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Música, dulces y flores honran a la Santa Muerte en México

Como cada primero de noviembre, un barrio de la capital de México reúne a decenas de devotos que ofrecen caramelos, aguardiente y rosas a la Santa Muerte, un ídolo representado por un esqueleto con hábito que es rechazado por la Iglesia católica y se cree que tiene entre sus fieles a narcotraficantes

R. Mara Teresa Hernndez
Martes, 01 de noviembre de 2022 18:53 EDT

Hombres y mujeres de todas las edades caminan con ella entre los brazos, acunándola cerca del pecho como si fuera un recién nacido envuelto en mantas o vestidos de colores. Algunos la llaman “mi niña” o “mi madre”. Para otros simplemente es “La Santa”.

Como cada primero de noviembre, una calle del barrio de Tepito en la capital de México congrega a decenas de creyentes de la Santa Muerte, una figura representada con un esqueleto cubierto con un habito que la Iglesia rechaza en este país mayoritariamente católico.

“Es muy milagrosa. Muchos la ven mal, pero ella simplemente se porta bien con la persona indicada”, dice José Luis Candanosa a The Associated Press.

El mexicano de 33 años cuenta que la vio por primera vez durante un sueño en 2018. En aquella aparición no era una figura en huesos, sino una mujer alta y hermosa. Llevaba un vestido blanco y largo. “Yo no quería creer en ella, pero a partir de ahí ya mis amigos me dijeron ‘quiere estar contigo’”.

En medio de sus dudas, uno de sus conocidos le regaló una figura de “La Santa” y él le montó un altar en su habitación. Aunque hay fieles que la colocan junto a imágenes de santos de la Iglesia católica, él la tiene sólo a ella y le ofrenda manzanas, dulces, cigarros, vino y semillas, para que la abundancia no falte en su hogar.

Alrededor de José Luis, docenas de mexicanos caminan con su “Niña” en brazos o la cargan dentro de una mochila que parece un altar móvil, pues conforme avanzan hacia el altar en el que la adoran se va llenando de caramelos, rosarios y panes que los creyentes se ofrecen entre sí. Algunos además la rocían con aguardiente y le soplan el humo de un puro para quitarle los males que absorbe cuando la tienen en casa. Así regresa purificada, afirma José Luis.

La historia de cada seguidor es distinta. Hay quien le pide salud, que un familiar salga pronto de la cárcel o que no le traiga tristeza. En México se le ha vinculado a cárteles del narcotráfico y se cree que sus fieles han crecido en la frontera norte, donde migrantes, pequeños empresarios y gente de la comunidad LGBT se han sumado a su culto.

En las calles de Tepito, lo mismo la veneran mujeres trans que padres de familia. Hay niñas que cargan con figuras diminutas de “La Santa” en sus bolsos de mano, ancianas que la transportan junto a ramos de rosas e incluso una madre que no la lleva a la vista porque va arrodillada con su recién nacido en brazos.

Durante una visita a México en 2016, el papa Francisco aludió a la Santa Muerte y la consideró una “quimera” y un “símbolo macabro” que comercializa la muerte. Sin embargo, desde Tepito algunos fieles explican que la Iglesia no debería repudiarla, pues antes de bajar a la Tierra formaba parte del reino de Dios.

“Ella era un ángel divino, muy bonito. Dios es el que me da la vida, que me la presta, y ella me la quita”, cuenta Mario Alberto Sánchez, de 25 años. “Está representada así, en una muerte, porque le dolía ver que Dios la había mandado por todos los que habían muerto y le dolía ver el sufrimiento, los lamentos”.

A sus espaldas está su pequeña de año y medio y tanto él como su pareja vienen año con año a reiterar su fervor. Cerca de él hay otras familias. Irvin Altamirano, por ejemplo, es un conductor de un bicitaxi que trajo a su “Santa” desde el sur de Ciudad de México para cumplir la promesa que le hizo cuando le pidió tener una hija.

“Mi esposa no podía tener bebés. Tratamientos y todo y nada. Le pedimos, le pedimos, le pedimos, y ahorita mi bebé tiene seis meses”, relata el hombre de 33 años.

Agrega que su devoción creció con el nacimiento de su niña, pero “La Santa” lo encontró desde que tenía unos seis o siete años. Su padre trabajaba todo el día, su madre era alcohólica y, de alguna manera, su fe lo salvó. Desde entonces la ha tenido difícil y pasó un tiempo en la cárcel, pero “La Santa” lo mantiene en pie.

“Cada mes me la traigo. Tenga dinero o no tenga dinero, yo estoy acá”.

Los tatuajes de sus brazos son visibles porque lleva una camiseta sin mangas y tocándoselos con ambas manos aclara: “A lo mejor nos vemos un poco malandros (delincuentes), pero nada que ver. La mayoría somos relajados y chambeadores”.

Explica que más tarde montará a su “Santa” a su bicitaxi para llevarla a otras peregrinaciones y seguir el festejo. Por ahora, le sube a la música que escapa de una bocina portátil que carga consigo mientras las ofrendas siguen cayendo a los pies de su “Niña”, que mide más de un metro de alto y hoy viste de azul.

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