Los desafíos de dos iglesias rurales en tiempos de pandemia
Una sirve a feligreses mayormente blancos, la otra ofrece servicios en cinco idiomas
Cuarenta y ocho kilómetros (30 millas) separan a dos iglesias rurales de Missouri. Y mucho más. Una tiene fieles mayormente blancos, mientras que la otra ofrece servicios en cinco idiomas a feligreses de distintos rincones del mundo.
Todos los martes, no obstante, los pastores de ambas iglesias se reúnen a mitad de camino para darse consejos y compartir la alegría de su ministerio y la enorme carga que tienen. Debido a la pandemia del coronavirus, a menudo se sienten abrumados por los retos que enfrentan.
Hablan “de la muerte de uno de nuestros miembros, los problemas de la gente, la pérdida de fondos o cualquier otra cosa, incluida nuestra propia depresión, el tener que lidiar con todo esto encerrados en nuestras casas...”, comenta el pastor Mike Leake, de la iglesia bautista del sur El Calvario de Neosho, al enumerar los desafíos cotidianos. Pero en medio de todo esto, perseveran. Si bien quieren mantener a salvo a susaa feligreses, están decididos a llevar a cabo servicios a los que puede asistir la gente mientras haya fieles dispuestos a participar.
“Nuestra misión de profesar los Evangelios no se termina porque llegó el coronavirus”, sostuvo el pastor Joshua Manning, de la Iglesia de la Comunidad Bautista de Noel. “Debemos cumplir una función. Tenemos que predicar. Tenemos que reunirnos”.
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Los domingos la Comunidad Bautista ofrece cinco servicios para cinco congregaciones extranjeras —en total unas 200 personas— que rezan en la iglesia de Noel.
Esta localidad de 1.800 residentes en el sudoeste de Missouri tiene una gran cantidad de inmigrantes, incluidos isleños del Pacífico, mexicanos, sudaneses y refugiados de Myanmar. La mayoría son atraídos por la posibilidad de trabajar para una planta procesadora de pollos de Tyson Foods.
A principios de junio, el condado de McDonald, donde se encuentra Noel, tenía menos de dos docenas de casos confirmados de COVID-19. El 23 del mismo mes, había 498 contagios confirmados. Tres días después, Tyson Foods informó que 371 empleados de su procesadora de Noel habían dado positivo. Indicó que había establecido una nueva estrategia de monitoreo del mal, pero no ofreció más información hasta diciembre a pesar de numerosas solicitudes.
Al principio de la pandemia, Manning cerró la iglesia por dos meses, acatando disposiciones de las autoridades. Reabrió en junio y contrajo el virus. Se vio obligado a cerrar por otro mes.
Su esposa Lauren y sus tres hijos también se contagiaron, lo mismo que el abuelo de Lauren, quien falleció en octubre. El pastor Roberto Núñez, que servía a la comunidad hispana, murió en julio. Las misas dominicales en español las ofrece ahora un pastor que viaja más de cinco horas de ida y de vuelta desde Nebraska.
En medio de todo esto, Manning sigue adelante.
“Tengo que buscar el equilibrio entre dos cosas distintas”, expresó el pastor, de 41 años. “Tengo que predicar el Evangelio. La iglesia tiene que reunirse. Los negocios deben seguir funcionando. Sin la procesadora de pollos, la gente no cobra y no tiene para comer”.
“Necesitamos las escuelas, todas esas cosas. Y hacer cualquiera de esas cosas conlleva riesgos”.
Hablando desde su oficina en el segundo piso de la iglesia, tras ofrecer dos misas en el mismo día, Manning dijo que la iglesia “está afectada por el COVID, pero ese efecto no es tan negativo”.
La pandemia, aseguró, revivió la fe de la gente. Calcula que en los últimos tres meses fueron bautizadas 50 personas de las cinco congregaciones que asisten a su iglesia.
“Las necesidades espirituales de la gente son muy distintas de las que eran antes”, manifestó Manning.
Melody Binejal, de 27 años, hawaiana hija de padres de las islas Marshall que se radicó en Noel este año, fue bautizada un domingo reciente en la iglesia. Su suegro falleció tras contraer el virus.
Es una lucha dura, dijo la mujer, pero “es el momento justo para entregar tu vida a Jesús, porque nunca sabes cuándo vendrá y se llevará todo”.
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Unos 48 kilómetros al norte de Noel se encuentra Neosho, comunidad de 12.000 habitantes mucho menos diversa que Noel. El 85% de la población es blanca y hay pocos inmigrantes.
En marzo, cuando se propagaba en otros países y en rincones lejanos de Estados Unidos, el virus no parecía representar una amenaza en el sudoeste de Missouri.
Pero el 9 de marzo, un día antes de que el Calvario de Neosho despachase una misión a México, Leake se enteró de que la Junta de la Misión Internacional de los Bautistas del Sur recomendaba suspender esos viajes. La iglesia así lo hizo.
Leake ofreció una misa con público el domingo siguiente y luego, acatando las restricciones dispuestas por las autoridades, suspendió esos servicios por siete semanas, durante las cuales ofició misas virtuales.
El 10 de marzo se levantaron algunas restricciones y Leake reanudó las misas con público. Se pidió a los fieles que mantuviesen una distancia de dos metros (seis pies) y no se hicieron círculos de oración. No se pasó el plato para recibir donaciones, sino que se colocaron canastos en la salida.
Cuando reabrió la iglesia, recibió la mitad de los fieles de costumbre. El condado de Newton, donde se encuentra Neosho y que tiene 58.000 habitantes, había registrado solo 19 contagios. Hacia el 1ro de julio eran 427. A fines de noviembre, unos 3.000. Había un solo muerto a principios de junio y ahora hay casi 40.
Igual que otros pastores de Neosho, Leake debe decidir si reanuda las misas en persona o no. Por ahora alienta a los fieles a que no asistan si están enfermos o corren peligro.
Hacia fines de noviembre, ningún miembro de su congregación había fallecido por el COVID-19, según Leake, pero varios se habían contagiado o tenían amigos o familiares que habían muerto.
A lo largo de la pandemia, Leake les ha pedido a los fieles que usen tapabocas, aunque no ha hecho su uso obligatorio. Scott Tucker, quien trabaja en un club de golf local, no lo usa, igual que la mayoría.
“No pienso vivir con miedo”, explicó. “Pase lo que pase aquí en la Tierra, no va a afectar mi eternidad... Si muero por el COVID, iré a un sitio mejor. Sé a donde voy”.
Leake,de 39 años, dice que el tema plantea dilemas a muchos pastores locales.
“Si ordenas el uso de barbijos, habrá gente que no vuelve a tu iglesia”, comentó. “Al mismo tiempo, hay gente que se va si no lo haces obligatorio”.
No es sencillo ser pastor en estos días, indicó. “Algunas semanas no sé de ningún pastor que quiera estar oficiando ahora”.
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Crary informó desde Nueva York. El reportero de la Associated Press Jim Salter colaboró desde San Luis.
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