Palestinos en Gaza que buscan refugio de la guerra descubren que su mundo se achica
Gaza siempre ha sido un territorio pequeño y abarrotado, con muy pocas salidas. Ahora el mundo para los palestinos allí se ha reducido al tamaño del refugio que puedan encontrar.
La franja tiene 40 kilómetros (25 millas) de largo por unos 11 kilómetros (7 millas) de ancho. Más de un mes después de iniciada la guerra, las tropas israelíes se han extendido por todo el tercio norte. Más de 2 millones de personas viven ahora hacinadas en lo que queda.
Desde mediados de octubre, The Associated Press ha seguido a cuatro personas que intentan sobrevivir y comunicarse —mediante mensajes de voz, videoclips y alguna inusual llamada telefónica— desde ese mundo encogido. Los sonidos de explosiones y drones se escuchan en algunas de las casi 80 grabaciones.
Israel afirma que está desmantelando a Hamás, el grupo que desató un ataque sorpresa el 7 de octubre en que unas 1.200 personas murieron en Israel. Semanas de bombardeos israelíes han matado a más de 13.000 palestinos, el 70% de ellos mujeres y menores.
Si bien la mayoría de los civiles pudo huir de las zonas de combate en otras guerras como la de Ucrania, los palestinos en Gaza no tienen escapatoria.
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HOSEIN OWDA, TRABAJADOR DE NACIONES UNIDAS
A los Owda les tomó dos años y la mayor parte de sus ahorros construir un nuevo apartamento. El día de la mudanza estaba programado para el 7 de octubre.
Esa mañana, Hosein Owda se despertó por el sonido de una andanada de cohetes procedentes de Gaza. Lo primero que pensó fue que la mudanza tendría que posponerse.
Su mundo se vino abajo a una velocidad vertiginosa. El apartamento desapareció en un ataque aéreo y uno de sus mejores amigos murió en otro.
Una semana después de iniciada la guerra, unos 15 miembros de la familia se apiñaron en dos autos. Owda se convirtió en uno de los miles de nuevos desplazados que se refugiaron en un centro en Jan Yunis dirigido por la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en Oriente Próximo (UNRWA) para la que él trabaja.
Hay 24 baños para más de 22.000 desplazados y no hay camas, colchones ni agua potable. El número de personas en el refugio aumentó. Aparecieron tiendas de campaña.
“Si quieres darte una ducha, ese es un sueño lejano”, enfatizó.
Luego, el 29 de octubre, Owda se enteró de que un ataque israelí había impactado el campamento de refugiados de Jabaliya en la Ciudad de Gaza. Diez miembros de su familia murieron allí.
Encontrar cadáveres era apenas posible. Los entierros formales estaban fuera de discusión. No había tiempo para el duelo.
“Respiramos, pero aparte de eso, hemos perdido todos los demás signos de vida”, lamentó.
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ASAAD ALAADIN, ESCRITOR
Asaad Alaadin abandonó su casa cerca de la frontera con Israel en los primeros días de la guerra.
Alaadin, un escritor de 33 años, contribuía con varias publicaciones que cubrían las artes y la dinámica social y política de Gaza. Ahora documentaba la guerra.
Cuando se reunió con sus parientes, la decisión fue dirigirse al sur. Y se separarían porque, dijo su madre, si algo ocurre “alguien sobrevive y sigue adelante”. Partieron a principios del 13 de octubre.
Su padre fue al centro de Gaza; una hermana se quedó en la Ciudad de Gaza. Él, su madre y otra hermana se dirigieron a Rafah, en el extremo sur de la Franja de Gaza. Pero sus anfitriones le pidieron que se fuera. Temían que las videograbaciones de Alaadin los pusiera en peligro.
Cuando se mudó con sus suegros en Rafah, cerca de la frontera con Egipto, ellos también le pidieron que dejara de trabajar.
Para el 10mo día, él y sus suegros estaban en un pequeño apartamento concentrados en conseguir agua potable y combustible para el generador que mantiene sus teléfonos cargados. Ayunó desde el amanecer hasta el atardecer, ahorrando en comida y fortaleciendo su resolución.
Los cortes de comunicación excluyen todo lo que hay más allá de los muros del hogar de sus suegros.
Cuando internet volvió 36 horas después del primer apagón impuesto por Israel el 27 de octubre, fue “como el regreso del alma al cuerpo”. Rompió a llorar cuando se comunicó con su familia.
La comunicación “es más importante que la comida y la bebida”.
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SALEM ELRAYYES, PERIODISTA
Salem Elrayyes se despertó con los gritos de su hija de 13 años por el sonido de los cohetes el 7 de octubre. La abrazó y tomó su teléfono.
Elrayyes es un experto en el paisaje urbano de Gaza y en cómo su creciente población se adapta a estar rodeada por el mar, Israel y Egipto, construyendo verticalmente: Las torres de apartamentos son la respuesta a la reducción del territorio de la Franja.
Desde los tejados de esas torres, Elrayyes informó sobre los eventos al otro lado de la valla fronteriza. Los milicianos palestinos controlaban varias comunidades israelíes, incluidas aldeas y ciudades de los antepasados de los actuales residentes de Gaza antes de la creación de Israel en 1948.
¿Podría el territorio extenderse al menos un poco?, se preguntó Elrayyes. Cuando llegaron las represalias israelíes, sucedió lo contrario.
Las muertes y los desplazamientos se dispararon. Las carreteras quedaron bloqueadas por los escombros. Las ambulancias y los periodistas no podían moverse.
Elrayyes y su esposa fueron desalojados de su apartamento. Ella y los niños fueron a refugios temporales en Jan Yunis; sus padres al centro de Gaza. Él acampó en un hospital en Jan Yunis, donde documentó los bombardeos cercanos y la avalancha de muertos y heridos. Dormía en su auto.
Todos los días, conducía para ver a sus hijos y hacía otro viaje a la Ciudad de Gaza para comprobar cómo estaba su apartamento. Su última visita fue el 1 de noviembre.
El espacio cada vez más reducido comenzó a alterar los nervios de Elrayyes.
“No sólo el espacio físico se está reduciendo. Mi espacio privado se está erosionando”, afirmó.
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AYAH AL-WAKEEL, ABOGADA
Ayah al-Wakeel estuvo entre quienes se negaron a irse. La abogada de la Ciudad de Gaza que hace campaña por los derechos de las mujeres está acostumbrada a batallas cuesta arriba en una sociedad conservadora.
“No nos iremos y no les daremos lo que quieren”, dijo en una grabación.
Pero el 19 de octubre, en una serie de mensajes de texto frenéticos antes del amanecer, explicó qué hizo cambiar de opinión a su familia.
Su vecindario estaba rodeado por lo que ella llamó un “anillo de fuego” y describió ataques aéreos sucesivos en una cuadra. El bombardeo parecía diseñado para expulsar a cualquiera que se atreviera a permanecer allí, dijo. Ella y sus vecinos sacaron a su padre parcialmente paralizado hasta un lugar seguro.
Las bombas parecían perseguirlos. Dos veces, su padre les pidió que lo dejaran morir.
La familia se reunió en el hospital Al-Shifa, donde Israel afirma que Hamás construyó una sede subterránea. Fueron evacuados a otro hospital unos días después. Le siguió una tercera evacuación a un tercer hospital.
El 4 de noviembre, dijo, regresaron al hospital Al-Shifa. Soñaba con un vaso grande de agua. Los baños sucios la mantuvieron tomando dos sorbos al día.
“Quiero desplomarme, pero realmente no tengo la energía para eso”, indicó.
El 7 de noviembre, dijo que ni Al-Shifa ni ir al sur parecían opciones seguras. Envió un mensaje de texto a un amigo: “Te extraño, mi amor”.
Desde entonces no se sabe nada de ella.