”, dijo la actriz. “Uno nace, y luego lo interpretan”.
“The Tragedy of Macbeth”, un estreno de A24 que llega a los cines el 25 de diciembre y a Apple TV+ el 14 de enero, tiene una clasificación PG-13 (que advierte a los padres que podría ser inapropiada para menores de 13 años) de la Asociación Cinematográfica de Estados Unidos (MPAA, según sus siglas en inglés) “por violencia”. Duración: 105 minutos. Cuatro estrellas de cuatro.