Disturbios en Líbano evocan recuerdos de guerra de antaño
Los recientes choques entre milicianos cristianos y musulmanes en el Líbano han evocado recuerdos de la guerra civil que desgarró al país entre 1975-90 y han agravado el odio sectario que, aunado con las crisis política y económica, amenazan con hundirlo en otro cataclismo
Tenía apenas un año cuando su padre, presa del pánico, se lo llevó junto a su madre, huyendo de la violencia en su vecindario. Fue el día hace 46 años en que estalló la guerra civil libanesa y su edificio estaba en medio del frente de batalla.
Hoy, a sus 47 años de edad, Bahij Dana está haciendo lo mismo. Evacuó a su mujer y sus dos hijos pequeños mientras el estruendo de la metralla retumbaba afuera. La defensa civil rescató a sus padres, que vivían en el piso de abajo.
“La historia se repite”, comenta Dana.
Fue el jueves de la semana pasada cuando estallaron los combates entre milicianos chiís y cristianos, en la línea divisoria entre los vecindarios de Chiyah y Ain el-Rumaneh de Beirut la misma que dividió a la ciudad durante la guerra civil que desgarró al país entre 1975 y 1990.
Los choques no sólo evocaron amargos recuerdos, sino que además agravaron el odio sectario que alimentó el conflicto pasado y que los libaneses nunca lograron purgar.
En medio de esos choques, el Líbano -- un pequeño país de 6 millones de habitantes al borde del Mediterráneo -- se encuentra sumido en una grave crisis política y económica que, aunada a la hiperinflación y la pobreza, amenazan con hundir a todos en otro cataclismo.
Los choques estallaron en torno a la investigación sobre la explosión ocurrida el año pasado en el puerto de Beirut, una investigación que la élite política está tratando de suprimir.
Pese a los llamados a la reconciliación, los partidarios de la milicia chií Hezbollah y de las Fuerzas Cristianas Libanesas, han insistido en su incendiaria retórica. Han retomado frases como “frentes de batalla” y “unidades de protección vecinal”, provocando temores de que el pacto social que ha mantenido la paz desde la guerra anterior se ha deshecho.
“Habíamos hecho las paces y ahora quieren volver a batallar”, se quejó Camille Hobeika, un mecánico de 51 años de edad, cristiano y residente de Ain el-Rumaneh.
Desde fines de la guerra, los caudillos que la libraron se han dividido el poder, firmando un acuerdo en 1989 y aprobando una amnistía para todos. Aunque siguen siendo rivales, compartían cierto interés en mantener el sistema en pie, apuntalado por el clientelismo político y la corrupción.
Los nuevos combates dejaron al descubierto un cisma generacional que refleja la manera en que los libaneses lidian con el legado de la guerra.
Para quienes vivieron ese conflicto anterior, el país está inexorablemente condenado a vivir dividido, aun si eso implica ocasionales brotes de violencia en que las facciones buscan recalibrar el equilibrio de poderes.
Dana considera el reciente brote de violencia como más de lo mismo: cuando los caudillos se ven en dificultades, animan los odios sectarios y los militantes de parte cierran filas en torno a su líder, viéndolo como su única vía de protección.
Para Dana, las cosas no cambian. El líder local otorga empleos y servicios a su comunidad a cambio de una lealtad absoluta.
“Estamos acostumbrados a eso, nos criamos en medio de la guerra”, expresa Dana. “No aceptamos la guerra, pero acepto a mi país, a mis cedros, a mi familia, a mis amigos. ¿Dónde más los voy a conseguir?”
Pero muchos entre las nuevas generaciones se niegan a seguir siendo peones en el ajedrez de la élite política. Intentaron protestar, provocando una ola de manifestaciones en el 2019, pero apenas hicieron mella en el sistema político.
La hija de Dana, Vanda, una joven de 22 años, no ve manera de provocar un cambio ni de quedarse en el Líbano.
El negocio de impresoras de su padre, fundado hace 25 años, está en la ruina y el dinero de la familia está congelado en el banco debido a restricciones impuestas durante la crisis financiera. Y su habitación está agujereada de balas.
“Fuimos a las mejores escuelas, a las mejores universidades, trabajamos con ahínco, ¿y para qué? ¿para esto? Ahora me da pánico cada vez que suena una puerta, voy corriendo a mi papá cuando escucho un ruido. Yo no tengo que vivir así”, expresa Vanda entre sollozos.
“Mis padres dicen que todavía tienen esperanzas, pero aquí no queda nada. ¿Para qué empezar una familia aquí? ¿Para que en 10 o 20 años vivan lo mismo? Esto no va a cambiar jamás”, añadió Vanda.
Hay quienes depositan sus esperanzas en las elecciones parlamentarias del año entrante. Pero lo cierto es que la política libanesa depende de lealtades sectarias. Los partidos cuentan con el apoyo sólido de su etnia, y las circunscripciones electorales son trazadas reflejando esas divisiones.
Unos días después del reciente brote de violencia, los habitantes seguían sin poder ir a sus casas. En una calle, un edificio tras otro estaba cosido a balazos.
En la línea divisoria entre el vecindario cristiano Ain el-Rumaneh y el vecindario chií Chiyah, hay vehículos militares y barreras de alambres de púas, evocando imágenes de cuando había una Beirut Oriental y una Beirut Occidental.
En Chiyah, reina un ambiente de luto, pues todos los muertos eran de los grupos chiís Hezbollah y Amal. De un edificio cuelga un enorme retrato de una mujer que murió en el balcón de su casa, alcanzada por una bala perdida.
“Hezbollah siempre ha sido víctima de ataques”, expresó Ali Haidar, un habitante de Chiyah de 23 años de edad.
Cuando resurge el odio sectario, cada facción resucita los rencores que albergaba contra la facción rival.
Haidar asegura que el Hezbollah defendió al Líbano frente a Israel y es ahora víctima de enemigos internos como las Fuerzas Cristianas. Cuando Israel bombardeó su vecindario en el 2006, aseguró “del otro lado las cosas seguían normal”.
Al otro lado de la barrera en Ain el-Rumaneh, Sami Nakkad culpa a los chiís por la violencia. El dueño de una tienda de productos electrónicos dice que desde Chiyah dispararon contra su edificio. Insistió en que los vecinos de Ain el-Rumaneh incurrieron en su legítima defensa y llevaban solo palos.
Cuando se le preguntó cómo es, entonces, que los otros murieron baleados, respondió: “Se mataron entre sí para echarnos la culpa a nosotros”.
Durante el episodio de violencia Nakkad, de unos 70 años de edad, se escondió con su esposa y su hija debajo de unas escaleras.
Su empleado Shadi Nicola, de 45 años, salió corriendo cuando estallaron los disparos. Calificó los choques de “puro teatro” por parte de líderes que están perdiendo legitimidad en medio de la crisis económica.
“Las elecciones serán sólo más de lo mismo. Esta gente vino con violencia y sólo por medio de la violencia se irán”, expresó.
Elie, un entrenador de 28 años de edad, se ha estado quedando en casa de un amigo desde que estalló la violencia. Tiene dentro de poco una entrevista de trabajo en otro país y está listo para irse del Líbano.
Los combates “no fueron nuestra decisión”, dice Elie.
La dirigencia política “no ha hecho ni el más mínimo esfuerzo para resolver la situación, todo lo contrario, la están empeorando”, añadió.