Atacar a inmigrantes y solicitantes de asilo se ha convertido en un sórdido pasatiempo para el gobierno británico, y el propósito está claro
Los conservadores quieren despojar a inmigrantes y solicitantes de asilo del derecho a apelar en contra las órdenes de deportación ante el Tribunal Supremo. Es una burla de la noción declarada de los valores británicos
En el discurso que la reina dio ayer, el gobierno volvió la postura que a la vez se encuentra en su momento más cómodo y en el más vergonzoso: atacar a inmigrantes y solicitantes de asilo, quienes se encuentran entre las personas más vulnerables de nuestra sociedad.
Esta vez, el objetivo es despojar a los inmigrantes y solicitantes de asilo del derecho a apelar en contra de las órdenes de deportación en el Tribunal Supremo, bajo unas nuevas medidas severas establecidas con el fin de acelerar las “expulsiones”. El plan, según una fuente del gobierno, es acabar con las “reclamaciones desesperadas que ya han sido adjudicadas por jueces de tribunales que frustran las destituciones a última hora”.
Sin duda, el derecho a apelar en contra de cualquier decisión, en cualquier corte o tribunal, tiene como propósito garantizar que la injusticia no prevalezca. Los gobiernos británicos de épocas pasadas habrían defendido este derecho hasta el límite. La decisión gubernamental de atacar a este derecho es una burla de la noción declarada de los valores británicos.
Equiparar a inmigrantes y solicitantes de asilo con todo lo que está mal y todo lo malvado en nuestra sociedad forma una gran parte de la “guerra contra la corrección política” o las “guerras culturales”. El propósito político de todo esto está claro. Si no se tratara de una medida popular, este gobierno no lo estaría haciendo. Sin embargo, lo que a menudo se olvida es su efecto deshumanizador.
Revelaré algo que probablemente no debería: conozco personas que han vivido en este país ilegalmente. Y todos ellos son buenas personas. Muy buena gente. Trabajador, inteligente, compasivo, reflexivo. Cuidan a nuestros ancianos, nos ayudan a dar a luz a nuestros jóvenes, apilan nuestras tiendas, son mentores de nuestra juventud, limpian nuestras casas y oficinas, conducen nuestros taxis y sí, algunos incluso crean empleos y riqueza.
Son nuestros amigos, nuestra familia y, a veces, incluso nuestros enemigos. Pero lo que nunca son, es menos que nosotros. No son menos humanos, ni menos dignos, y me atrevería a decir que ni siquiera, en todo menos en los documentos, son menos británicos.
Conozco personas que han vivido en este país sin estatus y que, sin embargo, han modelado los valores británicos y aman absolutamente todo lo relacionado con este país más que yo y la mayoría de los británicos nacidos naturalmente. La única diferencia entre ellos y, digamos, usted o yo, es que no tienen una hoja de papel emitida por el gobierno que los valide como británicos.
Como resultado de la falta de esa validación, algunas de estas personas pasaron años o incluso décadas con miedo de ir al médico o al dentista. Vivían con el temor perpetuo de que sus vidas enteras fueran desarraigadas en un abrir y cerrar de ojos, ya sea por el estado o por una enfermedad evitable.
También conozco británicos indocumentados que han sido deportados. Cada vez que voy a Lagos voy a una calle llamada Adeniran Ogunsanya (en una zona llamada Surulere) para hacer algunas compras. Hace casi una década, al bajarme de un automóvil, escuché alguien decir, en el acento distintivo del este de Londres decir, “amigo, ¿me ayudas? No hay vergüenza: cualquier cosa que tengas me sirve”. Me volví y vi a un tipo que sonaba a y tenía el aspecto de un perfecto británico. Estaba todo sucio. Había sido deportado y no tenía familia con quien acudir, por lo que había recurrido a la pedir dinero en las calles.
Al hablar de inmigrantes ilegales, el tono de la conversación a menudo deja de lado que se trata de personas reales. Gente real con esperanzas, sueños, miedos, lados buenos y malos como el resto de nosotros. La deshumanización llega a tal grado que las personas que los deportan los insultan, los llaman términos racialmente despectivos y, en ocasiones, los matan.
De 2008 a 2016, Boris Johnson fue el alcalde de Londres de “amnistía para inmigrantes ilegales”. De hecho, en respuesta a una pregunta en 2019 del diputado de Ealing, Rupa Huq , diputado laborista de Ealing Central & Acton, Johnson expresó interés en una amnistía. Y en una conferencia de prensa este año comentó : "Cuando la gente ha estado aquí durante mucho tiempo y no ha infringido la ley, entonces tiene sentido tratar de regularizar su estatus".
Boris Johnson tiene una cantidad fantástica de capital político y una gran mayoría en el parlamento. Realmente ha pagado el costo de ser el jefe. Si quisiera aprobar una amnistía para regularizar a los británicos indocumentados, no requeriría mucho esfuerzo. Y sería lo mejor que hizo en su vida política. En cambio, hasta ahora, ha reducido a las personas que son británicas en todo menos los papeles, a los despojos de la "guerra cultural".
Es una triste realidad que incluso las "guerras" imaginarias fabricadas tienen víctimas en la vida real.
Nels Abbey es una escritora y ejecutiva de medios con sede en Londres. Su libro debut, 'Think Like A White Man', ya está disponible.