Un tercio de los estadounidenses sin hogar vive en California. Un veterinario cuida sus mascotas
Casi un tercio de los estadounidenses sin hogar vive en California
Un tren elevado hace un sonido metálico a lo largo de las vías por encima del veterinario Kwane Stewart mientras se abre paso a través de una puerta de tela metálica para preguntarle a un hombre parado cerca de una casa rodante estacionada si conoce alguna mascota callejera que necesite atención.
Michael Evans va de inmediato por su pitbull de 11 meses, Bear, su amado compañero que vive debajo de los estruendosos trenes suburbanos del Área de la Bahía de San Francisco.
“¡Atento! ¡Sentado! ¡Ese es mi chico!”, instruye Evans al cachorro lleno de energía mientras acepta con entusiasmo la oferta de Stewart.
Una revisión rápida del perro revela una infección de oído moderada que podría haberse agravado en cuestión de semanas al grado de que Bear quizá hubiera requerido sedación. En cambio, allí mismo, el doctor Stewart aplica una gota de tratamiento triple de antibiótico, antimicótico y esteroides que debería iniciar el proceso de curación.
“Es mi hijo, mi hijo. Es mi mano derecha”, reacciona un emocionado Evans al hablar de Bear, con el que comparte la pequeña casa rodante en Oakland. “Es una bendición, de verdad”.
“The Street Vet” (El Veterinario Callejero), como se conoce a Stewart, ha apoyado a la población sin hogar de California y a sus mascotas durante casi una década a partir de que ayudó espontáneamente a un hombre con un perro infestado de pulgas fuera de una tienda de conveniencia. Desde entonces, Stewart camina regularmente por el corazón de la tristemente célebre Skid Row de Los Ángeles —una de las áreas con mayor cantidad de indigentes del país—, donde constata la crisis de desamparados del estado y también cuánto aprecian y dependen estas personas de sus mascotas.
Después de atender a Bear, Stewart le entrega a Evans —quien se mudó aquí desde Luisiana— una lista de los medicamentos que le proporcionó, junto con la información de contacto en caso de que el perro necesite más tratamiento. Stewart siempre promete cubrir todos los gastos.
“Fue una buena atrapada”, afirma Stewart con lenguaje del béisbol, antes de dirigirse a la siguiente parada, en West Oakland.
California alberga a casi un tercio de la población sin hogar del país, según datos federales. Alrededor de dos tercios de los indigentes de California no tiene refugio, lo que significa que viven en la intemperie, a menudo hacinados en campamentos en las ciudades principales y a lo largo de carreteras. A nivel nacional, hasta el 10% de las personas sin hogar tiene mascotas, según cálculos del grupo de defensa Pets of the Homeless (Mascotas de las personas sin hogar). Stewart cree que ese número es mayor.
Los refugios para desamparados a menudo no permiten mascotas, lo que obliga a las personas a tomar decisiones desgarradoras. Stewart considera que su misión es ayudar a tantos de ellos como pueda.
Stewart, de 52 años, un excorredor de carreras de vallas de la Universidad de Nuevo México y quien ahora vive en San Diego, es un amante de los animales desde siempre. Creció en Texas y Nuevo México tratando de salvar a los perros callejeros, o al menos alimentarlos y cuidarlos. Fundó el Project Street Vet (Proyecto Veterinario Callejero), una organización de beneficencia sin fines de lucro dedicada a ayudar a las mascotas de las personas sin hogar. Antes de obtener patrocinadores y donantes, Stewart financió durante años al grupo él mismo con una parte de su salario.
También hay mucha angustia en el trabajo de Stewart. Una vez realizó una cirugía de emergencia a una perrita chihuahua preñada y los dos cachorros no sobrevivieron. Pero la mayoría de las veces, estos dueños de mascotas están más que agradecidos por la bondad de Stewart. Calcula que tal vez apenas una de cada 25 veces alguien rechaza su ayuda.
Fuera de tiendas de campaña, estructuras improvisadas o casas rodantes, Stewart grita: “¡Hola!”. Por lo general, puede adivinar que hay una mascota si ve un tazón para perros o un juguete para mascotas. A propósito, viste ropa médica azul marino con su nombre, para que nadie lo confunda con un agente de control de animales u otras autoridades y que se sienta amenazado.
“La gente es reticente, no siempre saben por qué me aproximo a ellos. Si se te acercan para rogar o mendigar, es diferente, pero si tú vas a ellos no saben si eres un agente de la ley o si tienes una intención oculta”, explica, “así que me lo tomo con mucha calma y me anuncio desde lejos”.
Cuando se acerca a Misty Fancher para ver si su pitbull, Addie —comprada en una gasolinera cercana por 200 dólares—, podría necesitar vacunas, Stewart pregunta: “¿Puedo darle golosinas para que nos hagamos amigos?”.
“A veces me detengo y sólo hablo” con ellos, agrega Stewart.
Addie es la primera mascota de Fancher en su edad adulta y le brinda a la mujer de 42 años cierta tranquilidad de que está segura al vivir en un vecindario relativamente inestable de Oakland.
“Ella es una chica muy buena”, asegura Fancher sobre Addie. “Mantiene lejos muchos problemas. Me protege. Morderá a alguien si actúa agresivamente o hace algo contra mí. Lo ha hecho. Pero simplemente los disuade antes de siquiera intentarlo”.
Stewart nota un pinchazo en la pata de la perra que hay que monitorear y también le aplica una vacuna contra la rabia. Escribe un certificado para que Fancher lo guarde como prueba de que su perra está vacunada. Le deja con pastillas para desparasitarla, tratamientos para pulgas y garrapatas y, como siempre, su información de contacto.
Un poco más tarde, Stewart se detiene en las afueras de un parque cercano. Camina por el perímetro y se encuentra con la casa rodante propiedad de Eric Clark, quien ha vivido en el mismo lugar del centro durante siete años. Tiene un bulldog macho y una pitbull y una dóberman preñadas. “Es difícil ir al veterinario”, le dice Clark. “Te lo agradezco. Son mi familia”.
Stewart está feliz de poder marcar una pequeña diferencia como esta en una comunidad en gran medida incomprendida. Se esfuerza por tratar a cada persona en las calles con el mismo profesionalismo y cuidado con los que trataría a un paciente en su clínica veterinaria. Su mantra: no juzgar, sólo ayudar.
“Viven en las sombras. Viven entre nosotros, pero no con nosotros”, expresa. “Es de verdad gratificante. Te afecta un poco. Cuando lloran por los momentos difíciles que han pasado, tratas de apoyarlos, de ayudarlos”.