De civil a soldado: el entierro de un voluntario ucraniano
El campo estaba lleno de flores cuando Iuliia Loseva enterró a su esposo en el cementerio del pueblo, cerca de su casa
El campo estaba lleno de flores cuando Iuliia Loseva enterró a su esposo en el cementerio del pueblo, cerca de su casa. Arrodillada sobre la hierba, inclinó la cabeza sobre el féretro abierto y lo besó una última vez antes de que lo bajaran a su tumba.
Hubo una banda militar y una salva de seis cañonazos. Sus hijos adolescentes, pálidos y aturdidos, caminaban detrás del ataúd de su padre sosteniendo imágenes enmarcadas de él con su uniforme de camuflaje.
Pero no era un funeral militar para un soldado de carrera. La experiencia de Volodymyr Losev en el ejército fue tan repentina como corta.
Hace poco más de tres meses, este hombre de 38 años era un civil más, que conducía camiones y operaba grúas para mantener a su familia en una pequeña localidad cerca de la ciudad portuaria de Odesa, en el suroeste de Ucrania.
Entonces llegó la guerra, y todo cambió.
“Nunca había estado en el ejército, pero se alistó el primer día de la guerra", contó Viktor Chesolin, cuñado de Losev, tras el funeral.
Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero. Como muchos otros ucranianos, Losev decidió que quería ayudar a defender su país. No tenía experiencia militar previa, pero sabía disparar un rifle de aire comprimido y tenía conocimientos especiales de conducción debido a su trabajo, agregó Chesolin.
Así que cuando en febrero le llegó la carta del centro de reclutamiento del ejército, Losev se presentó y pidió alistarse. Hacían falta conductores capacitados y el ejército aceptó su oferta.
Dejó a su esposa y a sus hijos — Hrehorii, de 13 años, y Denys, de 15 — en casa y se marchó al oeste de Ucrania para recibir un entrenamiento de dos o tres semanas. Resultó que tenía buena puntería y el ejército lo convirtió en francotirador, dijo Chesolin.
Pronto pasó al frente, en el este de Ucrania, para combatir contra las fuerzas rusas. Su familia no sabía mucho acerca de donde estaba; él no hablaba de su ubicación.
Entonces llegó la temida llamada telefónica. Uno de sus compañeros, un amigo, llamó a Iuliia. Su esposo estaba muerto.
Losev había fallecido el 7 de mayo cerca de la ciudad oriental de Severodonetsk, según le contaron a la familia. Una mina en la carretera estalló al paso del vehículo militar que manejaba: hirió a los demás ocupantes del auto y mató a Losev, explicó Chesolin. Por lo que saben, murió allí mismo.
Los combates en la zona eran intensos y recuperar su cuerpo era complicado. El ejército tardó dos días en sacarlo del lugar y llevarlo a casa.
El 16 de mayo, Iuliia, con las uñas pintadas alternativamente de azul y amarillo, los colores de la bandera ucraniana, esperaba fuera de su casa mientras la camioneta fúnebre llegaba con el féretro. Los dolientes se alinearon a su paso, arrodillándose en señal de respeto.
Se aferró a las manos de sus hijos mientras el cortejo se dirigía al pequeño cementerio a las afueras de la aldea, con las banderas nacionales ondeando al viento.
La tumba estaba abierta y esperando, con la banda de música a un lado. Dejando atrás a los asistentes, la esposa se adelantó con el ataúd y pidió a quienes lo portaban que lo dejasen sobre la hierba.
Se arrodilló, llorando en respiraciones agónicas. Acarició por última vez su pecho y se inclinó sobre él. Durante un último instante, pudo estar a solas con su esposo, el hombre que había pasado rápidamente de civil a soldado, y que ya no estaba.