¿Podré irme? Desesperante espera en el aeropuerto de Kabul
Mientras espera en el aeropuerto de Kabul un vuelo que no sabe si va a llegar, cansada y asustada, una joven mujer afgana se debate entre dos mundos: En uno, logra salir de Afganistán y pasa a ser una refugiada en un país que no conoce, en el otro se queda y renuncia seguramente a todo lo que consiguió en los últimos 20 años
Mientras cientos de personas invadían la pista del aeropuerto internacional de Kabul para tratar de irse del país tras la llegada del Talibán al poder, una joven mujer se debatía entre dos mundos.
En uno, Massouma Tajik abordaría un avión que la llevaría a un país que no conocía, para pasar a ser una refugiada. En el otro, se quedaba en Afganistán bajo un gobierno talibán, obligada probablemente a renunciar a todo lo que había conseguido en los últimos 20 años.
Agotada por la falta de sueño, hambrienta y asustada, llevaba horas esperando en el aeropuerto un vuelo que no sabía si llegaría, llena de interrogantes que no podía responder.
“Estoy en el aeropuerto, esperando conseguir un vuelo, pero no sé hacia dónde”, expresó la joven en declaraciones telefónicas a la Associated Press. “Estoy confundida, hambrienta y desesperada. No sé qué será de mí. ¿Adónde iré? ¿Cómo serán mis días? ¿Quién mantendrá a mi familia?”.
Tajik, una analista de datos de 22 años que trabajaba para un contratista estadounidense vinculado con el empresariado afgano, recibió una llamada el domingo por la tarde en la que se le dijo que tenía diez minutos para irse al aeropuerto. Figuraba en una lista de personas a ser evacuadas con destino a Estados Unidos o México Es todo lo que sabía. No tenía visa en su pasaporte.
Se fue del departamento de una amiga en Kabul prácticamente con lo puesto, una mochila, su laptop y su teléfono.
“Mis sueños, todos mis planes, todo está en esta pequeña mochila”, señaló.
Cuando el Talibán tomó Kabul el domingo tras la huida del presidente Ashraf Ghani, poniendo fin a dos décadas en las que Estados Unidos y sus aliados trataron de transformar Afganistán, Tajik y un grupo de afganos que colaboraron con medios de prensa estadounidenses fueron llevados al aeropuerto por sus amigos norteamericanos.
El relampagueante derrumbe del gobierno afgano y el caos que vino después, a dos semanas de que Estados Unidos y la OTAN terminasen de retirar sus soldados, estremeció a los afganos y al mundo en general. En lo que respecta a las mujeres, generó el temor de que perderán todos los derechos, incluidos los de estudiar y trabajar, adquiridos en las dos últimas décadas.
Camino al aeropuerto, Tajik miró por la ventana las calles de Kabul, “llenas de un silencio que metía miedo”.
Casi no tuvo tiempo de llamar a su familia en la provincia de Herat, al oeste del país, que había caído en manos del Talibán hacía una semana. Antes de la caída, Tajik había logrado salir de Herat, la capital de la provincia, rumbo a Kabul, “en la esperanza de que Kabul pudiera resistir” el avance de los talibanes.
“Pero todo cambió”, expresó. “Todo se vino abajo delante mío”.
Su familia no se opuso a que se fuese a pesar de que tiene solo 22 años y era quien la mantenía. Ese papel la llenaba de orgullo y probablemente no lo podría seguir haciendo bajo un gobierno talibán. También sabía que, de quedarse, podía generarle problemas a su familia: Una mujer joven, educada en una universidad internacional, que trabajaba con extranjeros.
“Cuando me iba de Herat pensaba que no podía dejar a mi familia, pero si me quedaba hubiera sido un riesgo para ellos”, comentó.
Antes de partir de Herat, destruyó todo lo que pudiese relacionarla con organizaciones internacionales, incluidos algunos recortes de periódicos. Además de trabajar para un contratista estadounidense, en julio un prominente diario de Estados Unidos publicó un artículo en el que aparecía ella.
“Quemé todo, lo enterré, y me fui”, dijo la joven.
En el aeropuerto se encontró con muchos afganos esperando desesperadamente por un vuelo que los sacase del país, algunos al borde de las lágrimas. Ella estaba fundida. No había dormido en tres días. Circulaba el rumor de que cancelarían todos los vuelos. O de que no había nadie que los pudiese proteger.
“El Talibán puede llegar en cualquier momento”, dijo con la voz quebrada.
Pasaron seis horas. Escuchó algunos tiros que venían de afuera. ¿Era el Talibán?
Pudo ver un avión en la pista, pero no era el suyo. Una multitud se abalanzó hacia el aparato, empujándose entre ellos. Observó todo desde un banco y, por un momento, la abrumó la incertidumbre.
“Podía terminar del otro lado del mundo, en un campamento de refugiados. No tengo comida ni dinero conmigo”, declaró. Y extrañaba a su familia. “Temo por sus vidas. Todos estos años de estudios y esfuerzos para tratar de labrarme una vida mejor y de ayudar a otros no sirvieron para nada”.
Hacia la medianoche del domingo, pensó en tomarse un taxi y volver a Kabul. Imposible regresar a Herat. Se estaba preparando para irse cuando cambió de idea nuevamente.
No podía dormirse. Había gente robando en la terminal. Se fue con sus compañeros de vuelo a la pista.
Al salir el sol, había miles de personas en el aeropuerto. Tajik dijo que vio a soldados estadounidenses que disparaban al aire. Le dijeron que su vuelo llegaría pronto.
Más tarde el mismo lunes, los militares estadounidenses dijeron que siete personas habían muerto en medio del caos en el aeropuerto, incluidas algunas que se cayeron de un avión militar estadounidense al que se habían aferrado cuando despegaba.
“Jamás le perdonaré al mundo haber guardado silencio”, dijo la joven. “Yo no me merecía esto. Nadie se lo merece”.