El lado oscuro de la Copa del Mundo que Qatar preferiría que ignoraras
Pasear por Qatar supone deslumbrarse por el espectáculo de luces y sonidos, pero el fútbol no se ha distraído del debate en torno al Mundial más polémico de la historia, escribe Miguel Delaney
Se trata de uno de esos momentos habituales en los que la dura realidad te saca de la ilusión que es este Mundial. Al momento de que el taxista deja al grupo en el destino, se escucha una repentina súplica. Y no para pedir una calificación de cinco estrellas.
“¿Pueden darme una propina, por favor?”, pregunta. “No tengo dinero para comer”.
Casi todo lo que gana el conductor, descendiente del sur de Asia, lo envía a su familia. Se supone que este es el periodo largamente esperado en el que dichos trabajadores pueden generar ingresos debido a la cantidad de visitantes en Qatar, pero él es otro que se está muriendo de hambre.
Cualquiera que haya estado en Doha durante la primera semana de esta Copa del Mundo habrá escuchado muchas historias similares. El Business & Human Rights Resource Center informó el domingo que se habían reportado seis casos de abuso de trabajadores migrantes solo en ese período.
Se trata del lado oscuro de la Copa del Mundo que Qatar preferiría que ignoraras, pero eso es inevitable, dado que son factores absolutamente esenciales para el desarrollo de este torneo.
Sin embargo, gran parte de esa realidad tiene que ver con la perspectiva y una presentación deslumbrante. Pasear por Qatar supone deslumbrarse por el esptáculo de luces y sonidos.
También está el ejemplo del resplandor lujoso de Lusail, la ciudad recién planificada construida para rodear la sede de la final. Está el “entretenimiento” del estadio a todo volumen, claramente configurado para mitigar cualquier falta de onda, pero ocasionalmente (como en el partido Argentina-México) suprimiéndola. Incluso reproducen cantos de pájaros en algunos parques públicos, uno de los cuales, en Al Gharrafa, tiene aire acondicionado.
Ese desperdicio de energía decadente e indulgente hace que reciclar botellas de plástico parezca un poco inútil. Tales preocupaciones resaltan casi todo sobre Qatar, al menos en cuanto uno se detiene a pensar en todo ello en medio de la abrumadora agresión a los sentidos.
Gran parte del área cerca de Lusail sigue en obras, con parcelas sin terminar y trabajadores inmigrantes que siguen trabajando duro. Mientras tanto, las asistencias anunciadas han atraído mucha atención, en especial porque se ven muchos asientos vacíos. La afirmación de que el partido Argentina-México ha sido el partido de la Copa del Mundo con más asistencia desde la final de 1994, con 88.966 en comparación con 94.194, provocaba algo de escepticismo. Luego existe la alardeada proclamación de que este será el primer torneo neutral en carbono. Era una declaración de la que ya se burlaban grupos ecologistas como Greenly y que parece completamente absurda con el simple hecho de caminar por ahí.
La verdad parece mucho más cercana a la evaluación del académico Mike Berners-Lee, quien afirmó que esta Copa del Mundo “va a ser el evento con mayor emisión de carbono de cualquier tipo, fuera de una guerra, que el ser humano haya organizado en la historia”.
Mientras tanto, no hay hojas de equipo ni programas oficiales porque este es un torneo “ecológico”. Es tan artificial como algunos de los alrededores. Incluso el Souk Waqif, que tiene una autenticidad por la forma en que se ha convertido en uno de los pocos espacios públicos donde los aficionados pueden reunirse, fue reconstruido en la década de los 80.
Hay algunos aspectos positivos genuinos de esta Copa del Mundo. Hay un profundo orgullo por la primera Copa del Mundo en un país árabe y un país musulmán. Es un factor importante. Muchos de los lugareños son muy hospitalarios y amistosos, un importante recordatorio de la diferencia entre un estado y su gente. El metro está reluciente. Los problemas logísticos se han suavizado a medida que ha avanzado la competencia. Los estadios lucen bien.
Y, sin embargo, especialmente en lo que respecta al último punto, es imposible elogiar con sinceridad la mayor parte de dichos logros debido a la forma sumamente inmoral en que se construyó todo. No se puede mirar nada en Qatar, sin importar cuán impresionante parezca a nivel superficial, sin pensar en el abuso sistémico de los trabajadores migrantes sobre el que se construyó.
Es la mancha que nunca se puede limpiar, sin importar cuántas veces se les ordene a esos mismos trabajadores que trapeen los pisos que ni han tenido la oportunidad de acumular suciedad. La discusión de cualquiera de estos temas ha provocado un creciente rechazo de parte de Qatar.
“Sacas el tema y dirán que eres racista”, dice un funcionario de fútbol que trabaja en el área. “Nos dijeron lo humilde y bienvenido que sería todo, pero, en algunos casos, nos hemos encontrado con lo contrario”.
Y ahora, a medida que avanza el torneo, ciertos sectores han mostrado desinterés. Ha habido una creciente renuencia a participar. Incluso el presidentede la FIFA, Gianni Infantino, se ha escondido cada vez más después de su farsa de conferencia de prensa de apertura.
Apunta a otro problema central con esta Copa del Mundo, que refleja esta cuestión de imagen y artificialidad. Debido a que es un estado policial donde la familia real tiene un poder prácticamente absoluto, sin libertad de prensa, no están acostumbrados en lo más mínimo a que se cuestione su perspectiva.
Ha hecho que toda la Copa del Mundo sea un interesante e instructivo encuentro de mundos. Es un evento geopolítico más que deportivo.
Gran parte de esta realidad se ha destilado en uno de los principales puntos críticos de los torneos. El simbolismo de la bandera de arcoíris ha cobrado mayor fuerza de la habitual.
Por un lado, hay la cuestión de lo que realmente representa, en términos de mostrar apoyo a la comunidad LGBTQ+, y por otro lado, hay que considerar lo que representa con respecto al desarrollo mismo del torneo, en particular la relación de la FIFA con Qatar.
Cuando se acumularon historias sobre aficionados a los que les confiscaron artículos con colores del arcoíris, las federaciones se quejaron directamente con el órgano rector. Les habían dicho antes de la Copa del Mundo que esto no sería un problema. Entonces, la FIFA volvió a ponerse en contacto con Qatar y el Comité de Operaciones de Seguridad y Protección, quienes a su vez les dieron garantías de que ya no sería un problema. Se enviaron avisos.
Debe reconocerse que, fuera de unos pocos “incidentes localizados” —como cuando le pidieron a un camarógrafo que se quitara la correa de reloj de arcoíris—, la notificación se ha cumplido en su mayor parte. A los aficionados no les han confiscado artículos con los colores del arcoíris.
No obstante, el punto más relevante es que ha habido una sensación de temor al respecto. Los directivos de la FIFA insistieron en recalcar a las federaciones que en realidad no podían dar garantías por sí mismas y que solo transmitían las garantías que habían recibido de parte de Qatar.
Un argumento que adoptaron era “no podemos vigilar a la policía”. Algunas figuras dentro del órgano de gobierno describen cómo una parte de la estructura de poder de Qatar puede tomar una decisión, solo para que alguien con mayor influencia en otro lugar decida lo contrario.
En otras palabras, la Copa del Mundo está completamente controlado por el estado. El torneo dejó una cosa bastante clara: la cola no mueve al perro aquí.
Por eso la noticia del alcohol iba más allá del hecho de poder vender o no cerveza en los estadios. Es totalmente justo que un país en su mayoría musulmán prohíba el alcohol en los alrededores de los estadios, pero ¿por qué decidirlo solo dos días antes de que comience el torneo?
Dejó a la FIFA en una situación a la que no está acostumbrada. “La situación demuestra que es Qatar quien realmente dirige este torneo”, confiesa un destacado directivo a The Independent.
También apunta a otra complicación con esta Copa del Mundo, más allá de los engranajes del estado. Existe el sentimiento creciente dentro de algunas de las federaciones europeas de que la FIFA está tomando decisiones condicionadas por Qatar, en lugar de solicitadas por ellos.
Un ejemplo es la controversia sobre los brazaletes OneLove, y en particular la amenaza de la FIFA de que podría haber lo que una fuente describe como “responsabilidad ilimitada” si Inglaterra y otras naciones europeas los hubieran usado en Qatar. Se le ha dicho a The Independent que Qatar no tuvo nada que ver con esto; todo fue la decisión de la FIFA. La cuestión es por qué los directivos de la FIFA estaban dispuestos a ser tan severos cuando no había precedentes para que lo fueran. La FIFA, por su parte, diría que solo recordó a las federaciones su reglamento. Las federaciones dirían que las posibles sanciones no estaban contempladas en esos reglamentos.
Es imposible no concluir que la postura de la FIFA se debió a la preocupación por ofender las sensibilidades locales.
Coincidiría con una acusación de Michael Posner, exsubsecretario de Estado de Estados Unidos para la Agencia de Democracia, Derechos Humanos y Trabajo: “El presidente de la FIFA, Infantino, está tratando de proteger al gobierno de Qatar de las críticas legítimas sobre cómo las empresas que contrataron para construir la infraestructura de la Copa del Mundo han explotado a los trabajadores migrantes pobres, principalmente del sur de Asia”.
Es por eso que la frase clave del discurso de apertura de Infantino, que mostró que había cierta precaución detrás, fue sobre los “3.000 años” de Europa. El presidente de la FIFA estaba apelando a una nueva base de poder, una que en parte se ha resistido a las políticas “occidentales” críticas a cómo se ha construido este Mundial.
De ahí se obtuvo una Copa del Mundo, según la descripción de Gareth Southgate, caracterizada por “ruido externo”. De ahí que todo el mundo lo eche todo en cara en cada debate en detrimento de los asuntos que realmente se están tratando. Aparentemente, no puede ser solo que una Copa del Mundo basada en “la esclavitud moderna” está mal. Es “orientalismo”.
Así es como el entrenador de Irán, Carlos Queiroz, puede pasar de preguntas sobre el estado iraní a evasiones como: “¿Por qué no le preguntas a Southgate sobre Afganistán?”.
Uno de los mayores legados de esta Copa del Mundo podría ser la forma en que ha articulado una creciente división entre el Sur global y Occidente. También se ha producido la extraña dinámica entrecruzada del bloqueo del Golfo, en la que Arabia Saudita y Qatar se han mostrado más amables el uno con el otro, solo para que el príncipe heredero saudí, Mohammed Bin Salman, vuelva a prohibir la cadena beIN Sports en el reino.
Infantino sin duda se adjudicará el mérito de la apertura de comunicación, pero sus palabras han provocado fricciones en torno a esta nueva división del juego.
“Es decepcionante que no haya calmado la situación”, dice la misma fuente. “Es por eso que la frase sobre heredar esta Copa del Mundo ya no tiene credibilidad. Si el pecado original fue darle a Qatar la Copa del Mundo, el problema ahora es lo mal que lo están manejando, empeorando una situación ya mala”.
También ha habido quejas legítimas de la FIFA dentro de Qatar. A algunos lugareños les ha resultado difícil usar el sistema de reventa, lo que quizás explique algunos de los asientos vacíos.
Otra ironía es que esta es la última Copa del Mundo con un comité organizador local. En los siguientes torneos, la FIFA tendrá el control al 100 por ciento.
Mientras tanto, Infantino se presenta sin oposición para la reelección, con casi el respaldo del 100 por ciento. Son solo unas cuantas federaciones, incluidas Dinamarca y Alemania, las que se niegan a aceptar esa situación.
La Asociación de Fútbol y la Asociación de Fútbol de Gales planean respaldarlo, aunque se ha enfatizado en repetidas ocasiones que su apoyo no es incondicional y viene con advertencias. Mucho depende del acercamiento que Infantino tenga en Europa y sobre todo del congestionado calendario futbolístico.
Los directivos están preparados para cambiar de opinión.
El fútbol, por el momento, no ha cambiado el debate en torno a Qatar. Todo lo contrario.
Traducción de Michelle Padilla