Tras 100 días de guerra, médico en Gaza se obliga a aceptar el horror en su lucha por salvar vidas

Isabel Debre,Najib Jobain
Sábado, 13 de enero de 2024 19:03 EST

Durante algunas horas cada día o noche, el médico Suhaib Alhamss intenta dormir en el delgado colchón de un quirófano. Entra y sale de la semiconsciencia, demasiado cansado para abrir los ojos y demasiado tenso para dejarse ir. A menudo, bombardeos estruendosos hacen temblar las ventanas del hospital que dirige en el sur de la Franja de Gaza.

Pero los peores sonidos, dijo Alhamss, provienen del interior del Hospital Kuwaití: Los llantos de niños pequeños sin padres y con heridas enormes. Los gritos de pánico de pacientes que al despertar se dan cuenta de que perdieron una extremidad.

La guerra entre Israel y Hamás, que comenzó hace 100 días el domingo, lo ha expuesto a él, a su personal y a la población de Gaza a una escala de violencia y horror que nunca antes habían visto. Ha dejado irreconocible su ciudad natal.

“Este es un desastre que nos supera a todos”, dijo Alhamss, de 35 años, por teléfono entre cirugías.

Su hospital, donado y financiado por el gobierno de Kuwait, es uno de los dos en la ciudad de Rafah. Con sólo cuatro camas de cuidados intensivos antes de la guerra, ahora recibe unos 1.500 pacientes heridos cada día y al menos 50 personas muertas para cuando llegan —adultos y niños con extremidades destrozadas por la metralla, cadáveres hechos papilla, heridas con huesos expuestos y carne destrozada.

Más de 23.400 palestinos en Gaza han muerto en la guerra, según el Ministerio de Salud en la Gaza gobernada por Hamás. El recuento no distingue entre civiles y milicianos.

Israel, que montó su feroz campaña aérea y terrestre en respuesta al ataque de Hamás del 7 de octubre contra el sur de Israel, en el que murieron 1.200 personas y otras 250 fueron secuestradas, responsabiliza al grupo de las muertes de civiles al colocar a milicianos en edificios utilizados por no combatientes.

Para hacer espacio ante la avalancha diaria de heridos de guerra, Alhamss ha metido unas cuantas docenas de camas adicionales en la unidad de cuidados intensivos. Dejó sin nada la farmacia, que de todos modos estaba prácticamente vacía ya que el asedio de Israel ha privado al hospital de vías intravenosas y de la mayoría de los medicamentos. A pesar de ello, el suelo está cubierto de pacientes.

“La situación está completamente fuera de control”, lamentó.

Alhamss, urólogo de formación y padre de tres hijos, ha observado horrorizado cómo su ciudad y su hospital se han transformado en el transcurso de la guerra.

Con edificios bajos de hormigón y callejones llenos de basura y repletos de hombres desempleados, Rafah, la ciudad más sureña de la Franja, ha sido durante mucho tiempo un lugar escuálido que se extiende a lo largo de la frontera con Egipto. Conocida como la capital del contrabando durante el bloqueo israelí-egipcio, tiene el único cruce fronterizo de Gaza que no conduce a Israel.

Ahora es el punto álgido de una de las peores crisis humanitarias del mundo. Las torres de apartamentos han sido bombardeadas hasta ser convertidas en ruinas planas y humeantes. Las órdenes de evacuación de Israel y la creciente ofensiva han aumentado la población de Rafah de 280.000 a 1,4 millones, lo que deja a cientos de miles de palestinos desplazados hacinados en endebles tiendas de campaña que saturan las calles.

La mayoría de la gente pasa horas al día en busca de comida, espera en filas que no avanzan fuera de los centros de distribución de ayuda, y a veces, recorre kilómetros (millas) a pie para regresar con frijoles y arroz enlatados.

Los rostros que ve en la ciudad también han cambiado a medida que Israel prosigue con su objetivo de destruir a Hamás. El miedo y la tensión arrugan los rasgos de sus colegas, dice Alhamss. La sangre y el polvo ensucian los rostros de los heridos que llegan, mientras que la piel gris y cerosa y los ojos rodeados por anillos cada vez más oscuros son las marcas de los moribundos.

“Se puede ver el agotamiento, el nerviosismo y el hambre en los rostros de todos”, agregó Alhamss. “Es un lugar extraño ahora. No es la ciudad que conozco”.

Los camiones de ayuda han atravesado el paso fronterizo de Rafah con Egipto. Pero no está ni cerca de ser suficiente para satisfacer las crecientes necesidades del enclave asediado, advierten funcionarios humanitarios. A falta de equipo vital, el personal médico ha aplicado su ingenio para nuevos fines.

Alhamss venda las heridas de los pacientes con sudarios.

“Cada día hay personas que mueren frente a mí porque no tengo medicinas ni ungüentos para quemaduras ni suministros para ayudarlos”, subrayó.

Está demasiado abrumado para pensar en todo lo que ha visto, pero algunas imágenes saltan inesperadamente: La mirada vacía de un menor que sobrevivió a un bombardeo que mató a toda su familia, un recién nacido rescatado del vientre de su madre muerta.

“Pienso: ‘¿Cómo seguirán? No les queda nadie en este mundo’”, dijo Alhamss. Sus pensamientos se dirigen a sus propios hijos —Jenna, de 12 años, Hala, de 8, y Hudhayfa, de 7—, quienes se refugian en el apartamento de su abuela en Rafah. Los ve una vez a la semana, los jueves, cuando acuden al hospital a darle un abrazo.

“Estoy aterrorizado por ellos”, manifestó.

Alhamss conoce a colegas médicos y enfermeras que murieron en sus casas o camino al trabajo por artillería, misiles, drones explosivos —muchos tipos de fuego entrante— y ha perdido a decenas de sus estudiantes de Medicina en la Universidad Islámica de Gaza donde enseña, hombres y mujeres ambiciosos “a quienes les quedaba mucha vida por vivir”, dijo.

Pero el duelo es un lujo que no puede permitirse. Cuando se le pregunta cómo se siente, responde sencillamente que “es la voluntad de Dios”.

“Todos moriremos al final, ¿por qué tener miedo de ello?”, preguntó Alhamss. “No tenemos más remedio que tratar de vivir con dignidad y ayudar a quienes podamos”.

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DeBre reportó desde Jerusalén.

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