Mi hija adolescente nos disuadió de celebrar el Día de Acción de Gracias, y me da gusto
Mi hija, cuyos maestros de preescolar una vez le hicieron un gorro de peregrino con papel de construcción, ahora es lo suficientemente consciente como para enseñarme a mí, su madre de la generación X, a desafiar la historia revisionista
Hace unas semanas, mi hija de dieciséis años preguntó si podíamos saltarnos el Día de Acción de Gracias este año.
La miré abriendo y cerrando los ojos una y otra vez, desconcertada. ¿Sin pavo, puré de papas o pay de calabaza? Cuando le pregunté por qué hacía una solicitud tan peculiar, dijo: “El Día de Acción de Gracias honra el genocidio blanco de los pueblos indígenas”. Usó esas palabras exactas y dejó en claro que no se sentía bien participando en ello.
Protesté, aunque realmente no pude articular por qué. ¿No se trataba el Día de Acción de Gracias sobre gratitud y pasar tiempo con la familia en estos días? Su sugerencia sonaba extrema y ensayada, casi como si la hubiera tomado prestada de un meme de Instagram.
Pero no sé por qué me resistí a renunciar al día feriado. Somos liberales que viven en Seattle y me gusta pensar en mí misma como una persona de mente abierta. Me horrorizan las realidades del colonialismo. Y nuestro distanciamiento con algunos familiares, así como una serie de problemas de salud relacionados con la alimentación, nos mantienen aislados de todos modos, por lo que no hay abuelos a quienes decepcionar. Nadie fuera de nuestra familia nuclear espera ansiosamente mi cazuela de ejotes.
A veces echaba de menos los largos manteles y el amplio caos familiar de mi infancia, pero sobre todo, teniendo una familia propia, el trabajo y la tediosa monotonía de la comida en Acción de Gracias me empezó a parecer una carga. Fue hasta que mis dos hijos crecieron lo suficiente para ayudar a cocinar que encontré un poco de satisfacción en nuestro discreto banquete. Entonces, ¿por qué me aferraba a la tradición de una comida por la tarde el último jueves de noviembre? ¿Podría replantearme este día y experimentar renunciar a él?
Le aconsejé a mi hija que lo hablara con su padre y su hermano. Mientras esperaba escuchar sus puntos de vista, estudié lo que realmente significaba el Día de Acción de Gracias. Quería estar bien informada y ser flexible. Mi esposo y yo intercambiamos enlaces de artículos. Vi mi conocimiento expandiéndose hacia la verdad sobre esa notoria comida entre los nativos americanos y los colonos europeos hace 400 años.
Entre otras cosas, descubrí que, aunque los puritanos que habían desembarcado en lo que ahora se llamaba Nueva Inglaterra celebraron una “Fiesta de la cosecha”, no invitaron a la tribu local Mashpee Wampanoag, que les había enseñado a plantar frijoles y calabacines usando restos de pescado como fertilizante. Si los miembros de la tribu Wampanoag asistieron, fue un suceso más accidental que algo que pasara porque los colonos los hubieran invitado.
La mayoría de los nativos americanos consideran que ese día fue el precursor de los asesinatos en masa, el acaparamiento de tierras, la esclavitud de los pueblos indígenas y las enfermedades generalizadas que azotaron a los wamponoags y otros grupos tribales. Desde 1970, muchos indígenas estadounidenses reconocen el Día de Acción de Gracias como un Día Nacional de Luto. Para conmemorar la ocasión, honran a los antepasados nativos y tratan de educar a otros sobre la verdadera historia del Día de Acción de Gracias.
El verano pasado, el descubrimiento de fosas comunes canadienses de niños indígenas se dio a conocer a través de los principales medios. La escuela Holy Childhood (el último internado indio americano que dejó de “asimilar” a los niños nativos americanos) estaba ubicada en mi ciudad natal, en Northern Michigan. El enorme edificio de tablillas blancas siempre me pareció extrañamente escalofriante pero, hasta hace poco, no entendía por qué.
¿Cómo podía estar indignada por la muerte de niños (y la cultura) indígenas canadienses y estadounidenses a manos de puritanos blancos y aún así disfrutar ciegamente del pavo y el gravy en Acción de Gracias? Aunque los recuerdos de esta tradición habían creado un cómodo rinconcito en mi mente, este era un sentimiento reconfortante basado en la ignorancia.
Mi hijo acordó renunciar a la tradicional celebración si podía, en algún momento antes de que cambiara el año natural, comer pavo y pay de manzana. Mi esposo estuvo de acuerdo. Pero simplemente saltarse la comida tampoco parecía la solución correcta. Una vez que todos convinieron en que no honraríamos un banquete de Acción de Gracias, tuve que pensar en lo que haríamos en lugar de atiborrarnos de comida y mirar televisión. Quería que pasáramos tiempo juntos como familia y que celebráramos el “Día de Acción de Gracias” de una manera significativa.
Vivimos al noroeste del Pacífico, que, incluso en sus días más húmedos, está saturado de tonos verdes y rodeado de océanos, lagos y montañas. Entrar en comunión con la naturaleza parecía apropiado. No habíamos hecho una caminata juntos desde el verano de 2020, cuando la pandemia nos mantuvo cerca de casa.
Propuse que encontráramos un sendero cercano y lo exploráramos. Podríamos comer cualquier alimento que pudiéramos empacar y que no fuera lujoso o laborioso de preparar. Pero esto nos permitiría seguir reflexionando sobre los orígenes de nuestro país y cómo queríamos responder a las injusticias como familia.
Mi hija, cuyos maestros de preescolar una vez le hicieron un gorro de peregrino con papel de construcción, ahora es lo suficientemente consciente como para enseñarme a mí, su madre de la generación X, a desafiar la historia revisionista. Resistirse al blanqueo que pinta al Día de Acción de Gracias original como una comida armoniosa entre los pueblos indígenas y los colonos europeos se siente bien. O más correcto, en cualquier caso, que como hemos celebrado esta temporada en los últimos años.