No estamos solas: mexicanas luchan juntas por aborto
A tres años de la despenalización del aborto en Oaxaca, grupos feministas y organizaciones que informan sobre derechos sexuales y reproductivos manifiestan que ese estado del centro de México enfrenta carencias para garantizar el aborto seguro y gratuito a toda mujer que lo requiera
La lucha social recorre Oaxaca como un pulso colectivo que grita “aquí no nos vamos a conformar”.
A tres años de convertirse en el segundo estado de México en despenalizar el aborto, grupos feministas y organizaciones de derechos humanos, sexuales y reproductivos aún pelean para que toda mujer que desee interrumpir su embarazo pueda lograrlo de manera digna, segura y gratuita.
Eliminarlo como delito en el Código Penal local en 2019 y reformar la Ley Estatal de Salud en 2021 no ha sido suficiente para garantizar su práctica en el sector público. Las modificaciones jurídicas no derivan en empatía entre todo el personal médico ni rompen los estigmas que llevan décadas incrustados en parte del imaginario social.
Ante este panorama, las oaxaqueñas han aprendido a crear redes de acompañamiento mientras avanzan hacia un futuro donde el aborto sea realmente accesible para todas. Éstas son algunas de sus voces. Varias hablaron con The Associated Press omitiendo detalles de su identidad para no poner en riesgo su seguridad.
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Viridiana Bautista, 36 años, activista en Las Consejeras
El interés para que me involucrara en el tema del aborto surgió por una experiencia personal: hace casi 13 años pasé por una interrupción. Me practicaron un legrado. Me rompieron mi útero. Estuve a punto de perder la vida. Me tuvieron que coser donde me habían roto.
Yo había sido catequista, entonces estaba permeada por una visión religiosa. En un principio me generó conflicto, pero intenté manejarlo. Después de unos años empecé a conocer diversos espacios feministas. Empecé a involucrarme con otra visión y dije “esto es bien importante porque, ¿a cuántas mujeres no les pesa el tema de la culpa?”.
Algunos grupo de mujeres (a las que llaman colectivas) me invitaron a participar porque se venía la propuesta de la despenalización. En cada reunión, todas cooperábamos.
Cuando se da la despenalización no lo podíamos creer. Fue muy emocionante. Fue resultado del trabajo de muchas compañeras: de las que convencieron a las diputadas para que llevaran la propuesta, que hicieron el posicionamiento, que trabajaron en redes sociales y que salieron a protestar.
Ahora el reto es lograr una despenalización social y que el aborto sea real, porque en ese momento fue “qué chido” (qué bien) y “lo logramos”, pero a tres años los retos son impresionantes.
Estamos permeados por prácticas machistas, misóginas y de violencia contra las mujeres. Son muchas las barreras a las cuales nos estamos enfrentando, tanto organizaciones como colectivas, activistas y defensoras de derechos para que esto sea una realidad, para que el aborto no nada más haya quedado en una cosa histórica.
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Nay Aquino, 41 años
La primera vez que interrumpí un embarazo yo no quería hacerlo. Estaba en una relación muy dependiente. Ahora lo veo como violencia psicológica. Yo no quería. Fue una decisión tomada por otra persona. Él vio todo lo que tenía que hacerse: buscar el dinero, pagar una clínica, un doctor y todo. Por el trauma no recuerdo bien las fechas. Pienso que habría tenido entre 19 y 20 años.
Recuerdo estar en lo frío del quirófano, sola con el ginecólogo y el movimiento de tirarme como en una carnicería, como tiran un pedazo de carne en la plancha y una mujer me dice “tranquila”, como para hacerme saber que ella está ahí. Cuando despierto estoy en el cuarto y no sé nada. No vuelvo a ver al doctor, no me dicen qué va a pasar. Veo los sueros y escucho “ya te puedes ir”, pero como el cuarto estaba pagado hasta el otro día, me quedé a dormir. Una amiga estuvo conmigo y se quedó toda la noche. Ella me dijo “nos tenemos que ir”. Me cambié, agarré mi mochila y me fui a la universidad a presentar un examen.
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Libia Valdez, 36 años, abogada en Ixmucane A.C.
Nuestra intención era trabajar con estudiantes de Derecho porque a nosotras en la universidad no nos formaron desde la perspectiva de derechos humanos y género ni desde la mirada de las comunidades indígenas.
Invitamos a varias aliadas, no sólo abogadas. Nos fuimos hacia el feminismo para que pudieran entrelazar. Hace tres o cuatro años muchas jóvenes creían que el feminismo era esto de las “feminazis” y queríamos que entendieran que es una corriente que permite analizar las realidades y el contexto de las mujeres.
Así fuimos llegando hacia los derechos sexuales y reproductivos y el derecho a decidir. Abordamos si en algún momento habían tenido que decidirlo y fue sorprendente escucharlas decir “yo lo decidí en algún momento” o “nosotras acompañamos a otra compañera que vivía sola”.
En ese grupo se crearon amistades bien estrechas. Era un espacio seguro para hablar. Llegó a tal grado que se creó una colectiva al interior. Se animaron a trabajar juntas y buscaron un nombre en zapoteco que quiere decir “mujeres que hacen trabajo ellas mismas”.
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Metztli Lima, 29 años, acompañante en La Campamenta
Nosotras nos llamamos La Campamenta porque es algo de lo que hemos podido tomar agencia: apropiarnos del lenguaje y cambiarlo. Esto lo veo en torno a la normalización de hablar en femenino. Veo que cada vez más compas (compañeras) hablan de colectivas y no de colectivos.
Esto incomoda un montón. A nosotras nos han dicho “señoritas, aprendan a escribir bien”. Esto exhibe cómo la banda (la gente) está más preocupada por una letra que por el contenido del mensaje.
Nuestra apuesta es compartir saberes y que haya abortos informados. Pusimos la perspectiva de que no sólo las mujeres abortan; también los hombres trans, las personas no binarias, intersexuales, o sea, hay toda una posibilidad de identidades. ¿Qué pasa, por ejemplo, si una persona no binaria no está en este marco legal y llega y le dicen en el centro de salud “tú no eres mujer, eres persona binaria; eres hombre trans, no entras”? Nos han contado de casos que les ha sucedido.
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Mujer indígena y activista de casi 70 años(asterisk)
Ésta es una comunidad indígena de unos 15.000 habitantes. Lo que hace falta aquí es información, que se sensibilicen. Antes a las mujeres se les decía que, si interrumpían su embarazo, cuando se murieran se iban a comer ese producto. Tenían miedo, pero algunas sí se atrevieron a interrumpir.
Hace veintitantos años yo era un ama de casa como todas, obediente y todo eso. Una hermana me invitó a un taller sobre derecho indígena. Después de eso empecé a acompañar a gente sobre derecho agrario. No tenía mucha información, pero yo iba como intérprete al Ministerio Público.
Un día una compañera me dijo “oye, hay un taller sobre derechos sexuales y reproductivos” y le dije “ay, no, me da miedo”. Nomás la palabra “sexual”, imagínate. Yo también estaba con otra mentalidad, pero fui y me gustó. Al principio no entendí muy bien, pero dije “tengo que aprender”.
En 2003 empecé a capacitarme. Hicimos una marcha sobre los derechos de las mujeres. A partir de ahí empecé a dar talleres, pláticas con jóvenes, ferias informativas. Ya soy una persona mayor, pero sigo participando.
En las pláticas al principio no mencionábamos la palabra “aborto”. Decíamos “¿cómo hacer para que te llegue tu regla si piensas que estás embarazada?”.
Yo no puedo decir que soy acompañante, solamente digo que doy información, lo que dice la ley, porque no nos podemos arriesgar. Como estoy en una comunidad indígena, la gente me ubica, sabe dónde vivo.
Cuando una mujer me dice “me siento aliviada” me da mucho gusto, pero más gusto me dio cuando una chica me dijo “qué bueno que te escuché en la radio, salí de mi problema y cambié mi vida”. A esa chica la canalicé a un refugio. La apoyaron legalmente, psicológicamente. Y otra mujer que apoyé porque no sabía hablar bien español me dijo “nadie me quiere acompañar porque soy una mujer que anda descalza y no me puedo poner ni una chancla porque mis pies ya se acostumbraron a andar sin calzado”.
(asterisk)La mujer habló con AP en condición de anonimato y pidiendo no revelar su nombre ni edad para no arriesgar su seguridad.
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Karen Castellanos, 26 años, acompañante en Siempre Viva y ddeser
Nosotros tenemos reuniones con el sector Salud. Ellos nos dicen “solamente manden mujeres con causal o una situación de emergencia”. Entonces ya desde ahí les ponen un alto. Preguntamos por qué y dicen “tenemos mucho trabajo, cosas más importantes; tenemos que atender a mucha gente y para nosotros es más presión”.
Ha habido chicas que me dicen “fui a pedir el servicio y me dijeron que por qué estaba haciendo eso, que ahí no lo hacían”. Las vuelven víctimas porque las juzgan, les tienen un prejuicio, las asustan. Incluso se sienten tan mal que ya no quieren regresar al hospital. Y yo les digo “si quieres, te acompaño”. Y me dicen “no, no quiero ir allá”. Y es cuando decidimos darles otro acompañamiento. Ellas consiguen el medicamento y se les brinda el acompañamiento para el aborto seguro.
Recibimos unos 50 o 60 casos al mes. También hay chicas que preguntan y luego ya no responden. Yo siempre me he preguntado por qué. No sé si alguien las vio o qué.
Una vez una chica me dijo que no sabía qué decisión tomar por presión social. Yo de repente platico con ellas. Nuestra idea no es promover el aborto, sino el derecho a decidir. Y si una mujer me dice “yo me siento muy bien y gano bien y quiero continuar un embarazo”, nosotras felices de que sean maternidades amorosas y elegidas.
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Yanet Jennings, 38 años, ginecóloga en clínica privada
Cada vez he perdido más miedo de salir del clóset y decir “estoy completamente en pro del derecho a decidir”.
Yo elegí una carrera en la cual me dedico a la salud de la mujer sin meter mis cuestiones morales, legales y religiosas, pero pareciera que la mayoría de los colegas no opinan así, sino que es más importante lo que piensan a nivel personal que las necesidades de la mujer.
Otros no tienen objeción, pero ven la interrupción como una oportunidad para cobrar de más. La causa número uno por la cual interrumpen las mujeres es económica, entonces es un abuso de poder. Es el patriarcado de nuevo. Es decir “sí, te voy a ayudar, pero mi conocimiento te va a costar”.
Para mí las acompañantes tienen un valor impresionante. Ellas son las que están en la calle, las que tienen más feminismo y amor al prójimo de conocer las circunstancias que viven las mujeres que desean interrumpir y tienen ese valor de acompañarlas.
Una idea muy personal de por qué la mujer aborta es que es un acto de amor muy grande hacia ella misma y hacia sus proyectos de vida, hacia su cuerpo, porque no es el momento ideal para concebir.
¿Cuántas veces preguntamos “qué te da miedo, qué es lo que te preocupa de abortar"? Yo tengo varias respuestas para esto porque lo hago desde hace años, pero es algo en lo que también nos podríamos capacitar. Yo honro y agradezco que estas mujeres me permitan escuchar sus historias.
Alguna vez vino una señora como de 38 años. Era de una comunidad alejada. Venía con su hija más grande, que traía un bebé. Pasó a consulta, su hija se quedó afuera y me dijo “doctora, estoy embarazada y necesito abortar. Soy viuda, pero en mi pueblo me matan si saben que profané el nombre de mi esposo. Me dijeron que usted me puede ayudar". Y le digo “¿y no le podemos decir a tu hija?”. Me dijo que no, entonces le dije “órale, aquí mismo lo resolvemos, vamos a decirle a tu hija que traes un quiste o cualquier otra cosa”.
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