¿Qué pasa si Vladimir Putin corta el suministro de gas ruso a Europa este invierno?
Crece el temor de que el Kremlin retenga la energía como venganza por las sanciones occidentales
Incluso en el punto álgido de un verano en particular sofocante, ya crece la preocupación por el amargo invierno que le espera a Europa si el líder ruso Vladimir Putin ordena al gigante energético estatal Gazprom cortar el suministro de gas natural en venganza por las sanciones impuestas a Moscú por la guerra de Ucrania.
El gas natural representa aproximadamente el 25 por ciento del consumo energético de Europa y, antes de la invasión, Rusia suministraba el 40 por ciento, sobre todo a través de su gasoducto Nord Stream 1, que discurre bajo el mar Báltico hasta Alemania y que puede suministrar 55.000 millones de metros cúbicos de gas a la Unión Europea cada año.
A finales del año pasado se completó un segundo gasoducto Nord Stream, pero su aprobación reglamentaria fue bloqueada por Occidente como parte del castigo por el asalto de Putin al Donbás y más allá.
La influencia de Rusia sigue siendo considerable y, cuando el país cortó de súbito el suministro a través de sus redes a solo el 40 por ciento de su capacidad a mediados de junio, pocos creyeron al portavoz del Kremlin, Dmitry Peskov, cuando dijo que era solo una cuestión de “mantenimiento” que se estaba llevando a cabo.
La mayoría lo vio como una amenaza implícita, un recordatorio de que Rusia tiene la mano ganadora y el poder de evitar que las instalaciones de almacenamiento de Europa se llenen antes de lo que ya promete ser un invierno muy costoso.
Fatih Birol, director de la Agencia Internacional de la Energía, lo advirtió de forma explícita en una entrevista concedida en junio a The Financial Times, en la que pedía a los países europeos que redujeran su exposición a los suministros rusos lo antes posible y que estuvieran preparados para buscar otros medios para mantener la luz, desde mantener abiertas las centrales nucleares hasta acelerar el impulso a las fuentes de energía renovables.
“Europa debe estar preparada para hacer frente a un eventual corte total del suministro de gas ruso”, advirtió.
“Cuanto más nos acercamos al invierno, más entendemos las intenciones de Rusia. Creo que los cortes están orientados a evitar que Europa llene los depósitos y a aumentar la influencia de Rusia en los meses de invierno”.
Las empresas energéticas de Alemania, Austria, Francia, Italia, Países Bajos, Polonia, República Checa, Eslovaquia y Bulgaria reportan haber recibido menos gas del que esperaban de Rusia este año, y la empresa francesa GRTgaz asegura que no recibió nada del Nord Stream 1 desde mayo y la italiana Eni dice que solo recibió la mitad.
Si Putin hiciera lo impensable y llevara a cabo un cierre total, los costos energéticos de los hogares europeos aumentarían en un 65 por ciento, según un análisis de Goldman Sachs.
El banco de inversión advierte que industrias como la del cemento y la producción química en Alemania e Italia tendrían que reducir su consumo de gas hasta en un 80 por ciento, ya que el PIB (producto interno bruto) de esos países se reduciría un 3 por ciento y un 4 por ciento, respectivamente.
Incluso seguir manipulando las llaves de paso, como hizo Rusia en junio, significaría que los Estados miembros de la Comisión Europea encontrarían casi imposible cumplir su objetivo de almacenamiento del 80 por ciento para noviembre, y esto abriría la puerta a la escasez.
“La única manera de que se acerquen al objetivo es pagando precios muy altos”, subrayó Nathan Piper, analista de petróleo y gas de Investec.
“EE.UU. está enviando GNL (gas natural licuado) a Europa por encima de Asia porque los países de Europa están pagando más”.
Dado que Rusia ha dejado de ser un proveedor deseable o fiable bajo el mandato de Putin, los países europeos se ven obligados a abastecerse de gas en otros lugares, ya sea mediante el envío de costosas importaciones de GNL estadounidense o el suministro directo de otros productores como Noruega y Azerbaiyán.
Esto significa aprovechar los recursos que, de otro modo, se destinarían a los mercados asiáticos, lo que aumenta el riesgo y puede dejar fuera de la jugada a un país menos próspero como Pakistán, que no tendrá más remedio que recurrir a combustibles fósiles limitados, como el carbón, para la generación de electricidad.
Ello supondría un nuevo revés para las ambiciones climáticas mundiales, cuando se nos está acabando el tiempo para hacer frente a esa emergencia, como vuelve a ilustrar el calor extremo de este verano.
Encontrar alternativas, ya sea pasar a las energías renovables, reabrir viejas centrales contaminantes o construir otras nuevas, siempre lleva tiempo, algo de lo que Europa no dispone.
En cuanto al Reino Unido, en concreto, depende mucho menos de Rusia para sus suministros de gas que muchos de sus vecinos europeos, en particular Alemania, que importará solo el 4 por ciento de su total desde el Este en 2021.
Sin embargo, el Reino Unido no estará protegido de la subida de precios causada por la escasez en otros lugares, como hemos visto en las sombrías previsiones que predicen un nuevo aumento del límite de precios de la energía de Ofgem hasta ₤4.266 libras (US$5.178) para enero de 2023, situación que se ha dejado sin abordar sin una intervención significativa del gobierno como resultado de la destitución de Boris Johnson y de la carrera por el liderazgo conservador prolongada de forma innecesaria.
Sin duda, se necesita de manera desesperada más ayuda financiera para los hogares ya afectados por la inflación récord y la crisis del costo de la vida, así como un impulso para reforzar el aislamiento de las viviendas.
Las opciones que se han barajado hasta ahora para hacer frente a la crisis en el Reino Unido incluyen la ampliación de la vida útil de la central de carbón West Burton A de EDF en Lincolnshire y la reapertura de la enorme instalación de almacenamiento de gas Rough de Centrica en la costa este de Inglaterra.
Otra posibilidad para Gran Bretaña sería aumentar la producción del Mar del Norte para incrementar las exportaciones de gas natural a Europa con el fin de reponer sus propias arcas y obtener beneficios, pero esto también llevaría tiempo.
Aunque si no se toman medidas significativas, los países de Europa occidental tendrán que frenar su consumo de energía este invierno, un proceso que comenzaría con la actuación del gobierno para restringir la cantidad utilizada por la industria mediante la imposición de límites estrictos.
Esto podría significar que la producción de algunos bienes podría dejar de ser rentable en poco tiempo al dispararse los costos.
En teoría, podríamos incluso ver la obligación de atenuar el alumbrado público como medida de conservación o incluso la introducción de “toques de queda energéticos”, que obliguen a los negocios recreativos a cerrar temprano por la noche para ahorrar energía.
Sin embargo, estas medidas serían drásticas, y Annalena Baerbock, ministra de Asuntos Exteriores de Alemania, ya ha advertido de que medidas equivalentes “podrían desencadenar revueltas populares”, una posibilidad real cuando la gente ya está considerando renunciar al pago de sus recibos de energía como acto de desobediencia civil en protesta por el aumento vertiginoso de los recibos.
Pero antes de que las cosas se vuelvan demasiado apocalípticas, vale la pena recordar que Rusia será reacia a arriesgarse a incurrir en un mayor daño a su propia economía, ya afectada por las sanciones, mediante la retención de un producto tan lucrativo, lo que podría crear problemas políticos para Putin y disturbios en sus propias calles, y que la Unión Soviética mantuvo el gas durante la Guerra Fría, cuando consideraba a Occidente su enemigo jurado.