Río Whanganui, en Nueva Zelanda, da esperanza a los maoríes

En 2017, Nueva Zelanda aprobó una ley innovadora que otorgó el estatus de persona (como entidad legal) al río Whanganui

AP Noticias
Lunes, 15 de agosto de 2022 01:00 EDT

El río Whanganui se adentra en el océano, crecido tras días de lluvia invernal y amarillento por la tierra y barro que ha caído a sus costados. Troncos y escombros pasan mientras el crepúsculo se acerca.

Tahi Nepia, de 61 años, rema tranquilamente en una canoa llamada “waka ama” en su lengua indígena maorí, y es sacudida de un lado al otro.

Antes de aventurarse en el agua, se asegura de primero pedir permiso a sus ancestros en una oración, o “karakia”. Es el punto más importante en su lista de seguridad. Dice que sus ancestros habitan el río y que cada vez que sumerge su remo en el agua, los toca.

“Les transmites un ‘mihimihi’, les transmites un mensaje”, dice Nepia. “Es así como vemos ese río. Es una parte de nosotros”.

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En 2017, Nueva Zelanda aprobó una ley innovadora que otorgó el estatus de persona (como entidad legal) al río Whanganui. La ley declara que el río es un ente vivo completo desde las montañas hasta el mar, e incorpora todos sus elementos físicos y metafísicos.

La ley fue parte de un acuerdo con los whanganui iwi, que comprende a maoríes de varias tribus que desde hace mucho han considerado al río como una fuerza viviente. El novedoso enfoque legal sentó un precedente que ha sido imitado por algunos otros países incluido Bangladesh, que en 2019 otorgó a todos sus ríos los mismos derechos que las personas.

En junio, cinco años después de que se aprobara la ley de Nueva Zelanda, The Associated Press siguió los 290 kilómetros río arriba para descubrir qué significa su estatus para aquellos cuyas vidas están entrelazadas con sus aguas. Para muchos, su nueva posición refleja un renacimiento más amplio de la cultura maorí y la oportunidad de revertir generaciones de discriminación contra los maoríes y la degradación del río.

Los maoríes de Whanganui tienen un dicho: Ko au te awa, ko te awa ko au: yo soy el río y el río soy yo.

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Nepia, quien es conserje de una escuela de inmersión maorí, se encuentra entre uno de los remeros expertos waka ama que entrenan para el Campeonato Mundial de Sprint que se llevará a cabo en Gran Bretaña este mes. Competirá individualmente en el grupo de mayores de 60 años y también como parte de un equipo de seis.

Nepia aprendió a nadar en el río cuando su tío lo arrojó al agua a los ocho años. Ponte sobre tu espalda y flota con la corriente, le dijo su tío, y Nepia lo hizo hasta que lentamente se detuvo cuando el agua se volvió menos profunda por las piedras debajo.

“Te levantas, saltas de la orilla y vuelves a flotar río abajo. Así es como fue”, dice.

Remó por primera vez en el río en una tradicional canoa larga maorí en 1979, cuando él y unos 20 amigos del matadero donde trabajaban se reunieron para una regata que celebraba el Día de Waitangi, que conmemora el tratado de 1840 firmado entre los británicos y los maoríes.

Considerado el documento fundador de la nación, el Tratado de Waitangi ha sido por mucho tiempo una fuente de controversia. Durante los últimos 30 años, el gobierno de Nueva Zelanda ha estado en negociaciones con tribus que han presentado quejas por el tratado, el cual garantizó soberanía sobre sus tierras y pesquerías tradicionales. El acuerdo del río Whanganui se encuentra entre las docenas de acuerdos forjados en años recientes.

En su desembocadura en la ciudad de Whanganui, el río está permanentemente descolorido en estos días debido a la erosión que se ha producido al convertir lo que alguna vez fue un bosque a lo largo de sus orillas en tierras de cultivo. El sedimento excesivo asfixia a los peces y la vida vegetal. Lo que queda de las represas que los maoríes construyeron alguna vez para pescar lampreas parecidas a las anguilas todavía se puede ver, pero las lampreas ya no están.

“Es la violación de la tierra. Es simple. Necesitamos una revisión de la realidad. Necesitamos plantar árboles en lugar de talarlos”, dice Nepia. “El agua no debería estar así”.

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Tierra adentro, a media hora en auto desde la desembocadura, Gerrard Albert señala el bucólico lugar a orillas del río donde vive su gente, un asentamiento ancestral que nunca fue vendido y es hogar de unas 120 personas.

Dice que el río y las tierras circundantes tienen su propia autoridad o “mana”.

“Dictan los términos para el uso y la ocupación humana”, dice. “Y durante demasiado tiempo hemos asumido que es lo contrario”.

Albert, de 54 años, fue el principal negociador de los maoríes whanganui para que los legisladores reconocieran el estatus de persona del río después de que su tribu luchó por los derechos del río durante más de 140 años.

Albert dice que el estatus es una ficción legal, una construcción usada más comúnmente para dar a una corporación algo semejante a una posición legal.

Si bien la ley establece que el río goza de los mismos derechos, facultades, deberes y responsabilidades que cualquier otra persona, existen limitaciones. Por ejemplo, señala Albert, no se puede demandar al río si alguien se ahoga en sus aguas como se puede demandar al propietario de una casa por no cercar una piscina.

Pero Albert también lo ve como una oportunidad para un cambio permanente en la manera de pensar.

“Este es un reordenamiento político de los valores”, dice. “Estos son derechos indígenas. Pueblos indígenas liderando hacia un cambio mejor para todos”.

Entonces, ¿qué ha significado la personalidad, o “te awa tupua”, en términos prácticos? Albert señala un ejemplo.

Después de que se aprobó la ley, dice, el consejo local asumió que todo seguía como siempre cuando intentó construir un puente para ciclistas y peatones sobre el río. No habían considerado que ahora necesitaban consultar primero a la tribu y la comunidad.

Como resultado, la estructura del puente permaneció en un campo durante dos años de retrasos antes de que finalmente fuera colocada en su lugar y se abriera en 2020. Albert dice que los hapū —el clan tribal afectado— y la comunidad exigieron mejoras como áreas de pesca protegidas, límites de velocidad en los caminos cercanos y la instalación de baños.

“Estas son cosas pequeñas y los hapū realmente no tenían ningún problema con que el puente cruzara. Tenían un problema con el proceso que llevó a ello”, dice Albert. “Ahora la expectativa es que el proceso nunca volverá a ocurrir de esa manera”.

Albert ha estado involucrado en otro proyecto fluvial mucho más grande: la remodelación de dos muelles y otras mejoras en el puerto de Whanganui, con un costo de alrededor de 50 millones de dólares neozelandeses (31 millones de dólares).

Esta vez, la tribu lidera el proyecto con el Consejo del Distrito de Whanganui y otros que trabajan con ellos. El consejo ha dicho que la toma de decisiones será guiada por el sistema de valores legalmente consagrado del río y se ha comprometido a “trabajar en colaboración para el beneficio del río”.

Antes del estatus de persona, dice Albert, la tribu tenía que presentar constantemente un caso para proteger al río ante un elenco siempre cambiante de concejales y políticos locales en Wellington, la capital. Las personas que hicieron las reglas, dice, fueron los planificadores, los abogados y los empresarios.

Ahora, dice, la tribu tiene más capacidad de actuar como la paloma maorí nativa de Nueva Zelanda, el kererū, a la que gusta posarse contenta después de atiborrarse de bayas en lugar de buscar migas alrededor. Ahora son los legisladores quienes están legalmente obligados a acercarse a la tribu y la comunidad con sus planes y a priorizar la salud del río.

Este tipo de acuerdos generalmente han sido apoyados tanto por legisladores conservadores como liberales y vistos como una manera de reparar las malas acciones coloniales y mejorar los resultados para los maoríes, quienes durante mucho tiempo se han quedado atrás en las estadísticas económicas, sociales y de salud.

El acuerdo sobre el río Whanganui, que también incluyó unos 80 millones de dólares neozelandeses (50 millones de dólares) en compensación financiera y millones más para la salud futura del río, fue defendido por el legislador conservador Chris Finlayson y aprobado en una votación sin objeciones.

Pero más recientemente, algunas voces dicen que el cambio corre el riesgo de ir demasiado lejos. Muchos legisladores conservadores se oponen a propuestas como cambiar el nombre de Nueva Zelanda por su nombre maorí, Aotearoa, o a otorgar a los maoríes el gobierno conjunto de la infraestructura hídrica de la nación.

Albert dice que la política nacional es antagónica por naturaleza, pero que esa es sólo otra construcción y no tiene por qué ser así en el río. Su proyecto más reciente es trabajar como parte de un grupo de 17 organizaciones interesadas para trazar el futuro del río.

“Se trata de devolver realmente el poder a la comunidad”, dice.

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Para seguir al río a medida que se avanza tierra adentro, los automovilistas se desvían de la Carretera Estatal 4 y toman el montañoso y estrecho Camino del Río Whanganui. Nada parece haber cambiado mucho aquí desde hace 75 años, cuando los pueblos y las granjas rurales estaban en auge en Nueva Zelanda.

En el Rivertime Lodge, donde los ciclistas y caminantes se alojan en cabañas sencillas o ponen sus tiendas de campaña a la orilla del río durante el verano, la gerente Frances Marshall se pasea en pantuflas mullidas naranjas. Prefiere sentir la tierra bajo sus pies descalzos la mayor parte del tiempo, pero hace concesiones en días invernales más fríos. En su barbilla, Marshall tiene un tatuaje maorí tradicional, un moko kauae. Lo considera una parte integral de su ser espiritual y su conexión con el río. Aunque su sobrino le realizó el tatuaje hace solo unos meses, cuando Marshall cumplió 61 años, siente que ha sido parte de ella desde hace mucho más tiempo.

“Es difícil de describir. Es como si esa persona dentro de ti quisiera salir”, dice Marshall.

Marshall ha estado cerca del río toda su vida. Su padre y su abuelo eran de ascendencia británica y fueron una de las últimas familias en aventurarse en el terreno relativamente difícil para limpiarlo de maleza para la agricultura y la cría de ovejas.

Recuerda montar a caballo a lo largo del río cuando tenía cinco años. Algunos días ayudaba a su madre a llevar el almuerzo a los esquiladores de ovejas, y miraba con fascinación cómo los hombres arrojaban hábilmente un vellón entero sobre una mesa y arrancaban la lana áspera antes de enrollarlo y ponerlo en una prensa.

Marshall dice que además de la erosión, ha habido problemas en el pasado con personas que arrojan autos robados y basura al río. Ahora, con un mayor enfoque en la salud del río, los terratenientes y las tribus replantan las colinas para reducir una mayor erosión y restaurar el hábitat natural que su propia familia taló en el pasado.

Alrededor del albergue, Marshall ha plantado arbustos de lino y árboles nativos como el distintivo kōwhai de flores amarillas. Al otro lado de la calle, su hermano plantó 10.000 árboles de manuka nativos que planea convertir en una granja de miel.

Marshall estaba eufórica cuando el río, o awa, fue reconocido.

“A lo largo de los años, nuestra awa ha estado enferma”, dice Marshall. “Y que eso ocurriera, para muchos de nosotros, significa que se pueden hacer cosas ahora para ayudarla a sanar”.

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Grant Cooper es gerente de tierra y asociaciones en el Consejo Regional Horizons (Horizons Regional Council) que ha trabajado durante 18 años con los granjeros a lo largo del río para revertir la erosión, y en otras mejoras que incluyen cercar los arroyos para contener los residuos de ganado y ovejas que aumentan los niveles indeseables de nitratos y bacterias.

Es un equilibrio, reconoce Cooper, porque los agricultores aún necesitan ganar dinero. Una solución ha sido convertir las granjas lecheras y ovinas en bosques para la cosecha, generalmente de pinos, secuoyas o manuka.

Plantar árboles puede reducir la erosión del suelo hacia el río en un 90%, dice Cooper, aunque deja la tierra vulnerable durante varios años entre el momento en que se tala un conjunto de árboles y se arraigan nuevas plántulas.

Las cifras del consejo muestran que alrededor del 51% de la tierra alrededor del río es actualmente bosque nativo. Cerca del 31% se utiliza para pastoreo de ganado, el 8% para silvicultura comercial y el resto para otros usos.

El monitoreo de la calidad del agua por parte del consejo muestra que los sedimentos en suspensión son el problema más grande del río, seguido por la toxicidad por nitrato.

Mike Cranstone, presidente del capítulo local del grupo de cabildeo Granjeros Federados (Federated Farmers), reconoce que la tala de hace décadas provocó la erosión y sedimentación. Pero dice que culpar a las familias de agricultores multigeneracionales por todos los problemas del río no es particularmente útil.

“La ambición de la mayoría de los agricultores es mejorar la tierra y dejarla en un mejor estado para la próxima generación”, dice Cranstone.

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Todavía más al interior, a través del Parque Nacional de Whanganui, el río serpentea a través del bosque. Las granjas quedaron atrás y el agua corre más limpia.

Los turistas se desplazan en lanchas de motor o canoas de remo hasta el famoso “Puente a Ninguna Parte”, construido en 1936 para dar acceso a las tierras de cultivo otorgadas a los soldados después de la Primera Guerra Mundial. Pero la tierra no era adecuada y los últimos granjeros se marcharon en 1942, y el tramo arqueado de concreto se encuentra inquietantemente solo hoy después de décadas de regeneración del bosque.

A medida que el río da vuelta hacia el Parque Nacional Tongariro, se vuelve prácticamente inaccesible debido a la densidad del bosque y los barrancos, pero no para Adam Daniel, un científico y aventurero —una especie de Indiana Jones del río.

Al final de una carretera remota, se pone el cinturón de seguridad del buggy todoterreno de cuatro plazas que ha remolcado, acelera a lo largo de una vereda increíblemente estrecha, y pasa por encima de árboles caídos, sube riberas y cruza arroyos.

Originario del estado de Washington, en Estados Unidos, donde estudió el impacto de las represas del río Columbia en el salmón, Daniel ahora monitorea el Whanganui y docenas de otros ríos para Pesca y Caza Nueva Zelanda (Fish & Game New Zealand), que recauda las tarifas de las licencias para los cazadores y pescadores para salvaguardar el hábitat.

El trabajo a menudo se combina con el placer para Daniel, de 48 años, a quien nada le gusta más que llevar su equipo para pesca con mosca y lanzar un sedal al agua.

“Es nuestro mejor río rural y tiene una pesca de truchas increíble, un paisaje grandioso, y yo personalmente vengo aquí y también cazo mucho”, dice.

Pero vaya río abajo sólo 40 kilómetros y las truchas y otros peces no pueden sobrevivir porque el agua está demasiado turbia y es demasiado caliente en el verano, dice.

El monitoreo de Daniel ha encontrado más sedimentos incluso en los tramos superiores del río que en las vías fluviales cercanas. La silvicultura, los senderos para vehículos todo terreno y otros impactos humanos son factores, pero hay algo más también.

Cerca de la fuente de Whanganui, Daniel señala el sitio donde una compañía eléctrica extrae agua como parte del Proyecto de Energía de Tongariro. Construido hace unos 50 años, el proyecto extrae agua de unos 36 ríos y arroyos del área para generar electricidad y deposita la mayor parte de ella en un lago.

El agua que toman de allí no siempre se usa directamente para la generación, sino a veces para enfriar un lago artificial que es parte del proyecto, dice Daniel. Cuando el agua es devuelta al río, puede estar más caliente y turbia.

El año pasado, el 81% de la electricidad de Nueva Zelanda provino de fuentes renovables, gracias en buena medida a este y otros proyectos hidroeléctricos grandes. Es una historia positiva que al gobierno le gusta promocionar, pero hoy en día es poco probable que tales proyectos obtengan la aprobación regulatoria debido a su costo ambiental.

Genesis Energy, la propietaria del Proyecto de Energía de Tongariro, dice que extrae en promedio el 20% del flujo de Whanganui de varias tomas para proveer de electricidad a más de 30.000 hogares.

La directora de operaciones, Rebecca Larkin, dice que Genesis trata de mitigar el impacto ambiental al evitar tomar agua de ciertas áreas y con la implementación, a lo largo de semanas cada año, de “períodos de cero toma de agua” cuando el río está bajo y más cálido. Señala que la compañía se encuentra entre los grupos que trabajan junto con Albert en la administración del río.

Pero Daniel dice que el agua es tomada para enfriar incluso cuando Genesis suspende la extracción para generar electricidad. Él y otros esperan que la empresa sea obligada a realizar mejoras importantes —o abandonar el río por completo— cuando expire su licencia reguladora para el proyecto de energía, en 2039.

Daniel tenía sentimientos encontrados al principio respecto a que el río fuera declarado un ente vivo.

“Como científico, siempre trato de confiar en las reglas y regulaciones para proteger a un río. Así que el estatus de persona fue un concepto realmente extraño para mí”, dice Daniel. “Pero lo que ha hecho es atraer mucha atención hacia el río, lo que ha sido realmente útil para resaltar los problemas”.

“Ciertamente me estoy haciendo a la idea”, agrega. “Espero que realmente cambie el rumbo y ayude a salvar el río”.

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La cobertura de noticias religiosas de The Associated Press recibe apoyo a través de una colaboración con The Conversation US, con fondos del Lilly Endowment Inc. La AP es la única responsable del contenido.

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