Refugiados ucranianos reciben abundante ayuda y solidaridad
Tres semanas después de escapar de Ucrania con su hijo, Nataliya Hibska tiene casa, trabajo y puede enviar algún dinero a sus padres y su esposo, que permanecen en su país
Nataliya Hibska se cepilla rápidamente los dientes y tiende su cama. Se apresura para llegar a su nuevo trabajo.
Desde una pequeña pensión en Varsovia, Hibska, una refugiada ucraniana, trata de reconstruir su vida, trastocada por la invasión de Rusia a su patria.
Naciones de la Unión Europea como Polonia y Rumania, dos países vecinos de Ucrania que recibieron la mayor parte de los refugiados ucranianos, han lanzado programas para ayudarlos a integrarse.
Hibska, una mujer de 47 años que administraba un centro educativo privado en Járkiv, al este de Ucrania, se fue de su ciudad tras una segunda ola de bombardeos. Cuando explotó un depósito militar de las cercanías, estremeciendo su casa, supo que había llegado la hora de partir con su hijo de 11 años.
“Teníamos miedo de salir de la casa. De dejar salir a mi hijo al jardín, a andar en bicicleta o a jugar al fútbol. Estábamos tan asustados que dijimos basta. Hay que irse”, relató.
Se llevaron lo más básico e iniciaron una odisea de cinco días hasta llegar a Polonia, donde luego de tres semanas volvieron a sentirse seguros.
Recibieron el apoyo de la gente y de políticas implementadas por el gobierno nacional y las autoridades municipales para los ucranianos que arriban.
Cuentan con una vivienda sencilla pero acogedora. Su hijo ya fue inscrito en una escuela local y ella trabaja como cocinera en un restaurante de comida ucraniana que abrió para poder emplear a algunos refugiados.
Hibska y otras cinco ucranianas que trabajan allí, todas refugiadas como ella, preparan la masa y el relleno de unos bollos típicos de Ucrania, llamados pelmeni.
“Tenía cinco personas a mi cargo cuando organizaba campamentos juveniles”, expresó la mujer. “Pero no me avergüenzo del trabajo en la cocina”.
Las autoridades de Varsovia dicen que el trabajo ayuda a los refugiados a integrase y también cubren vacantes en el sector de la salud y en la educación, en el que se están creando nuevas clases para asistir a los niños ucranianos.
Más de 4 millones de ucranianos salieron de su país tras la invasión de Rusia. Más de la mitad, 2,4 millones, vinieron a Polonia. Muchos siguieron a otros destinos, pero una gran cantidad permanecen en Polonia, que les ofrece alojamiento, atención médica, educación y otros beneficios, al menos a título temporal. Unos 625.000 refugiados obtuvieron una identificación polaca que les permite recibir esos beneficios por lo menos durante 18 meses.
Vivir de la ayuda del gobierno, sin embargo, no es algo que Nataliya piensa aceptar mucho tiempo.
“Los voluntarios nos ayudan con todo. Podemos vivir de esta ayuda de Polonia, pero no es algo bueno”, expresó. “Necesito trabajar. No vas a conseguir demasiado sin hacer nada”.
Su nuevo trabajo le alcanza para mantener a su hijo y enviar algo de dinero a sus padres y su esposo, que permanecen en Járkiv.
En Polonia tuvo la buena fortuna de conectarse con una pensión administrada por una familia del ramo de la construcción, que también abrió un restaurante de comida ucraniana para dar trabajo a algunos refugiados. Abrió hace diez días y se ha hecho popular muy pronto. Los clientes quieren disfrutar de la comida y al mismo tiempo ayudar a los ucranianos.
“Las formas de ayuda están evolucionando”, comentó Karolina Samulowska mientras esperaba su comida. “Al principio había ayuda, sándwiches, estaciones de ferrocarriles”.
Ahora, en el restaurante, “por un lado se promueve al país y por el otro se mueve el dinero y se le da sentido a la vida de los refugiados”.
Mientras la clientela recoge el almuerzo, la administradora del restaurante, Dorota Wereszczynska, admite que “no esperábamos ser tan populares”.
“Nuestro lema es, ‘compras, comes, ayudas’”, agregó.
Más al sur, Rumania ha recibido 600.000 refugiados ucranianos.
Flavia Boghiu, vicealcaldesa de Brasov, en el centro del país, dice que la clave de la integración es ayudar a la gente a que “sea autónoma lo antes posible”.
Los centros para refugiados de la ciudad ofrecen apoyo e información acerca de empleos, jardines de infantes y otras necesidades, indicó Boghiu. Las autoridades municipales dicen con orgullo que, de los 1.200 refugiados que llegaron a la ciudad, más del 75% quieren quedarse.
Conseguir empleo es un proceso “más lento que lo normal, porque la mayoría no tienen papeles. Además, hay que analizar su situación particular. Si eres una mujer con tres hijos, hay que ver qué se hace con ellos cuando ella está trabajando”, comentó Boghiu.
Cuatro generaciones de la familia de Anastasia Yevdokimova se fueron de sus casas cerca del Mar Negro. La joven de 21 años, empleada de salones de belleza, se vino a Brasov con su abuela, su madre y su hijo de tres años. La atrajeron la arquitectura de la ciudad y su acceso a la naturaleza, “que te ayuda a no pensar” en el drama que están viviendo, expresó Yevdokimova.
Ya tuvieron que buscar asistencia médica de emergencia para el niño y se sintieron aliviados por los servicios recibidos.
Otra refugiada, Karin Buiukli, de 27 años, jefa de recursos humanos de una firma en Odesa, y su familia, cuentan que les ofrecieron alojamiento en Brasov, pero que no esperaban recibir tanta generosidad.
“Los dueños del departamento son muy amables, ya somos como viejos amigos”, declaró Buiukli. “Nos mostraron la ciudad, nos invitaron a su casa, es como si nos conociésemos desde hace tiempo”.
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McGrath informó desde Brasov (Rumania).