La tolerancia de San Francisco flaquea ante los delitos
Las carpas de indigentes, el consumo abierto de drogas, allanamientos y calles sucias en San Francisco han ido a peor durante la pandemia
Los habitantes progresistas de San Francisco están acostumbrados a convivir con el consumo abierto de drogas, calles sucias de heces y delitos menores. Pero un aumento de los allanamientos y los robos descarados en comercios han hecho que algunos vecinos piensen que la ciudad de la que se enamoraron está en decadencia.
Caitlin Forster, gerente de un bar, es una de las personas de la ciudad que ha tenido que limpiar más de una vez jeringuillas usadas y otros objetos asociados a las drogas ante el negocio donde trabaja. Y tras demasiados encuentros con personas armadas en crisis, el afecto de esta nativa de Seattle por su ciudad de adopción se ha empañado.
“Vivir aquí era una meta, pero ahora estoy aquí y pienso, ‘¿Dónde voy a mudarme ahora?' Estoy harta”, dijo Foster, que gestiona el Noir Lounge en el lujoso vecindario de Hayes Valley.
Una serie de sucesos llamativos -como turbas de gente que rompieron cristales y robaron bolsos de lujo en el céntrico distrito comercial de Union Square, y tiroteos a plena luz del día en la zona turística de Haight-Ashbury- no ha hecho más que agravar la sensación general de vulnerabilidad. Los vecinos se levantan por la mañana entre noticias de agresiones a ancianos asiáticoestadounidenses, restaurantes asaltados y comercios protegidos con tablones en el centro de la ciudad.
La pandemia vació zonas de San Francisco y dejó sobre la mesa algunos de sus problemas, como una actitud relajada de las autoridades ante el tráfico de drogas a unos pasos de la Ópera local. Las familias se desesperaron cuando las escuelas pública se mantuvieron cerradas la mayor parte del año pasado, mientras los niños de distritos escolares cercanos volvían a sus escuelas.
“Hay una sensación generalizada de que las cosas van por mal camino en San Francisco”, dijo Patrick Wolff, de 53 años, jugador retirado de ajedrez y originario de la zona de Boston, que vive en la ciudad desde 2005.
Los vecinos de San Francisco votarán en junio si revocan a la secretaria de justicia Chesa Boudin, una exabogada defensora elegida en 2019 y acusada por sus críticos de ser demasiado permisiva con la delincuencia. Sus defensores afirman que los crímenes no han aumentado y que la apropiación salarial corporativa es un problema mucho más urgente que casos como el de una mujer de San Francisco detenida finalmente tras robar productos por valor de más de 40.000 dólares en unas 120 visitas a una tienda Target.
“¿Dónde está el progreso? Si dices que eres progresista, saquemos a los sin techo de la calle y consigamos atención de salud mental para ellos”, dijo Brian Cassanego, nacido en San Francisco y propietario del local donde trabaja Foster.
Cassanego se mudó a la zona cercana de viñedos hace cinco meses, después de salir un día y encontrarse con un “hombre como un zombi” con los pantalones por la rodilla y sangrando del punto en la cadera donde se había clavado una jeringuilla.
“Subí y le dije a mi mujer ‘¡Nos vamos ya! ¡Esta ciudad está acabada!”, dijo.
Aunque la delincuencia en general lleva años a la baja, los reportes de grandes robos a personas o comercios han subido casi 17% a más de 28.000, en comparación con la misma fecha del año pasado. Siguen siendo menos que los más de 40.000 casos de grandes robos reportados en 2019. La mayoría de las llamadas a la línea de servicios de la ciudad son peticiones para limpiar calles y veredas.
Los publicitados problemas de San Francisco han servido como arma arrojadiza para medios conservadores. El expresidente Donald Trump volvió a sacar el tema hace poco y dijo en un comunicado que debería enviarse la Guardia Nacional a San Francisco para detener los robos en comercios.
Las autoridades electas de la ciudad dicen que lidian con los profundos problemas sociales de cualquier ciudad estadounidense.
Un alto porcentaje de las aproximadamente 8.000 personas sin hogar en San Francisco sufren adicciones crónicas o enfermedades mentales graves, a menudo las dos. El año pasado murieron de sobredosis 712 personas, en comparación con los 257 muertos de COVID-19.
LeAnn Corpus, administrativa, dijo que un hombre sin techo armó una carpa improvisada delante de su casa utilizando una bicicleta y una sábana e hizo sus necesidades en la vereda. Ella llamó a la policía, que llegó dos horas más tarde para expulsarle. Pero en la casa de su tía, añadió, una persona sin hogar acampó en el jardín durante seis meses pese a los intentos de las autoridades de que se marchara.
“La ciudad ya no se siente segura”, dijo Corpus, vecina de tercera generación en San Francisco.
En Hayes Valley, propietarios hartos de ver basura tirada sin que la ciudad hiciera nada para arreglarlo se unieron para arrendar contenedores cerrados de basura a una empresa, indicó Jennifer Laska, presidenta de la asociación vecinal.
Cuando expiró el arrendamiento, la asociación consiguió que la ciudad aceptara comprar e instalar nuevos contenedores diseñados para mantener la basura dentro y a prueba de robos. Eso fue hace cuatro meses.
“Estamos teniendo problemas para que de verdad se compren los contenedores”, dijo Laska.