La satisfacción de visitar pacientes a domicilio en Uruguay
Mientras miles de personas en el mundo toman precauciones para evitar todo contacto con gente contagiada de COVID-19, Carolina Moreira es una joven médica que siente una gran satisfacción al visitar a pacientes a domicilio en Uruguay
Puede que el cubrebocas que oculta la mitad de su rostro evite que sus pacientes sepan que les dedica una sonrisa, pero sus manos no mienten. Ella los toca con cuidado y paciencia para medir su temperatura corporal, registrar su oxigenación, evaluar qué seguimiento amerita su caso y a veces hace algo más: los escucha y consuela en tiempos de COVID
Carolina Moreira -uruguaya, 31 años, madre de un niño de 3- no teme el contacto físico con un paciente contagiado del nuevo coronavirus. Dice que el miedo se queda afuera cuando se viste con su equipo de protección personal y armada con bata, guantes, gorro, barbijo y careta visita pacientes a domicilio en medio del peor pico de contagios y muertes ocasionados por la pandemia en Uruguay.
“Me ofrecieron el radio (ser médica a domicilio), decidí probarlo y me encantó. Tengo al paciente ahí, puedo auscultarlo y me encontré con cosas más allá de lo que imaginaba, que era controlar la saturación (de oxígeno) y temperatura. La verdad es que metiéndose en la casa de las personas uno encuentra un montón de problemáticas y le devuelven cosas muy lindas los pacientes”, explicó Moreira a The Associated Press
En Uruguay hay dos tipos de servicios de salud: público y privado. Moreira trabaja en este último en el Centro de Asistencia del Sindicato Médico del Uruguay, conocido como CASMU, que funciona a través del mutualismo, es decir, contribuciones que los uruguayos hacen de manera periódica para acceder a los beneficios cuando lo requieran.
La experiencia de Moreira con personas infectadas con el virus que ha llevado a Uruguay a convertirse en uno de los países con más muertes por millón de habitantes -según Our World in Data- ha variado durante la pandemia. En 2020, como médico general, laboró en la salud pública y atendió a contagiados en el área de emergencias. Desde ahí atestiguó el aumento de los hisopados positivos y colegas infectados. La sobrecarga de trabajo comenzó a volverse agotadora y por momentos tuvo que hacer los pendientes de dos o tres compañeros.
Ahora, mientras completa un posgrado en fisiatría -especialidad que se ocupa de la rehabilitación de personas con patologías motoras-, sus jornadas se dividen entre contactos telefónicos y visitas domiciliarias.
El CASMU funciona de 8 de la mañana a 10 de la noche y los médicos se reparten en dos turnos de siete horas. Un grupo atiende las llamadas de unos 20 o 25 pacientes y el resto sale a las consultas. “A veces son pacientes jóvenes y el control es muy simple, toma poquitos minutos, y a veces nos encontramos con situaciones complicadas desde el punto de vista respiratorio o apuntando a la parte psicoemocional, que a veces es muy fuerte para los pacientes y en los contactos que tienen con nosotros lo expresan”, señaló Moreira.
A ella le gusta rotar entre ambas funciones y disfruta el contacto cara a cara. “Me faltaba un poco el paciente presencial y poder auscultarlo”, relató.
Cuando a un médico del CASMU se le asigna una visita a domicilio lo acompaña un chofer, las ambulancias sólo se desplazan cuando hay que transferir a enfermos graves. Una vez en ruta, Moreira cuenta con el historial médico de la persona y al llegar a su casa arranca el chequeo de rutina: le pone el termómetro, le explica cómo usar el saturómetro y le pregunta a su paciente cómo se siente. Dependiendo del caso, toma la presión, mide glucosa, pide que un enfermero acuda para obtener una muestra de sangre o solicita un traslado para tomar una placa. A veces se retira y deja indicaciones para continuar el seguimiento vía telefónica. En otras ocasiones, acompaña a sus pacientes y platica con ellos.
“Me ha pasado que la gente no se quiere trasladar. No quieren ir al hospital porque no quieren estar internados porque piensan que van a morir, entonces ahí entran en juego un montón de sentimientos. Con habilidades comunicacionales hay que explicarles qué es lo mejor para ellos”, dijo.
A algunos no sólo los ataca el virus, también la soledad. “He atendido a gente muy mayor que hace un año y algo no ve a su familia, gente muy sola, y con el COVID no los va a visitar nadie”, explicó Moreira. “Entonces, aunque nos tengamos que poner todo el EPP, equipo de protección personal, poder entrar y agarrarle la mano a un paciente, preguntarle cómo está y escucharlo... Encontré ahí una parte muy linda de mi carrera”.
Tras haber logrado reducir la movilidad sin imponer cuarentenas y un buen control de la pandemia durante 2020, era difícil anticipar que Uruguay surcaría este año con al menos 298.000 infectados y 4.300 fallecidos, pero Moreira nunca descartó tratar casos complicados y aseguró que no le da miedo contagiarse.
Al salir de cada visita se despoja de su equipo de protección y el chofer que la acompaña la rocía con alcohol. Al finalizar la jornada vuelve al CASMU a bañarse, se pone ropa limpia y se va a casa sin pensar en el trabajo. “La cuota de miedo y pánico no me lleva a ningún lado y la verdad siento que entrando a las casas con el EPP puesto, el riesgo de contagio es menor que el que vivo a diario yendo al supermercado o en las actividades del día a día”.
En un mundo con más de 171 millones de casos registrados, miles de unidades de cuidados intensivos desbordadas y decenas de países en cuarentenas obligatorias, Moreira se muestra más sensible ante la posibilidad de ayudar a sanar la salud física y emocional de sus pacientes que ante el riesgo de formar parte de las cifras de fatalidades. “La gente te dice ‘no toco a alguien por más que tengas dos pares de guantes’. Dar la mano, sostener un hombro... son cosas que realmente necesitamos como humanos y al poder hacerlo, me siento en un lugar de privilegio”.
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Hernández reportó desde Ciudad de México