Casi el 80% de los italianos dicen ser católicos, pero pocos van con regularidad a la iglesia
Dos niños garabatearon peticiones a San Gabriel de la Dolorosa en el vasto santuario donde se venera al joven santo en este pueblo de montaña en el centro de Italia. Andrea, de 6 años, pidió bendiciones para su familia y sus mascotas. Sofía, de 9 años, dio gracias por ganar un concurso de baile.
Sus padres los traen aquí con frecuencia —como lo hacía la propia familia de su padre—, y se consideran mejores católicos que muchos. La madre, Carmela Forino, incluso reza una oración de perdón cuando escucha a alguien pronunciar una blasfemia común en la explanada del santuario.
Pero rara vez van a misa y no reciben la comunión porque no están casados, por lo que evaden dos sacramentos que la Iglesia católica considera fundamentales.
“Practico donde yo quiero. Todas las mañanas rezo por mi cuenta”, dijo Forino en la sala del santuario llena de ofrendas votivas —desde baberos de bebés hasta camisetas deportivas— que 2 millones de visitantes anuales dejan en el Santuario de San Gabriele de la Dolorosa. “En algo habrá que creer, ¿verdad? Haces lo que sientes en tu corazón. No me puedes forzar a ir a misa el domingo”.
En otras partes de la Europa occidental profundamente seglar, los “nones” —las personas que rechazan la religión organizada y no tienen filiación con ninguna— aumentan rápidamente. En Italia, considerada la cuna de la fe católica en el continente durante mucho tiempo, la mayoría de la gente conserva una filiación nominal impregnada de tradición, pero con poca adherencia a la doctrina o la práctica.
Según la última encuesta del Centro de Investigaciones Pew, un grupo de expertos que brinda información sobre actitudes, tendencias y problemáticas de Estados Unidos y el mundo, el 78% de los italianos profesan ser católicos. Pero la agencia italiana de estadísticas, ISTAT, dice que sólo el 19% asiste a los servicios al menos semanalmente, mientras que el 31% nunca lo hace.
La pandemia de COVID-19 aceleró una desvinculación con la fe católica que comenzó hace al menos una generación, dijo Franco Garelli, profesor de sociología de la Universidad de Turín, quien ha estudiado la religiosidad en Italia durante décadas.
“‘No tengo tiempo, no tengo ganas’; no hay una razón real. Eso es lo que es asusta”, dijo el padre Giovanni Mandozzi, párroco de Isola, el pueblo donde se encuentra el santuario. “O sea, mi misa dura unos 40 minutos”, y les enfatiza que pueden estar tranquilos y dejar la salsa para la pasta en la estufa porque no se pega a la olla en ese tiempo.
“Persignarse no es como andar espantando moscas”, predicó más tarde en misa. Menos de dos docenas de feligreses ancianos se reunieron en una antigua carnicería, porque la iglesia de Isola ha sido dañada por dos terremotos que han devastado la región de Abruzos desde 2009.
Al mismo tiempo, el bar de al lado bullía con familias jóvenes.
“Todo ha cambiado”, dijo Natascia Di Stefano, la propietaria del bar y madre de dos adolescentes. “El domingo es de ir a la iglesia con la familia, ahora no quieren saber nada de eso, como si fuera algo antiguo que ya no sirve”.
Cerca de allí, varios amigos cercanos de unos 20 años disfrutaban de bebidas afuera de otro bar frente a una capilla medieval.
Describieron haber crecido asistiendo a misa y el catecismo, pero dejaron de hacerlo al principio de su adolescencia tras ser confirmados. La confirmación es cuando los católicos —generalmente bautizados cuando son bebés— se comprometen a dar testimonio de su fe a través de los dones del Espíritu Santo, pero para muchos, se ha convertido en el último rito en el que se sienten obligados a participar por tradición familiar.
“Se habría vuelto una rutina”, dijo Agostino Tatulli, de 24 años, estudiante universitario y del conservatorio de música. “Quizás definirme como espiritual sea lo más correcto. No sé si Dios existe”.
Desde su niñez en la que sirvió como monaguillo, extraña “la comunidad que se formaba los domingos por la mañana, la anciana a la que no veías nunca”. Tatulli todavía encuentra algo de eso en conciertos con una banda de música para las fiestas populares de los santos patronos.
Este verano participó en dos de esas procesiones durante 48 horas. Una de ellas, en la aldea de Forca di Valle, en la colina sobre Isola, fue algo mucho más pequeño de lo que Domenico Verzilli, un jubilado local, recordaba de su infancia. En aquel entonces, las campanas doblaban a las 5 de la mañana para dar inicio a las festividades, y la iglesia —ahora cerrada por los daños del terremoto— estaba llena de familias numerosas.
Pero celebrar a los santos todavía es importante, dijo su compañero de banda Federico Ferri, de 28 años, quien trabaja para un fabricante local de artículos devocionales.
“Soy un católico que cree en los santos, no en la Iglesia”, añadió, antes de que el sacerdote celebrante —quien también dirige el ministerio juvenil del santuario— llamara a Ferri y a otros para que lo acompañaran en un paseo en tractor.
Ferri rara vez va a misa, pero asiste con más frecuencia al santuario de San Gabriel de la Dolorosa tras sufrir dos accidentes en motocicleta.
Cientos de motociclistas acuden para recibir una bendición anual, al igual que miles de adolescentes a la “bendición de los bolígrafos” al comenzar la primavera, utilizada para realizar los exámenes finales, una tradición que a la experegrina Michela Vignola un buen día le pareció “algo supersticioso, más que religioso”.
Vignola, de 36 años, creció en el cercano pueblo costero de Pineto y asistía regularmente a la iglesia hasta su confirmación.
“Se da por sentado que eres creyente, pero no vas. Tampoco es que creyera mucho”, dijo en su salón de belleza junto a un restaurante llamado “La Pecorella Smarrita” (“La Ovejita Perdida”). “Ahora me da bastante igual”.
Arregla el cabello para muchas fiestas nupciales, la mayoría todavía realizadas en la iglesia. Las ceremonias nupciales católicas todavía son la elección de aproximadamente el 60% de los italianos que se casan por primera vez. El sacramento es un poco menos popular que los funerales en la iglesia, que son favorecidos por el 70% de los italianos, según la investigación de Garelli.
En el pueblo de Voltarrosto, Antonio Ruggieri, director de quinta generación de la funeraria, ha añadido salas de velatorio para religiones no cristianas y está construyendo una “neutral”, sin símbolos religiosos. Pero prácticamente todos los funerales que organiza tienen algún elemento de fe.
“Es una especie de redención, aunque no creas mucho en ello”, dijo.
Para muchos sacerdotes, tanto locales como de alto nivel en la jerarquía de la Iglesia católica italiana, esa actitud significa que se podría haber alcanzado un punto de no retorno a nivel social. Cómo responder es un reto de gran magnitud para el clero, que ya enfrenta una caída significativa en el número de vocaciones, lo cual deja a muchos apenas con tiempo para celebrar misas en varios pueblos bajo su cuidado.
“Todo el sistema giraba en torno a la Iglesia; ahora ya no es así”, dijo el padre Dario Di Giosia, rector del santuario de San Gabriel de la Dolorosa.
Aquellos que participan activamente, especialmente los fieles que pertenecen a movimientos laicos en crecimiento, lo hacen ahora por una elección deliberada y no porque la Iglesia, y sus programas juveniles, sean lo único que hay en el poblado, como solía ser antiguamente.
Se debe centrar la atención en esos creyentes como si fueran los últimos de la especie en el Arca de Noé, bromeó el padre Bernardino Giordano, vicario general de la delegación pontificia en Loreto, otro santuario popular.
En un encargo previo en el norte de Italia, lidió con el otro extremo —aquellos que pidieron que su diócesis fuera “sbattezzati”, desbautizada—, lo que en realidad significaba que fuese borrada del registro parroquial de bautismos, ya que un sacramento como el bautismo no se puede anular. Si bien sólo unas pocas personas hicieron esta solicitud cada año, son emblemáticas de un creciente desencanto con la religión organizada. Entre los italianos, el 15% dice no tener ninguna filiación religiosa, según el Centro de Investigaciones Pew.
La mayoría permanece en la zona gris de en medio, lo que Giordano llama la multitud del “yo pertenezco, pero no creo”. Las estrategias para atraer a algunos de regreso incluyen un énfasis en el trabajo social, el voluntariado e incluso eventos carismáticos como la Jornada Mundial de la Juventud.
“Tomar como único parámetro a los practicantes, ver cuántos somos, es muy limitado. El Espíritu Santo opera en todas partes, no es exclusivo de los católicos”, dijo el arzobispo Erio Castellucci, vicepresidente de la conferencia episcopal italiana. “Lo que cuenta no es tanto el aspecto popular, sino las semillas del Evangelio que muchas personas viven, incluso sin ser practicantes”.
Un enfoque así podría ser atractivo para Federica Nobile, de 33 años, quien se define a sí misma como “católica, pero no demasiado”. Creció en una familia devota y buscó distanciarse de su fe para exorcizar “el miedo absurdo al infierno” con el que creció.
“He intentado elevarme por encima del concepto del bien y el mal, buscar matices me permite vivir mucho mejor”, dijo la estratega de marca y autora de ficción que pasa sus vacaciones en Roseto degli Abruzzi, un pueblo costero cerca del santuario de San Gabriel de la Dolorosa. “No parece que el cristianismo haya hecho eso”.
Los profesores de clases optativas de religión en las escuelas públicas ven de cerca la ambivalencia de los jóvenes respecto a la religión.
En la aldea de Cermignano, situada en lo alto de una colina, los 15 alumnos de quinto grado acababan de celebrar su primera comunión. Sólo unos pocos levantaron la mano cuando les preguntaron si asistían a la iglesia con regularidad, pero todos se unieron a una sonora interpretación del himno a San Antonio Abad, el santo patrón, después de que uno de ellos sacó un acordeón de debajo de su escritorio y comenzó a tocar.
En la capital provincial de Teramo, nadie ha cuestionado el crucifijo exhibido en un lugar destacado en el aula de tercer grado de secundaria donde Marco Palareti enseña religión, y sólo un puñado de estudiantes que son feligreses de otras religiones optaron por no tomar su clase.
Pero en un ejercicio de clase en el que pidió a los estudiantes de secundaria que clasificaran los valores, la familia y la libertad fueron ubicados en primer lugar y la fe en un lejano último lugar, dijo Palareti, quien ha enseñado religión durante 36 años.
“La actitud de los chicos ha cambiado porque antes casi todos hacían vida en la parroquia. Hoy muchos no van o lo hacen sólo para los sacramentos”” de la primera comunión y la confirmación, añadió Palareti.
Es una actitud que Pietro di Bartolomeo recuerda bien. Cuando era un adolescente que padecía acoso en la escuela debido a la intensa fe de su familia, “a ese Dios yo lo veía como un perdedor”. Ahora, de 45 años y padre de cinco hijos, dirige un grupo bíblico para adolescentes en Teramo para tratar de mantenerlos en conexión con su fe después de la confirmación.
Él cree que la Iglesia necesita evangelizar más, o estará condenada a la irrelevancia.
“Las ancianitas tarde o temprano van hacia el Creador, y allí termina el ciclo”, dijo.
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