Este es el punto sobre las muertes de los migrantes en San Antonio que estamos perdiendo de vista
En el tiempo que pasé como corresponsal en el extranjero, pasé tiempo en estructuras construidas apresuradamente para los sirios y en campamentos de desplazados en Irak; Viajé por la ruta de los inmigrantes europeos dos veces y pasé un tiempo en un barco de rescate en el mar Mediterráneo; y sé una cosa: cuando la gente muere así, siempre aprendemos las lecciones equivocadas
El lunes por la noche, justo antes de las 22 horas, la policía de San Antonio, Texas, respondió a una llamada que alertaba de un camión abandonado en una carretera desolada a unas 150 millas (240 kilómetros) de la frontera con México. La persona que llamó, un trabajador de un edificio cercano, dijo que había oído gritos de auxilio procedentes del interior del vehículo.
Cuando la policía llegó, encontró una escena de horror.
“El suelo del tráiler estaba completamente cubierto de cuerpos. Completamente cubierto de cuerpos”, dijo el jefe de policía William McManus. “Había al menos más de 10 cadáveres fuera del tráiler, porque cuando llegamos intentamos encontrar gente que aún estuviera viva. Así que tuvimos que sacar los cuerpos del tráiler al suelo”.
Decenas ya estaban muertos: se habían cocido vivos con el calor extremo antes de que el conductor abandonara el vehículo. Otros se aferraban a duras penas a la vida.
El jefe de los bomberos de San Antonio, Charles Hood, dijo a los periodistas que los pocos supervivientes estaban “calientes al tacto” cuando los encontraron. “No se supone que abramos un camión y veamos pilas de cadáveres ahí dentro. Ninguno de nosotros llega a trabajar e imagina que pasará eso”, añadió.
Cuando unos días después se conoció el balance final, 53 personas habían muerto. Las autoridades lo calificaron como el incidente de contrabando de personas más mortífero de la historia de Estados Unidos.
Pero esta tragedia histórica no suscitó una respuesta proporcional, ni política ni de otro tipo. Cuatro días después, la historia ha desaparecido en gran medida de los titulares. No hubo un período de examen de conciencia nacional, como ha habido después de tragedias de escala similar. Incluso teniendo en cuenta el elevado número de otras noticias significativas, como el fin del caso Roe vs. Wade y el comité del 6 de enero, la reacción fue silenciosa. Por desgracia, esta respuesta (o la falta de ella) no es inusual.
Durante el tiempo que he pasado como corresponsal en el extranjero, he cubierto las crisis de migrantes y refugiados en todo el mundo. He pasado tiempo en estructuras construidas apresuradamente para los sirios en el Líbano, en campamentos en expansión similares a ciudades en Turquía y las islas griegas, y en campamentos de desplazados temporales en el norte de Irak. He viajado dos veces por la ruta europea de los migrantes y he pasado tiempo en un barco de rescate de migrantes en el mar Mediterráneo. En todos esos lugares, la muerte acecha a los migrantes y refugiados. Sus vidas son peligrosas, su estatus inseguro y su existencia está sujeta al entorno político del momento.
A lo largo de los años que llevo informando sobre la migración, he aprendido que, a pesar del ritmo regular de las tragedias y las muertes que se abaten sobre las personas que buscan una vida mejor, siempre aprendemos las lecciones equivocadas, y a menudo empeoramos las cosas.
Apenas unas horas después de que la policía llegara por primera vez al lugar de la tragedia en San Antonio (antes de que se contaran todas las víctimas, antes de que falleciera la última de ellas), el gobernador de Texas, Greg Abbott, emitió un comunicado en el que culpaba a una supuesta “frontera abierta” por las muertes. “Estas muertes son culpa de Biden. Son el resultado de sus mortales políticas de frontera abierta. Muestran las consecuencias mortales de su negativa a hacer cumplir la ley”, escribió en Twitter.
La respuesta visceral de Abbott es una respuesta común a las muertes de inmigrantes en todo el mundo. Cuando las tragedias se abaten sobre las personas en su viaje hacia una vida mejor, la solución de los gobiernos suele ser hacer su viaje aún más difícil. Pero la verdad es esta: cuando se cierran las rutas seguras y legales para que los migrantes y refugiados busquen asilo, mueren más personas. Esas personas no dejan de huir de la guerra, la inestabilidad política o la pobreza extrema, sino que se ven obligadas a tomar rutas más peligrosas.
Es una historia que se ha visto en las miles de muertes por ahogamiento en el Mar Mediterráneo y en el Canal de la Mancha, después de que se impusieran restricciones en ambas rutas para las personas que intentaban solicitar asilo. También lo vimos en el aumento de la violencia a la que se enfrentaron los migrantes que atravesaron Europa por tierra cuando se cerraron las fronteras, y el camino de los migrantes pasó a ser clandestino.
Y está ocurriendo hoy aquí, en Estados Unidos. Si bien es cierto que un número récord de personas está entrando en Estados Unidos de forma ilegal, nunca ha sido tan difícil para alguien solicitar asilo de manera legal y segura en Estados Unidos. Esto, a su vez, ha provocado más muertes. Como escribe Jack Herrera en Texas Monthly, la frontera “está más cerrada hoy que en casi toda la historia moderna de Estados Unidos”.
El Título 42, una cláusula de décadas de antigüedad en una ley que permite al gobierno bloquear la entrada a individuos durante emergencias de salud pública, fue raramente utilizado hasta que Donald Trump lo puso en práctica en marzo de 2020. Hacerlo le permitió expulsar rápidamente a migrantes y solicitantes de asilo, citando la pandemia del covid-19 como justificación. El gobierno de Biden ha deportado a más de un millón de personas utilizando esta política, mientras que simultáneamente ha intentado que se elimine, solo para ser bloqueado por los tribunales.
En un momento en el que un número récord de personas cruzaba la frontera en respuesta al aumento de la inestabilidad en toda América Latina, estas políticas estrictas dificultaron la búsqueda legal de asilo en Estados Unidos, por lo que muchos recurrieron a cruces peligrosos e ilegales. ¿El resultado? Una “crisis histórica de muerte de migrantes”, como la describe Herrera.
Las cifras están a la vista. Al menos 650 migrantes murieron cruzando la frontera entre México y Estados Unidos en 2021, según la OIM (Organización Internacional para las Migraciones), una agencia de las Naciones Unidas que supervisa la migración. Es la cifra más alta de muertes desde que se iniciaron los registros en 1998.
Los grupos de defensa de los migrantes advierten que este año será aún peor. Incluso antes de la tragedia de San Antonio, la Oficina de Washington para América Latina, un grupo de derechos humanos, advirtió de un “número históricamente alto de migrantes que morirán en el Río Bravo y en suelo estadounidense este año, principalmente por ahogamiento, deshidratación y caídas desde segmentos altos del muro fronterizo”.
Existe un sombrío paralelismo en la mentalidad de un Partido Republicano que aboga por controles fronterizos cada vez más contundentes al mismo tiempo que consigue prohibir el aborto en muchos estados. Ambos se basan en la noción errónea de que más restricciones significan un mayor control, es decir, menos migrantes y menos abortos. La realidad es que los migrantes no dejarán de intentar llegar a Estados Unidos, y las mujeres no dejarán de buscar el aborto, solo que morirán más al hacerlo.