Inmigrantes parisinos: Difícil acceso a vacuna contra COVID
Las dificultades que enfrentan los inmigrantes de Saint-Denis, un suburbio pobre de París, para acceder a las vacunas contra el COVID-19 son prueba de que el coronavirus no trata a todos por igual."
Samia Dridi, quien nació en Saint-Denis y trabaja aquí como enfermera, teme por lo que pueda pasar en este barrio pobre de los suburbios parisinos, al norte de la capital y donde yacen los restos de varios reyes de Francia en una majestuosa basílica.
Dridi y su hermana acompañaron a su madre de 92 años, nacida en Argelia a un centro de vacunación que abrió la semana pasada y ofrecía vacunas a las personas mayores de 75 años.
Trabas burocráticas y problemas de suministro complican la campaña de vacunación en toda Francia, pero esos problemas son particularmente graves en la región de Saint-Denis.
Es la zona más pobre de Francia y la primavera pasada (el segundo trimestre del año) registró la tasa de mortalidad más alta del país, mayormente por el COVID-19 Aproximadamente el 75% de sus residentes son inmigrantes o de origen extranjero y en la zona se hablan unos 130 idiomas Los servicios sanitarios son malos y los hospitales tienen la mitad o un tercio de las camas para enfermos con problemas crónicos que los de otras regiones. Muchos son trabajadores esenciales de supermercados, servicios de recolección de basura y el campo de la salud.
En un primer momento se pensó que el coronavirus era un agente que no hacía distinciones y afectaba a ricos y pobres por igual. Pero nuevos estudios indican que algunos son más vulnerables que otros, sobre todo los ancianos, las personas con problemas de salud y los pobres, que viven en los márgenes de la sociedad, incluidos los inmigrantes que no hablan francés.
Dridi, de 56 años y quien tiene más de tres décadas de experiencia como enfermera, se siente aliviada de que por ahora “no hay una evolución significativa” del virus en su barrio. Pero no se olvida de lo que pasó cuando apareció el virus por primera vez.
“Había familias enteras contagiadas con el COVID”, expresó. Con frecuencia varias generaciones de una familia viven en un departamento pequeño, lo que facilita los contagios, según los expertos.
A pesar de esa experiencia, las autoridades locales dicen que cuesta hacer llegar a la gente la información acerca de las vacunas, en parte porque muchos no hablan francés, no tiene acceso a servicios médicos, como el grueso de los franceses, o desconfían de las vacunas.
A partir de marzo circulará un autobús, especialmente por ferias callejeras, que ofrecerá información sobre las vacunas. Además están entrenando a unos 40 “embajadores de las vacunas” que hablan varios idiomas, para que ofrezcan información y desmientan los rumores falsos.
El objetivo es aclararle las cosas a gente como Youssef Zaoui, un argelino de 32 años que vive en Saint-Denis.
“Escuché que las vacunas son peligrosas, más que el virus”, expresó Zaoui, sentado a la sombra de la basílica. ¿Una prueba de que no debe preocuparse por el virus?: El carnicero de esa calle y un individuo que vende cigarrillos. Estaban allí a principios de marzo, cuando llegó el brote, “y siguen allí”, manifestó. “Yo también estoy aquí”.
¿Hay alguna posibilidad de que la vacuna reduzca las desigualdades que reflejan las estadísticas de mortalidad?
“Para que la vacuna equipare las cosas, todos deben ser vacunados”, declaró Patrick Simon, uno de los autores de un estudio de junio sobre la vulnerabilidad de las minorías de la zona de Seine-Saint-Denis ante el COVID-19. Añadió que todavía hay dificultades para que los marginados de la comunidad reciban la vacuna, “por lo que estas desigualdades también se ven reflejadas en la vacuna”.
El sistema sanitario francés ofrece atención a todo el mundo, pero las trabas burocráticas y los co-pagos a menudo ahuyentan a los inmigrantes y a los pobres. La información del gobierno, por otro lado, no siempre llega a los sectores marginados.
Enfermera de un centro de salud municipal, Dridi es testigo de los problemas asociados con la pobreza.
“Doy una inyección, les pongo una venda... y alguien me dice ‘vivo en un auto. Estoy en la calle’”, expresó Dridi.
Esa pobreza no era visible en el sitio donde la madre de Dridi logró vacunarse, uno de 17 centros que abrieron en la región la semana pasada y en los que se presentaron los más afortunados de Saint-Denis, que viven en casas privadas. Algunos llegaron con bastones o ayudados por otros.
Al poco tiempo se redujeron las dosis disponibles de la vacuna de Pfizer-BioNTech, no solo en la zona sino en toda Europa.
“Tuve suerte de poder vacunarme”, dijo una mujer entre lágrimas. Se infectó del COVID-19 en abril cuando era tratada de un problema médico en una clínica privada. Su madre falleció tras contagiarse en un hospital al que fue después de sufrir una caída.
La mujer, que no quiso dar su nombre, le dijo a Dridi que cuidase de su madre “porque era su tesoro”.
Dridi dice que ver a la gente morir por el COVID-19 cambia la perspectiva de una persona.
“La gente dice que no (a las vacunas) porque no está en contacto con la muerte”, manifestó. La muerte “te hace reaccionar”.